Te quitas la máscara en esta tarde que nos envuelve con y como la vida misma. Te seguimos. Nos sacamos de atolladeros con una valentía que recrea puntos dulces, pero también recuerdos que fueron ácidos. Sacamos provecho de todos.
Nos devolvemos a las caricias que nos sugirieron presencias sin condiciones. Han sido y serán con una parsimonia que nos enlaza con fines hermosos que se presentan como inicios.
Nos hemos observado. Aprendemos hasta de los silencios, que nos suben a la nave de la paz, que nos insufla entusiasmos y ganas de victoria, necesariamente anónima.
Nos insistimos desde las premisas de la grandeza de espíritu: para avanzar hay que soltar lastre. Nos damos los buenos días más maravillosos, y lo son porque somos menesterosos a la hora de entregar cuanto nos reporta la existencia, que nos pone una estupenda música. Eso sí: nos toca aprender a sintonizarla en cada momento, cuando cambiamos de lugar, pues las frecuencias de captación no siempre son las mismas. Estamos con los ojos abiertos.
Los elementos se congregan para dar con ese final que es recuperación. Nos subrayamos el respeto como base de la amistad. Hemos de fermentar con las iniciativas más nobles que anclan las bases de la sociedad. Las amenazas de los débiles, de quienes no creen en el futuro del conjunto, han de dejarse atrás.
Nos contentamos con la suerte que se nos brinda, que es mucha. Nos hemos especializado en querer, y eso trae mucho y bueno.