La convivencia entre personas de distintas generaciones supone un enriquecimiento mutuo y solidario, señala en este artículo de opinión Carlos Miguélez Monroy, para quien se trata de un aprendizaje compartido y un cambio de paradigma mercadológico de la vivienda hacia uno basado en valores de solidaridad compartida.
Carlos Miguélez Monroy1
Un techo a cambio de compañía para una persona mayor que vive sola. Con esta idea se queda mucha gente que conoce los diversos programas de convivencia intergeneracional que hay en el mundo. Que además es poca. Esta fue una de las principales conclusiones a las que llegaron gerontólogos, trabajadores sociales, sociólogos, expertos en otras áreas como la economía, responsables de organizaciones y hasta personas de la política que participaron en el 4º Congreso Mundial de Homeshare hace unos días en Melbourne, Australia.
Coincidieron en destacar como una idea sencilla pero brillante juntar personas que viven solas y que padecen soledad con personas que buscan una vivienda asequible. Se trata entonces de demostrar el valor social y económico de los programas de Homeshare que hay en España, en Francia, en Alemania, en España, en Reino Unido, en Australia, en Estados Unidos, en Japón, en Canadá y en otros países. Con este tipo de programas, las personas mayores mejoran su estado de ánimo, lo que va en beneficio de su salud y reduce los gastos en médicos. Permanecer más tiempo en su vivienda no sólo mitiga el “dolor biográfico” que supone la separación de lo físico que vincula a estas personas a su mundo emocional. Evita además le necesidad de habilitar residencias deprimentes que suele pagar el contribuyente con sus impuestos.
Homeshare International, la red que agrupa a organizaciones con este tipo de programas, acaba de poner en marcha el Homeshare International Research Advisory Group (HIRAG), que dirigirá Mariano Sánchez, sociólogo y profesor por la Universidad de Granada, experto en temas de envejecimiento. Asume así la responsabilidad de encabezar un equipo para la investigación académica y científica de los programas de convivencia intergeneracional que contribuya a aportar datos y a demostrar ese valor social.
Con datos e investigación en mano, será necesario elevar el perfil de las iniciativas intergeneracionales en la llamada “opinión pública”. A esta conclusión también se llegó en el congreso de Melbourne. Se habló de campañas de sensibilización dirigidas al público general y a los medios de comunicación, de formación de futuros periodistas, de mejoras en la forma de comunicar desde las organizaciones sociales. De esta manera se podrá presionar a los gobiernos para el apoyo a los programas, lo cual tiene resultados cuando se tocan las teclas adecuadas.
De hecho, Martin Foley, ministro de Vivienda, comunicó que su programa piloto de vivienda pública para personas con dificultades para encontrar una casa va a incluir a Homeshare como una opción. Foley habló de los precios disparados de vivienda, de su escasez, del envejecimiento de la población, creciente número de personas en riesgo de exclusión, necesidad de construcción de viviendas para la llegada de los inmigrantes que necesita el país para poder sostener los servicios y las pensiones de una población envejecida. Por eso reconoce el valor de los programas de convivencia intergeneracional.
Pero no sólo hace falta mayor implicación de los representantes políticos. Con una mayor implicación de las organizaciones en materia de comunicación y de sensibilización, otros posibles financiadores tendrán más clara la pertinencia de promoverlos y el público contemplará cada vez más este tipo de iniciativas como una opción de vivienda y no una anécdota curiosa que de vez en cuando sale en la tele.
También hay trabajo pendiente en la elaboración de los mensajes que quieren lanzar las organizaciones a los medios de comunicación, al público desde sus páginas web y desde sus perfiles en redes sociales, cada vez más presentes como herramientas de comunicación que hay que dominar antes de utilizarlas.
Por eso conviene resaltar la dimensión intergeneracional de lo que en principio parece sólo techo a cambio de compañía. La convivencia entre personas de distintas generaciones supone un enriquecimiento mutuo y solidario, un aprendizaje compartido y un cambio de paradigma mercadológico de la vivienda hacia uno basado en valores de solidaridad compartida. También existe un componente intercultural, pues muchas veces son estudiantes universitarios de otros países quienes buscan los programas intergeneracionales como opción para encontrar un espacio ideal donde poder llevar a cabo sus estudios. La presencia de una persona joven crea nuevos vínculos con la comunidad y fortalece los de la persona mayor con su comunidad. Nadie pierde con este modelo solidario.
- Carlos Miguélez Monroy es periodista y editor en el Centro de Colaboraciones Solidarias