He leído con detenimiento la “Carta abierta a Pablo Iglesias” escrita por Barbara Dührkop, exdiputada del Parlamento Europeo y viuda de Enrique Casas, senador socialista que fuera asesinado por la banda terrorista ETA, publicada en el diario El País el pasado 12 de marzo, en la que le dice al político de Podemos, entre otras cosas, que “solo conoce la historia por lo que ha leído o le han contado, pero nosotros la hemos sufrido…”.
Acto político en recuerdo de Enrique Casas
Junto a ello también le manifiesta que, aun compartiendo algunos puntos de su programa, le ha dolido “su vuelta al pasado lenguaje de preso político ante la excarcelación de Arnaldo Otegui”, ya que para ella, “los verdadero presos políticos son todos aquellos a los cuales el dedo de su `su hombre de la paz` señalaba, mandándoles a la paz eterna”…
Y digo con detenimiento porque a través del texto compruebo algunas de las cosas que desconocía, pero que ahora percibo que nos unían a su difunto marido y al que suscribe, al tiempo que constato, al cabo de tantos años, que los sentimientos de repulsa hacia los asesinos etarras siguen vigentes, afortunadamente, en muchas personas, si bien es cierto que otras intentan amortiguar el sufrimiento ajeno intentando justificar lo que fueron asesinatos en los años de plomo y muerte.
Entre las coincidencias con el que fuera senador socialista compruebo que nos unía el hecho de que los dos fuésemos en su día emigrantes españoles en Alemania en los años sesenta del pasado siglo. Junto a ello, que ambos bebiésemos del ideario de la socialdemocracia alemana en los tiempos de Willy Brandt, cuyas ideas intentásemos trasladar a nuestro país al regreso, a través del partido de Felipe González. Si él manifestaba, según su viuda, aquello de que “Soy andaluz de nacimiento, emigrante por necesidad y vasco por elección”, yo también he repetido cientos de veces que “soy extremeño de nacimiento, emigrante de necesidad y madrileño por elección”. Fue nuestro sino, al igual que trabajar en turnos de noche en Alemania, él de botones en un hotel para pagarse los estudios, mientras yo lo hacía en una cadena de montajes en turnos de 12 horas para comprarme un techo en Madrid, ya que hasta entonces solo tenía el cielo por pensión.
Los dos formamos parte en su día de la llamada “generación del 68”, si bien yo nunca estuve en París arrojando adoquines, sino en la mencionada cadena de montaje.
Dice Barbara Dührkop que a su marido los emigrantes españoles le llamaban “el embajador” porque sabiendo alemán les ayudaba a resolver problemas de papeleo; he de decir que a mí nunca me llamaron por ese nombre, pero también ayudaba, en la medida de mis posibilidades, en el tema del idioma, ya que había estudiado alemán durante unos meses en unos cursos que nos daba el Instituto Español de Emigración, intentando dar un poco de “lustre” a la emigración, al ser una época en la que existía analfabetismo.
Referente a lo de Bilbao 1984, he de manifestar que la ciudad no era sinónimo de la famosa obra de George Orwell, “1984”, pero que sin embargo era algo que se le parecía para algunos de sus habitantes, como la banda terrorista ETA y su parroquia. Porque si el escritor y periodista británico Orwell sitúa la obra en un Estado totalitario donde el poder viene a ser el valor absoluto, y para conquistarlo no hay nada en el mundo que no deba ser sacrificado, los asesinos de ETA campaban por sus respetos en aquellos años de plomo y muerte, y para conseguir el poder, su poder, no se paraban ante nada: así, el 23 de febrero de 1984 asesinaban al senador socialista Enrique Casas al abrir la puerta de su casa, como otro día años más tarde asesinarían al profesor, jurista, historiador y escritor Francisco Tomás y Valiente en su despacho de la Universidad Autónoma de Madrid, o a Miguel Ángel Blanco, concejal que fuera del Partido Popular en la localidad vizcaína de Ermua, asesinado tiroteado en un descampado. Así, más de 700 personas a las que se les quitó la vida viviendo nuestro país en plena democracia.
La última coincidencia, si bien ésta involuntaria, pero desgraciada, me ocurrió precisamente en Bilbao en 1984. Como Enrique Casas había sido asesinado en el mes de febrero, el sindicato UGT, en el que yo trabajaba como periodista en su oficina de prensa en Madrid, decidió trasladar la fiesta lúdica del 1.º de mayo de Madrid a Bilbao intentando elevar el ánimo de los socialistas vascos en un momento en que estaban destrozados y bajos de moral. Esta fiesta del primero de mayo consistía en la clásica manifestación reivindicativa de los trabajadores, con los mítines correspondientes, pero además, durante todo el día se organizaban charangas, música, casetas con productos varios, exposiciones, etcétera, para lo cual el sindicato alquilaba locales, poniendo a disposición de diferentes asociaciones las casetas, además de toda la infraestructura.
Naturalmente los periodistas de UGT estábamos desbordados de trabajo, pues teníamos que atender a los medios desplazados desde diferentes lugares.
Una vez terminada la jornada nos fuimos a tomar unos vinos con algunas personas de las casetas, que para mí se convirtieron en uno de los momentos más desagradables de mi vida, como persona y como periodista. Intentando hablar del tema que nos había llevado, es decir, la delicada situación en el País Vasco, desde mi óptica de Madrid argumenté que me parecía fatal la situación, a lo que otra persona me contestó: “Es que aquí, en esta tierra, la vida de un guardia civil no vale lo mismo que la vida de un vasco”. Fue tanta la repugnancia que me causó que desde entonces, 1984, no he vuelto a pisar el País Vasco. Estoy seguro de que la inmensa parte de la ciudadanía vasca es respetuosa con la democracia, con las leyes, con el deseo de convivencia en paz, y que volveré a aquella hermosa tierra porque 32 años de ausencia no son nada cuando se tiene la vida por delante. Pero el recuerdo permanece, por más que intente evitarlo.
Conrado: Me conoces y ambos vivimos en Tres Cantos. Viajé y mucho por el Pais Vasco, en la dècada de los 60 y me encantó, descubri el queso Idiazabal y aprendí a jugar al mus en un caserio.
Soy andaluz, emigré a Cataluña, vivo en Madrid, pero soy europeo y andaluz.
Un abrazo fuerte a Bilbao y a CMORENODF12. Agur y eskerrikasko
Conrado, soy bilbaina, y te aseguro que te pierdes una ciudad preciosa, que nada tiene que ver con aquellos años grises que tanto te marcaron.
Hoy es luminosa, acogedora y, afortunadamente, los asesinos etarras siguen en la cárcel. Y los que están fuera, sólo ladran.