Durante décadas, el silencio carcomió a Yasuaki Yamashita sobre sus vivencias como sobreviviente del ataque nuclear que Estados Unidos lanzó sobre la ciudad japonesa de Nagasaki el 9 de agosto de 1945, informa Emilio Godoy (IPS) desde Nuevo Vallarta.
Yamashita, un artista plástico de 74 años que reside en México desde 1968, rompió los sellos que apresaban su boca en 1995, para contar lo que había vivido aquella mañana que cambió el destino de Nagasaki y del mundo entero.
«Tenía seis años, y vivíamos a 2,5 kilómetros de distancia del punto cero (lugar de detonación de la bomba). Normalmente iba a la montaña cercana para cazar insectos con mis amigos, pero ese día estaba solo frente a mi casa, cerca de mi madre, que preparaba la comida», relató a IPS este hombre de hablar pausado, pelo blanco y rasgos bien delineados.
Yamashita, quien en 1968 vino a México como corresponsal para cubrir los Juegos Olímpicos y se quedó en este país latinoamericano, se sumerge en el pasado para rescatar la escena de su madre llamándolo para entrar al refugio instalado en su casa.
«Cuando entramos vino una tremenda luz cegadora. Mi madre me jaló al suelo, me cubrió con su cuerpo, vino un tremendo ruido, escuchábamos volar muchas cosas encima de nosotros», describió.
En derredor solo había desolación, todo ardía, no había médicos, enfermeras ni comida. Era apenas el principio de una tragedia que aún perdura.
A los 20 años, Yamashita empezó a trabajar en el hospital de Nagasaki que trataba a los sobrevivientes de la bomba, al cual renunció años después.
Este hombre estremeció con su relato a los asistentes a la Segunda Conferencia sobre el Impacto Humanitario de las Armas Nucleares, que comenzó este jueves 13 en Nuevo Vallarta, centro turístico del noroccidental estado de Nayarit, con la participación de delegados de 140 países y de más de 100 organizaciones no gubernamentales de todo el mundo.
El propósito de la conferencia de dos días, que sigue a la de Oslo en marzo de 2013, es avanzar hacia la abolición de las armas nucleares, pues constituyen una amenaza económica, humanitaria, sanitaria y ecológica para la humanidad y el planeta.
En el mundo hay al menos 19.000 ojivas atómicas, la mayoría en manos de China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia –autorizados a poseerlas por el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares—, además de Corea del Norte, India, Israel y Pakistán.
La Secretaría (ministerio) de Relaciones Exteriores de México estima que hay más de 2.000 armas nucleares en «alerta operativa alta», listas para lanzarse en cuestión de minutos.
«Estas armas son inaceptables. Deben prohibirse, como ha ocurrido con las biológicas y las químicas. No hay capacidad de respuesta nacional o internacional para abordar los daños», dijo a IPS el investigador y activista Richard Moyes, de Artículo 36, una entidad sin fines de lucro con sede en Gran Bretaña que denuncia los efectos indeseables de ciertos armamentos.
En febrero de 2013, la institución divulgó un estudio sobre el impacto que tendría una detonación nuclear de 100 kilotones en la ciudad británica de Manchester que, con su área metropolitana, es hogar de unos 2,7 millones de personas.
El estallido provocaría la muerte inmediata de al menos 81.000 personas, más de 212.000 heridos y lesionados, la destrucción de puentes y carreteras y un perjuicio severo a los servicios de salud. Ello haría imposible acciones de remediación, con graves derivaciones a largo plazo.
La Ciudad de México y su zona metropolitana, donde viven más de 20 millones de personas, también hizo una medición similar. La explosión de un artefacto de 50 kilotones dejaría un área afectada de 66 kilómetros alrededor de la zona cero, con unos 22 millones de perjudicados, entre muertos y heridos, pues la conflagración se extendería a puntos aledaños en el centro de este país.
«Las consecuencias serían graves: pérdida de facultad operativa del sistema de emergencia, eliminación de recurso humano de rescate, de salud, hospitales, clínicas», explicó a IPS el funcionario Rogelio Conde, director general de Vinculación, Innovación y Normatividad en Materia de Protección Civil de la Secretaría de Gobernación (ministerio del interior).
«Necesitaríamos ayuda de otros estados mexicanos e internacional como equipo, personal operativo y especializado», advirtió.
El desastre ecológico y los daños a la infraestructura equivaldrían a una pérdida de 20 por ciento de la economía del país.
Los lugares del planeta que se convirtieron en laboratorios atómicos, como las islas Marshall del océano Pacífico, han padecido diversos daños.
Ese conjunto de decenas de atolones de coral e ínsulas soportó 67 pruebas nucleares entre 1946 y 1958.
«Ha habido problemas ambientales y de salud, aunque no hay estimaciones. Muchos de nuestros sobrevivientes se convirtieron en cobayos humanos en los laboratorios y casi 60 años después aún estamos sufriendo», denunció el senador de las islas, Jeban Riklon.
El legislador tenía dos años de edad y vivía con su abuela en el atolón Rongelap, cuando Estados Unidos efectuó la prueba Castle Bravo en el atolón Bikini, el 1 de marzo de 1954: una bomba 1.000 veces más poderosa que la detonada en Hiroshima en 1945.
De inmediato, Estados Unidos hizo además un estudio médico secreto para investigar las consecuencias de la radiación en humanos.
Un informe especial del Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas constató en 2012 violaciones al derecho a la salud, a una remediación efectiva y a la rehabilitación ambiental, además de desplazamiento forzado y otras graves omisiones de Estados Unidos.
Los promotores de la conferencia de México aspiran a que el Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en la América Latina y el Caribe, firmado en 1967, sea la base de una futura convención mundial contra esos dispositivos, aunque para ello deben vencer décadas de inmovilismo diplomático.
En virtud de ese pacto se creó en esta región la primera de las cinco Zonas Libres de Armas Nucleares (ZLAN), que abarcan actualmente a 114 Estados.
Las otras cuatro ZLAN corresponden al Pacífico Sur, África, el Sudeste Asiático y Asia Central.
La Comisión Preparatoria de la Organización del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares quiere lograr una hoja de ruta clara que conduzca a un mundo libre de este armamento para 2020.
Este tratado ya tiene 161 Estados partes, pero su entrada en vigor depende de que lo firmen y ratifiquen China, Corea del Norte, Egipto, Estados Unidos, India, Irán, Israel y Pakistán.
En la conferencia de Nuevo Vallarta no hay representantes de las cinco grandes potencias nucleares: Estados Unidos, China, Francia, Gran Bretaña y Rusia.
«No sé cuántas generaciones tienen que pasar para que esto termine. ¿Por qué hacer sufrir a tanta gente inocente? No hay ninguna necesidad… Por eso, tenemos que hacer muchos esfuerzos para abolir las armas nucleares», concluyó Yamashita.
En realidad este ya es una tema sabido y re-sabido, aunque de tremenda vigencia en el día a día. Abolir las armas nucleares es una utopía en el presente y futuro bastante mediano y lejano, ya que es el eje principal de los Estados más poderosos y los que se creen o quieren serlo, para sus acciones de geoestrategia y geopolítica, y auto-conservación. En una paradoja, a más armas nucleares, más equilibrio, como lo hizo notar Marcuse a propósito del «gallito» permanente de la guerra fría, donde el mismo temor al «gran estallido» mutuo moderaba el accionar.
Pero sí es posible -y lo ha sido hasta hoy-, unir esfuerzos para que las armas nucleares NO SEAN USADAS de verdad. Este objetivo se puede mantener y afianzar cada vez.
El dato duro es que las únicas bombas atómicas utilizadas realmente en lo bélico han sido dos y en Hiroshima y Nagasaki, respectivamente, en los comienzos de este «juguete», ambas ciudades japonesas.
El momento político era el propicio e inducido: los japoneses habían sido satanizados ante el mundo occidental, salvajes de salvajes, y había que darles un castigo merecido; EE.UU. emergía como superpotencia y el Estado más poderoso económica y militarmente del orbe y quería hacerlo saber a todos sin ninguna duda posible, dejando en claro cómo respondería ante cualquier otro desafío militar; enviar un mensaje potente, una «señal», a la Unión Soviética de Stalin, aliado con otra ideología que al mismo tiempo se iba convirtiendo en superpotencia y ocupaba más y más territorios en Europa poniéndolos bajo su infuencia, desafiando al Tío Sam; luciendo EE.UU, de paso, una invención para la cual ningún otro país del mundo, en esos instantes, tenía alguna respuesta similar; aprovechar una oportunidad única de probar la nueva e increíble arma y tecnología bélica en un escenario real irrepetible, un pueblo demonizado, irreductible en lo guerrero, desprestigiado ampliamente en el escenario del mundo occidental; una ocasión de «santo Grial», para el fabuloso experimento que permitiera conocer el alcance real de ese ingenio y obtener amplia información para su perfeccionamiento.
Por lo último dicho es que las bombas se lanzaron en ciudades y al centro mismo.
Para haber provocado la rendición japonesa, habría bastado con hacerlo en lugares más pequeños y menos habitados, pues la destrucción impresionante se habría visto igual y las conclusiones las mismas desde la óptica japonesa: ante esto no tenemos como seguir luchando, tenemos que capitular.
Los miles de ciudadanos japoneses de Hiroshima y Nagasaki de 1945, personas comunes como cualquiera que hacían sus vidas diarias de rutina, fueron los «conejillos de indias» forzados, del más portentoso y espantoso experimento o prueba de un arma y de una nueva tecnología de destrucción.
En tal aspecto, en los efectos de conciencia posteriores inmediatos, quizás hasta tuvieron razón algunos científicos que habían trabajado para crear las bombas atómicas japonesas, al prestarse para filtrar tales secretos a los soviéticos, pues al existir dos al menos con la misma tecnología, las tendrían pero evitarían y evitarían utilizarlas; pero si uno solo mantenía la exclusividad, estará mucho más tentado a usarlas de verdad, como fue en 1945.