¿Qué le pasa a Jennifer Lawrence con las flechas en Los juegos del hambre: en llamas, segunda entrega de la saga para adolescentes adultos (adult young, nueva definición para ese público de edad indefinida que antes leía cuentos y veía películas infantiles y ahora se salta la infancia y disfruta con historias del terror más espeluznante, personajes sedientos de sangre y adolescentes como ellos que matan con la mayor naturalidad) que se estrena en las salas españolas el 22 de noviembre de 2013?
En la disparatada travesía final por una jungla fantástica y trufada de trampas, donde se mezclan árboles que manan chorros de agua, nieblas venenosas y representaciones de sucesos y personas que aparecen suspendidas en el aire, la joven que lucha a muerte por su supervivencia, dispara sin cesar su arco mientras el contenido de su carcaj parece renovarse continuamente.
No es este el único misterio del relato escrito por Suzanne Collins que ha conseguido vender más de 30 millones de ejemplares en todo el mundo y que, en esta segunda entrega cinematográfica, ha contado con la dirección de Francis Lawrence (más conocido por sus anuncios publicitarios y videoclips de cantantes que por su cine, aunque ya tiene firmadas las siguientes dos entregas de esta saga) y la interpretación de Jennifer Lwrence (23 años, ningún parentesco con el director y Oscar 2013 a la mejor actriz por Happiness Therapy) en el papel de la superheroína Katniss, quien ya fue una vencedora en la primera parte, y Josh Hutcherson (21 años, procedente de series televisivas).
Con un argumento que no es otra cosa que un remedo trasladado a un futuro inaguantable de la mediocre realidad televisiva que disfrutamos en tantos lugares del planeta–o sea, “telerealidades” en que los protagonistas juegan a la supervivencia y adquieren una fama más o menos efímera que, en los mejores casos, se prolonga después durante un tiempo, ya fuera de los platós y trasladada a lo que los medios de comunicación llaman “vida social” que, en realidad es todo lo contrario, solo un desfile de imágenes de individualidades parecidas unas a otras como sacadas con molde, imágenes que parecen cortadas y copiadas-, Los juegos del hambre: en llamas son algo más de dos horas de película en un mundo apocalíptico que tiene muy poco de humano, en una sociedad que vive inmersa en el terror y la obediencia sumisa y ciega a un presidente, encarnación del mal, interpretado por Donald Sutherland.
La campaña de promoción de la película- que ha adelantado en 24 horas el estreno previsto, para añadir emoción al evento- asegura que es una historia de amor, fraternidad, esperanza… yo he salido del cine preguntándome qué hacía allí. Pero esto me suele ocurrir con todas las películas del nuevo género fantástico, ese que también se llama “de anticipación”: si el futuro es ésto me alegro mucho de saber que no estaré para verlo.
(Y ahora, para esos adolescentes que tienen tan poco de adultos, que esperan horas para ver aparecer a los protagonistas en los estrenos y van a convertir en un taquillazo lo que antes han convertido en best-seller literario, el resumen de lo que van a ver en la pantalla: Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) vuelve sana y salva a la casa familiar, donde le esperan su madre y una hermana pequeña, tras ganar los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre junto a su tributo Peeta Mellark (Josh Hutcherson); lo de tributo quiere decir algo así como compañero, aliado, aunque no exactamente. Ganar significa tener que dejar atrás a familia y amigos y embarcarse en la “Gira de la Victoria” por los diferentes distritos. A lo largo del camino, Katniss se da cuenta de que una rebelión comienza a gestarse; su espectáculo, para el que cuenta con un diseñador de ropa de cabecera, está provocando una contestación entre los habitantes de los distritos más pobres. Pero en el Capitolio continúa todo bajo control mientras el Presidente Snow (Donald Sutherland) organiza los Septuagésimo Quintos Juegos del Hambre (El Vasallaje), con la intención de acabar para siempre con esa pareja que en realidad le está desafiando.