No me había hecho esa pregunta nunca hasta hace poco. ¿Para qué vamos al cine? Y me la hice un día viendo una película… en la tele. Bueno, para no mezclar (¿churras con merinas?) me voy a centrar. Sirva, sí, de precedente. De procedente precedente. Voy a tratar de explicar para qué voy, al menos yo, sí, al cine. Y me voy a valer de una película redonda, casi perfecta. Extremadamente cinematográfica, tal y como yo entiendo el cine. Hablo de Perfectos desconocidos, la más reciente película del director español Álex de la Iglesia, uno de los grandes cineastas vivos.
Yo voy al cine a entretenerme. Y Perfectos desconocidos me entretuvo. Mucho. Tanto que no miré el reloj ni una sola vez, algo imbatible como medidor de la bondad de un film. Tampoco pensé en casi ninguna otra cosa que fuera lo que se me contaba, o mejor, no fui consciente de que no pensaba en otra cosa que en lo que veía, porque no hacerlo sabemos que es imposible. Tampoco estuve buscándole los tres pies al gato ese que suele ser una película de las que te muestran bien ponto el cartón ficticio de que están hechas y no te permiten ingresar nunca plenamente en esos 90 minutos más o menos de realidad imaginaria que es el cine. Fui a entretenerme y vaya si me entretuve, y lo hice disfrutando de lo que de cómico tenía lo que, bordeando esa crueldad que suele barnizar la realidad, De la Iglesia había puesto magistralmente ante mis ojos emocionados por el color emocionante en movimiento que es su divertidísima Perfectos desconocidos.
Yo voy al cine a aprender. Y Perfectos desconocidos me ha enseñado varias cosas, cosas que no sabía que sabía y que me enseñó a aprender a saberlas de una vez por todas. Que cuanto ocurre tiene lugar, que el perdón agrieta el alma, que el pasado es indeleble, que el verdadero amor es de granito, que la verdad se escabulle, que los amigos son nada más y menos que eso: amigos. He aprendido que arriesgarse está sobrevalorado, que sin actores descomunales las películas no sirven para nada. Fui a aprender y vaya si aprendí, aprendí que aunque Eduard Fernández y Ernesto Alterio juegan en otra liga artística, sus compañeros de reparto están a su altura en esta película equilibradamente dirigida, por fin, por un excelente Álex de la Iglesia.
Yo voy al cine a ver películas como Perfectos desconocidos.