Bulgaria tiene un rico patrimonio religioso, y ha sido la religión ortodoxa la guardiana de la lengua, del alfabeto cirílico y la cultura búlgara. La religión fue un vínculo para mantener la unión nacional en el periodo del Imperio Otomano y luego durante la Unión Soviética.
Hay un lugar para los búlgaros que es emblemático y de profunda espiritualidad: El Monasterio de Rila, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1983.
Llegar al Monasterio parecería difícil puesto que está en medio de una extenso parque nacional. Sin embargo, en mi visita a Bulgaria pude comprobar que el turismo está bastante organizado por las agencia privadas que ofrecen excursiones a precios razonables. Se puede solicitar el tour en el hotel o bien detrás de la catedral, temprano a la mañana, donde paran los buses turísticos.
Partimos a las 09:00 horas hacia la montaña de Rila. Vemos algunos sembradíos a la salida de Sofía, pero el campo no parece tan cultivado como en otros países europeos, las crisis pasadas dejaron secuelas como el éxodo de agricultores a la ciudad. La autopista es buena y se construyó con Fondos de la Unión Europea a la que Bulgaria pertenece desde 2008.
Ascendemos lentamente hasta alcanzar los 1100 metros, hay picos de 2000 metros en Bulgaria, los bosques nos rodean. Este macizo tiene una flora casi intacta de pinares añejos, riachos ocultos y una fauna que no se ve pero existe de osos, lobos, linces, pájaros diversos.
Por qué un monasterio en un lugar tan recóndito…
Remontemos en el tiempo, vayamos al siglo X, un monje huye de la hipocresía de la nobleza y de la falta de justicia, se refugia en estas montañas boscosas, en un árbol cava su casa y su tumba, vive como un ermitaño. En su testamento comenta esta decisión: «Cuando llegué a este lugar desierto de Rila no halle alma viva, sino únicamente animales salvajes y lugares impenetrables, y me establecí aquí, completamente solo…»
San Juan de Rila, conocido como Ivan Rilski, vivió santamente, ayudando a la gente y curando sus males con hierbas y rezos. Fue importante guía espiritual y social en la Bulgaria medieval y su fama se extendió hacia Rusia y los Balcanes. Fue llamado Monje de los Milagros, por sus obras y curaciones y fue canonizado por la iglesia Ortodoxa. El zar de Rusia Pedro I fue a visitarlo con regalos, el santo solo aceptó la comida y ante los ruegos para que saludara al Zar, subió al tope de una montaña y lo saludó con una antorcha.
Al final de su vida fundó un monasterio para albergar a los monjes que lo seguían. El monasterio se fue ampliando, llegó a tener 300 religiosos, el edificio sufrió incendios, pero fue reconstruido en el siglo XIX, lo salvado del fuego no fue alterado. La torre quedó intacta y es la parte más antigua.
Anton Medievev, nuestro guía, nos explica: «es el símbolo del sentir nacional, es emblema de la identidad de un pueblo avasallado durante años que mantuvo su fe, su lengua y sus tradiciones».
Al llegar, nos sorprende el tamaño de la construcción, es casi un castillo fortificado de cuatro pisos. Entrando por la puerta Dupnitsa se tiene una visión general del gran monasterio, es tocar el corazón de un pueblo que resistió y protegió sus valores.
La planta del monasterio es irregular, en el centro se encuentra la Torre y la Iglesia de la Natividad reconstruida en 1833. Las galerías con arcos circundan las celdas monacales. Actualmente, se puede pernoctar en el Monasterio previo permiso.
Visitamos la iglesia, al acercarnos vemos pinturas en la recova y los techos. Algunos murales pertenecen al artista búlgaro Zahari Zograv del siglo XIX, quien imaginó el infierno con diablillos y el paraíso con bellos angeles.
El interior del templo guarda el féretro del santo en el altar, cubierto con un manto rojo. El cuerpo del santo sufrió varios traslados hasta que finalmente descansa en su monasterio.
El patriarca Varlaam conversó conmigo en la cafetería: «Se trabaja los siete días de la semana y siempre hay gente y hay que atenderla y tener paciencia ante sus requerimientos, vienen de muy lejos, y queremos que vengan, todos son bienvenidos».
Después de la acogedora plática, recorro nuevamente el monasterio, visitamos la torre con sus viejas campanas, y el museo que guarda objetos sagrados, manuscritos anteriores a la imprenta, incunables y documentos, además de una cruz tallada durante doce años, por un monje llamado Rafael. La devoción que San Juan Rila despierta no cesa, muchos le piden por su salud y las peregrinaciones son constantes. La fe mueve montañas.
Caminamos por el parque aledaño y disfrutamos de la bella foresta, exuberante y natural, escuchamos el arroyo de agua clara, se disfruta la paz, la naturaleza y un espiritu de armonia.
Durante nuestro regreso a Sofía, más o menos dos horas, converso con Anton, interesado en la historia. La juventud bulgara busca esclarecer muchos aspectos de su pasado, y hay un revisionismo histórico, tratando de indagar la presencia búlgara desde remotos tiempos, considerando los tracios sus ancestros.
El Monasterio es un ejemplo de ese sentimiento nacional que surgió en el siglo XIX y que parece despertar nuevamente.
Tal vez haya que volver a Bulgaria para conocer Tarnovo, las iglesias rupestres, Nessebar, los baños de aguas termales, los parques y montañas, las playas del Mar Negro y tantos otros sitios.
Bulgaria tiene mucho para hacer y mucho para ofrecer.
Muy interesante!