El verano dejó de ser la única temporada propicia para la ‘foto’. Viajamos más a menudo y en cualquier época, las cámaras fotográficas son aplicaciones integradas en los dispositivos móviles, no es necesario revelar las imágenes para su visionado, además tampoco son necesarias las reuniones ceremoniales para acompañar el relato organizado en álbumes o simplemente secuenciados en carretes con diapositivas proyectadas. Aunque, como esos objetos que hemos integrado en la cultura, adquirimos hábitos.
Existen momentos o gran suma de momentos donde apetece fotografiar. Y en este cruce de fotografías: las tuyas, las suyas y las impropias, somos blanco (en los lugares concurridos del verano) de participar en el posado espontáneo. Traducido a: ‘supe de ser fotografiado y disimulé pose’, ‘me pillaste infraganti’, ‘me vengué, yo también llevo móvil’, o ‘ni tan siquiera supe de mi posado o sabré qué será de mi imagen’.
Sobre este entrecruzamiento de flases y destellos del verano me hago eco de una noticia escuchada en radio acerca del ‘inapropiado hábito de ciertos padres y madres de crear cuentas (activas) a sus bebés en Instagram’. La locutora del programa de radio expone como debate de fondo que el bebé no es consciente del acto paterno o materno (no tiene permiso del niño o la niña), y cuenta y contará con un relato fotografiado de su vida de bebé para la posteridad. La digitalización del mundo y de sus circunstancias, genera ‘terabytes’ y ‘terabytes’ de saber concreto que a veces puede deconstruir el relato original en otro tipo de relatos ajenos o malintencionados, dependiendo de la ruta de acceso a ese entramado de ideas (o fotos) en ese saber localizado y concreto. Vale, entiendo el temor. Aunque, dejo de comprender este pronunciamiento público sobre el localizado y pertinaz debate de fondo: ¡No se ha consultado al bebé si desea publicar su relato fotografiado!… entre nosotros, a los niños y niñas no se les consulta. Mal hábito. Y nos sorprende en el caso de la cuenta en Instagram.
Existen otro tipo de decisiones que pueden ser determinantes en la vida de un niño, como: la elección de centro educativo, la migración, ser víctima de la violencia de género, una elevada asunción de riesgo en la conducción de su padre o madre, no tener derecho a ser oído durante el proceso de divorcio de sus padres, sufrir acoso institucionalizado, etc… suma y sigue de una lista exhaustiva de aspectos vitales cruciales para la niña y el niño cuando son niños. En ese caso, es crucial pensar por que pondera o se ponderan algunas cuestiones frente a otras sobre este niño que jamás elige en su relación frente al adulto, y en la mayor parte de los casos es visto como víctima o victimario en su no-elección. Pero nos hemos sensibilizado tanto sobre o en contra de la ‘destreza digital’ de la infancia y adolescencia, y sobre todo de la necesaria protección de su intimidad que pixelamos su vida infantil, indeterminado no sólo su intimidad sino su identidad como agente de sus propias decisiones.
¿Será ese el debate de fondo? ¿Decidir por otros (las niñas y los niños) cuando sólo podemos virtualizar (en nuestra mente de adultos) la resonancia de una respuesta que no es la suya?
Posiblemente ‘Instragram’ se convierta en el motivo de este debate pero la mayoría no se da cuenta. Reconduzcamos esta cuestión. Ahora le toca opinar a usted, tenga o no hijos o sea adulto o niño.