El artículo de la semana pasada, alusivo a un ciudadano colombiano residenciado en Venezuela, que durante muchos años de manera infructuosa se ha dedicado a querer imponer la palabra «relievante» en sustitución de relevante, generó diversos comentarios, como era de esperarse.
Todas las personas a las que les llamó la atención el contenido de mi escrito y que tuvieron a bien opinar al respecto, catalogaron el caso como un exabrupto, y algunas en un tono más fuerte, al autor lo tildaron de loco. Yo diría que no es para menos.
No es cuestionable que alguien, sobre todo si es comunicador social o educador, se preocupe por usar de mejor manera el lenguaje que emplea, pues es su obligación moral y legal; pero, lo digo una vez más, cuando esa preocupación se basa en el desconocimiento y la ignorancia, es bastante lamentable y aun, repugnante.
Es lo que sin dudas ha ocurrido con el aludido personaje, que si bien es cierto posee un mediano grado de preparación, no ha querido entender que su propuesta no tendrá éxito, dado que es solo el capricho de un locutor, narrador deportivo, periodista y abogado, que se cree dueño de la verdad y con la facultad de dictar cátedra sobre temas gramaticales y lingüísticos. Estoy seguro de que sus paisanos colombianos no se sentirán orgullosos de sus «innovaciones» lingüísticas.
Uno de esos comentarios provino de Chile, con la autoría de Nélyda Saade, venezolana residenciada en esa nación sureña, a quien no conozco de manera presencial; pero hemos entablado una relación amistosa por medio de las bondades de la tecnología actual. Nélyda es educadora y por muchos años ha estado ligada con el acontecer periodístico de Venezuela, lo cual hace que su opinión sea respetable y respetada. Ella me sugirió hablar del caso de las personas que, con la intención de adornar su prosa y de exhibir su «extenso y florido léxico», utilizan palabras que ni ellos mismos conocen. ¡Las hay por montones!
No es cuestionable que alguien, con la intención de mejorar su expresión escrita y oral, se preocupe por enriquecer su vocabulario; pero ese proceso de enriquecimiento debe ocurrir de manera progresiva, natural; sin forzar el lenguaje, dado que de lo contrario le pasará lo que a muchos: creerá encontrar errores en donde no los hay, y en el caso de que sea periodista, a lo mejor pensará que cada nota informativa suya es una pieza literaria. Es posible que con sus ínfulas, no haga periodismo ni literatura. ¡Eso sería lo peor que pudiera ocurrirle, amén de las burlas constantes!
Se debe tener presente que la sinonimia de las lenguas no es perfecta, lo que hace que dos palabras a las que se las considere sinónimas, cambien de significado según el contexto. De esto último he hablado en muchas ocasiones, por lo que solo les remito el caso de iniciar y comenzar que, aunque son dos verbos sinónimos, no se construyen de la misma forma. Lamentablemente, muchos diaristas de Venezuela y de otros paises de habla hispana no han entendido que las cosas no inician: se inician o son iniciadas.
Otro aspecto fundamental que deben tomar en cuenta los aficionados del buen decir, es que para escribir bien y hablar de mejor manera, no es necesario ser catedrático del idioma, que este caso es el español. Lo indispensable es el sentido común, que conlleva la obligación de valorar el alcance de lo que se escriba, que mal o bien, tenderá a arraigarse en el vocabulario del común de los hablantes. Ese inmenso poder inductivo que ejercen los medios de comunicación no debe usarse de manera muy libérrima, dado que el efecto podría ser igualmente provechoso que dañino. ¡Es preferible lo primero!
En cuanto a la voz engolada, es necesario decir que es una fea costumbre que tienen algunos locutores y otros que no lo son, pero que de igual forma actúan en radio, usurpando la función del verdadero profesional del micrófono. Engolar es una forma afectada de darle resonancia a la voz. Es muy común en aquellos que creen que para ser locutor, solo es necesario tener un buen timbre de voz. Por supuesto, es indispensable tener buen tono de voz; pero también buena dicción y cultura general.
En Venezuela hay locutores que no tienen un vozarrón; pero esa falencia la compensan con talento y creatividad, como el caso de Eli Bravo, quien derrumbó el mito de las voces retumbantes y transformó los programas de radio de los años noventa, dejando su marca en la historia. ¡Bravo Eli!