La higiene menstrual es un bien huidizo para millones de mujeres, niñas y jóvenes en América Latina, que sufren porque sus condiciones de vida en la pobreza bloquean el acceso a recursos y servicios que puedan hacer de la menstruación una experiencia tranquila, informa Humberto Márquez (IPS) desde Caracas.
«Cuando llega el período falto al clases tres o cuatro días. En casa no tenemos plata para comprar las toallas sanitarias que necesitamos mi hermana y yo. Nos colocamos telas para recoger la sangre, aunque a mí me produce una erupción que es molesta», cuenta Omaira[1], de quince años, estudiante de secundaria.
Vive en la humilde barriada Brisas del Sur, en Ciudad Guayana, a quinientos kilómetros al sureste de Caracas, desde donde habla con IPS por teléfono: «Tampoco compramos pastillas para calmar el dolor, y mi período es irregular, no aparece todos los meses, pero aquí no hay servicios médicos para ir a tratarse eso».
En Venezuela «una de cada cuatro mujeres no cuenta con productos de higiene menstrual e improvisan alternativas antihigiénicas, como ropa vieja, paños, cartones o papel higiénico para elaborarse compresas que funcionan como toallas sanitarias», dice a IPS la activista Natasha Saturno, de la oenegé Acción Solidaria.
«El gran problema con estos insumos es que pueden provocar, en el mejor de los casos, incomodidad y vergüenza, y, en el peor, infecciones que comprometen su salud», expone Saturno, directora de exigibilidad de derechos en la oenegé que conduce programas de asistencia, encuestas y documentación en el tema salud.
Problema universal, enfoque integral
¿Un problema local, focalizado? En absoluto: «En un día cualquiera, más de trescientos millones de mujeres en todo el mundo están menstruando, y se estima que un total de quinientos millones carecen de acceso a productos menstruales e instalaciones adecuadas para la gestión de la higiene menstrual», reporta un estudio del Banco Mundial.
«Hoy más que nunca necesitamos visibilizar la situación de mujeres y niñas que no cuentan con el acceso y la educación a una higiene menstrual. La comunicación hace la diferencia», expuso recientemente Hugo González, representante en Perú del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa).
El Unfpa considera que hay un amplio acuerdo sobre lo que las mujeres necesitan para una buena salud menstrual, y sostiene que los enfoques integrales que combinan la educación con la infraestructura y con los productos y esfuerzos para combatir el estigma son los más exitosos para lograr una buena salud menstrual.
Los elementos esenciales son: suministros seguros, aceptables y confiables para manejar la menstruación; privacidad para cambiar los materiales; instalaciones para lavar de forma segura y privada; e información para tomar decisiones adecuadas.
Sobre esa base, el Fondo estableció como tema de este año para del internacional Día de la Higiene Menstrual, que se celebra cada 28 de mayo, «Hacer de la menstruación un hecho normal de la vida para el año 2030», el año de cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por la comunidad internacional en las Naciones Unidas.
El impuesto rosa
Nueve de 31 países de América Latina consideran como productos de primera necesidad los de higiene menstrual, lo que permite que estén exentos de impuesto al valor agregado o tengan un IVA reducido, según el estudio «Impuestos Sexistas en América Latina», de la alemana Fundación Friedrich Ebert.
Tras la campaña «Menstruación libre de impuestos», Colombia se convirtió en 2018 en el primer país americano que eliminó el IVA de 16 por ciento a los productos de higiene menstrual. Su vecina Venezuela mantiene en vigor esa tasa, y es aún más elevada (entre 18 y 22 por ciento) en Argentina, Chile, República Dominicana y Uruguay.
A Colombia se sumaron Ecuador, Guyana, Jamaica, México -en cuyas calles se hizo campaña contra ese IVA-, Suriname y Trinidad y Tobago. Otros países han aplicado reducciones, como es el caso de Costa Rica, Panamá, Paraguay y Perú, mientras que en Brasil el IVA difiere entre estados y promedia 7 por ciento.
Ese «impuesto rosa» incide obviamente en el precio de productos de higiene menstrual como toallas desechables, reciclables y copas, lo que se torna especialmente gravoso en países de elevada inflación y moneda depreciada, como Argentina y Venezuela.
Diez toallas sanitarias desechables, promediando los precios de las marcas más económicas, pueden costar menos de un dólar en México, 1,50 en Argentina o Brasil, 1,60 en Colombia, Perú o Venezuela, y casi dos dólares en Costa Rica.
«Es un problema importante», destaca Saturno, «en un país como Venezuela, en el que la mayoría de la población vive en la pobreza y el salario mínimo –aunque ampliado con algunos bonos- todavía se mantiene en cinco dólares mensuales».
Entorno hostil, educación magra
«Si no puedes comprar toallas sanitarias con frecuencia, ese es el problema más pequeño. Lo peor es la pena (vergüenza) si al ir al trabajo la tela o el paño falla en tapar la sangre sobre la ropa o si agarras una infección», dice a IPS Nancy[1], quien a sus 45 años ha sido trabajadora informal en numerosas puestos y oficios en Caracas.
Madre de cuatro jóvenes, vive en Gramoven, humilde barriada del noroeste capitalino. Sus dos hijas, solteras de dieciocho y veintidós años, han pasado por angustias como las de Nancy camino del colegio, en el vecindario, en el autobús y en el Metro.
«Es que el período no se ve como algo natural, los muchachos y hombres adultos lo ven como algo sucio, en los trabajos a veces no comprenden que si hay dolor uno debería quedarse en la casa, y cuando uno trabaja por su cuenta tiene que salir como sea, porque si no sales no ingresa plata», comentó.
Saturno destaca que «la pobreza genera que adolescentes y mujeres falten a días de colegio (educación media) o de trabajo por no contar con los insumos para atender su menstruación».
«Se convierte en un círculo vicioso, porque se afecta su rendimiento académico o laboral, dificultando sus posibilidades de desarrollar su máximo potencial y acceso a mejores ingresos», añadió.
Pero el problema «va mucho más allá de los insumos, no se agota en la obtención de productos, y comprende educación y condiciones dignas de trabajo para las mujeres», dijo a IPS desde la ciudad colombiana de Medellín, la psicóloga Carolina Ramírez, quien dirige en esa ciudad la oenegé educativa Princesas Menstruantes.
Por ello «nosotras no empleamos el término ‘pobreza menstrual’ y hablamos de dignidad menstrual, reivindicando la necesidad de que la sociedad, las escuelas, los centros de labor y los Estados promuevan la educación en torno a la menstruación y se desmonte el analfabetismo en esa materia», expuso Ramírez.
Como ejemplo mencionó el rechazo persistente al uso de tampones y copas «por los viejos pruritos de que la vulva no se toca, la vagina no se mira», amén de que muchas áreas y colectividades en países latinoamericanos no solo carecen de espacios o útiles para esterilizar productos sino que a menudo no disponen de agua limpia.
Una preocupación que plantearon tanto Saturno como Ramírez es la de la gran vulnerabilidad en que están, en materia de salud menstrual y general, así como de seguridad, las mujeres migrantes en la región, que en los últimos 10 años ha recibido el aluvión de seis millones de personas desde Venezuela.
Otro tema preocupante es el de las mujeres en la mayoría de las cárceles de América Latina, pues están imposibilitadas de procurarse una higiene menstrual adecuada, al no acceder ni a productos desechables ni a posibilidades de esterilizar otros insumos.
En toda la región «se requieren mayores esfuerzos para derribar los tabú que se revierten en vulneración de derechos fundamentales a la salud, la educación, el trabajo y el libre tránsito, y para que la menstruación pueda ser una tranquila experiencia humana», concluyó Ramírez.
- Los nombres han sido cambiados para proteger la privacidad de las entrevistadas.