Mariano Sanz Navarro1
‘Desde estas pirámides, cuarenta siglos os contemplan’ parece que dijo Napoleón a sus tropas poco antes de emprender batalla contra el ejecito mameluco que mandaba Murad Bey. El general francés, luego emperador de medio mundo, será recordado por esa frase durante mucho tiempo.
‘Yo he venido a hablar de mi libro’, dijo el misterioso Umbral, y antes que por las brumas con que disfrazó su vida y de su magnífica obra, se ha instalado en el imaginario colectivo por ese exabrupto televisivo.
Fernán Gómez fue un hombre de cultura extraordinaria, pero será recordado por su ‘váyase a la mierda’ antes que por su extraordinaria labor como escritor, actor, excelente director de cine y de teatro.
A Camilo José Cela, antes que por su premio Nobel de literatura, lo identificaremos, seguramente, por sus siestas de ‘pijama y orinal’.
El presidente de Uruguay, cuyo mandato acaba de finalizar, antes que por su pasado guerrillero, será recordado por su austeridad personal y por su falta de ambición, extraordinaria por completo entre los gobernantes de nuestros días.
Así pasan los seres humanos a la Historia, por una frase impactante o por unos hechos extraordinarios expresados en un instante que se convierte en oportuno.
Así pasarán a la historia (esta vez con minúscula) la extemporánea y maleducada señora Villalobos jugando con el artilugio a infantiles pasatiempos en un lugar tan digno y merecedor de respeto como el Congreso de los Diputados; el redactor del BOE que considera que el hombre necesita la intervención divina para alcanzar la felicidad; los destructores de las obras de arte del museo de Mosul por considerarlos atentatorios contra la doctrina del Profeta; el señor Maduro, quien confundiendo el tono con el volumen -como afirma mi amigo Pepe Abellán-, grita al mundo entero sus paranoias golpistas; y todos los políticos que, como él, han hecho de su oficio una forma de vida que, lejos de dedicarlos al servicio al pueblo como prometieron antes de auparse al macho, solo pretendían que les proporcionara retiros dorados acunados en el seno de multinacionales energéticas.
Vivimos tiempos poco afortunados en los que la cultura está siendo estrangulada por la ramplonería cutre de nuestros gobernantes cuyo principal objetivo es lograr una masa ciudadana atenta solo al pan y circo, cada vez mas inculta y a ser posible, mediatizada por las creencias del carbonero.
Caminamos, como los cangrejos, hacia atrás. Hacia tiempos de creencias que se imponían a las conquistas ciudadanas como sucede en países vecinos –un poco más al sur-, en que las normas religiosas dirigen las vidas de los ciudadanos.
Es posible que la democracia sea el menos perfecto de los sistemas de gobierno de los que hemos experimentado hasta el momento y es probable que permita que el pueblo se gobierne a sí mismo poniendo a su frente a los mejores de entre ellos; es posible que en ese sistema, las creencias –siempre respetables- tengan su sitio y que las normas civiles –por encima de ellas- afecten a todos los ciudadanos sin distinción alguna. Pero no es ese el camino que llevamos.
Por fortuna tendremos pronto ocasión de revertir ese destino. Veremos si, en efecto, el pueblo es capaz de escoger a los que mejor pueden dirigirlo.