Tuve el placer de conocer a la artista franco estadounidense Louise Bourgeois cuando le hacían un homenaje de parte de la Dirección de Asuntos Culturales de Nueva York, y fue el director Luis Cancel quien me introdujo, para solicitarle una entrevista. Al hablarle en francés, Louise se entusiasmó y me llevó a una salita, donde se sentó (un tanto extenuada) y platicó conmigo.
Era una mujer pequeña, casi frágil, pero sus manos eran como tenazas, me tomó del brazo y contenta porque le hablaba en su lengua maternal me dijo que la entrevista la haríamos en su taller, le pidió al hijo que tomara nota de todo y a boca de jarro me preguntó si entendía la gente lo que ella hacía… quedé un tanto sorprendida pero le contesté que los homenajes revelaban que al menos la consideraban y la admiraban. Sonrió y luego me dijo que lo que ella expresaba en sus trabajos no era fácil, eran vivencia interiores, profundas, a veces pesadillas, dolores, preguntas sin respuestas, otras imágenes se le imponían, era algo inconsciente.
Reconocía que trabajaba mucho, siempre, haciendo impresiones, dibujos, telas, y las esculturas, que le exigían una gran atención. “Nunca he dejado de trabajar, aún más cuando no era tan reconocida, el reconocimiento llegó más tarde, sabes…como ahora…” Y se sonrió con cierta picardia.
Inquieta y atenta a todo no pudo seguir conversando conmigo, la requerían en el salón y me pidió que nos vieramos en su taller. Por razones ajenas a las dos, no sucedió. Pero esos momentos compartidos con ella, fueron muy bellos.
Hoy, al recorrer las salas del Museo de Arte Moderno, MOMA, donde se exhibe la exposición de su obra con el título “An Unfolding Portrait”, vuelvo a rememorar aquel instante, fue en la Casa del Alcalde, a orilla del rio, en Manhattan, en la década de los 90. Me sorprendió entonces que una mujer que daba la impresión de cierta debilidad, delgada, un poco encorvada, tuviera tanta fuerza, tanta energía y creatividad. Plasmaba su mundo artístico con la audacia de una joven y el vigor de un ser rotundo y convencido. Ella que parecía toda dudas…
Esa audacia y esa fuerza se manifiestan en la exposición del Moma que se centra especialmente en sus dibujos, tintas, grabados, impresos y algunas esculturas, no tiene la pretensión de ser una retrospective, ni abarcar la obra de la artista, es focal en cuanto a su material, y ese es el mayor atractivo porque permite analizar los dibujos, las impresiones, las investigaciones llevadas a cabo por la artista, quien antes de morir donó al MOMA su archivo, una importante colección de obras, parte de ellas exhibidas en esta ocasión. Podemos apreciar su acercamiento a la figura y su alejamiento, a través de trabajos totalmente abstractos. Las indagaciones de formas y de imágenes que luego se desarrolllan en sus esculturas. La muestra es un viaje a su mente creativa y a su evolución plástica.
Hoy, al recorrer la exhibición, podría decirle a Louise que su obra no sólo es comprendida sino que muchas mujeres se identifican con sus trabajos y muchos hombres entran en reflexión. Podría decirle que su obra inquieta, desconcierta y toca aspectos del inconsciente, zonas profundas de nuestro ser. Se mueve entre el surrealismo y el arte catártico, entre el psicoanalisis y las obsesiones. Tal vez, en eso, radica su modernidad y mensaje.
Louise nació en Francia el 25 de diciembre de 1911 y murió en Nueva York el 31 de mayo de 2010, a los 98 años. Trabajó hasta el último momento en su casa de Chelsea, West 20th Street, en Manhattan, donde también tenía su taller. Estudió arte en su país natal y luego, cuando se casó con el professor americano Robert Goldwater, a quien conoció en su tienda de arte, al llegar a Estados Unidos, continuo sus estudios visuales. Se vinculó al medio artístico neoyorquino. Conoció a Matisse, a Miró, se relacionó con Marc Rothko, Jackson Pollock y otros artistas contemporáneos.
Mas tarde, afianzada en su estética, se incorpora a movimientos artísticos norteamericanos y activistas y fue fundadora del Arte Confesional, una tendencia que se apoya en los trasfondos autobiográficos, enfocando los aspectos humanos interiores: ansiedad, depresión, incomunicación, soledad, partiendo de experiencias personales, algunas de ellas muy traumáticas como su díficil relación con su padre y la admiración por su abnegada madre, guardiana del hogar y su apoyo emocional. Sus expresiones artísticas tienen mucho de catártico y se conectan con el público, especialmente el femenino. Su trabajo escultórico “Mamam”, la gigantesca araña de 10 metros de altura, realizada en bronce ha adquirido fama internacional y se exhibe en varias partes del mundo.
Fue en los últimos años cuando alcanzó ese reconocimiento internacional, participando en Documenta 9- Kassel, Alemania y en 1993, en la Bienal de Venecia, representando a Estados Unidos, su país adoptivo.
La muestra del Moma esta organizada según secciones: Abstracción, Animales e Insectos, Arquitectura, Partes del cuerpo, Trabajos en tela, Rostros y Retratos, Figuras, Familia, Música, Naturaleza, Objetos, Arañas, Espirales y Palabras. Cada una enfoca el tema a través de diferentes obras de la artista.
En Arquitectura vincula lo edilicio de Nueva York que tanto le impactó cuando llegó, con la casa y la mujer. Los trabajos de telas son investigaciones con estampados, ropas y géneros. Nos muestra a su vez el proceso por el cual llega a su concepción de la araña, emblema de su madre. Son igualmente conmovedoras las imágenes de Santa Sebastiana, el proceso de la maternidad, el parto, el sacrificio y la liberación corporal, o la escultura en bronce de 1993, Arco de Histeria.
Desde el punto de vista estilístico, Louise explora una gran variedad de técnicas: dibujo, grabado, impresión, litografía, acuarela, digitalización, fotograbado, tinta, hasta llegar a concebir sus grandes esculturas, primero elaboradas en madera y luego abordando el bronce.
La escultura tardó en desarrollarse en su expresión artística pero alcanzó su mayor concreción en los 90 con la creación de su gigantesca araña, que se exhibió desde Nueva York a Buenos Aires, desde París a Qatar, y que vemos en el Moma, en toda su dimensión. Según la propia artista es una oda a su madre, pero mas allá de lo narrativo, es una composición escultórica que, si bien refleja el aspecto real del aracnido, se transforma en una metáfora de líneas paralelas y curvas con un centro originario. Hay algo de cárcel y de encierro, algo de crispación y ansiedad en este volumen que interviene el ámbito. La gran escultura inquieta, desasociega, interroga al lector. El espectador se aproxima o la rechaza, nadie queda indiferente. El espacio esta invadido por un animal, por líneas o garras, el espacio esta intervenido por algo perturbador.
“Crees que entienden mi obra”- oigo a Louise susurrarme mientras me apretaba el brazo… Más allá del entendimiento, Louise, apela a sensaciones profundas, al inconsciente, a vivencias ocultas que pueden detonarse ante esta visión. Es en esa profunda introspección donde radica la fuerza de su obra, en permanente mutación como nuestra mente y nuestras secretas emociones.