En 1991 un ensayo sobre las raíces históricas de la política cultural francesa durante el siglo veinte movilizó a la intelectualidad de aquel país al criticar el papel de la política en el ámbito de la cultura, utilizada por la derecha gaullista para contrarrestar la decadencia cultural de Francia y por el socialismo para cambiar la imagen de una cultura controlada por el Estado.
Los presupuestos de aquel ensayo se podían aplicar a los ámbitos de la política cultural europea y aún universal, por lo que muy pronto la polémica se extendió a todo el mundo.
Aquel libro se titulaba «El Estado cultural (ensayo sobre una religión moderna)» y su autor era un profesor de la Sorbona, miembro de la Academia francesa y del Collège de France llamado Marc Fumaroli.
Fumaroli acaba de morir en París a los 88 años. Era, junto a George Steiner y Harold Bloom, uno de los grandes referentes de la cultura y el arte.
Además de sus clases en la universidad y sus ensayos, Fumaroli alimentaba sus polémicas en periódicos como «Le Monde» y «Le Figaro», y en revistas de pensamiento como «Commentaire».
Una obra fundamental
En España las obras de Fumaroli eran prácticamente desconocidas hasta que la editorial Acantilado decidió publicar casi todos sus títulos, entre los que sobresalen «Las abejas y las arañas», «Cuando Europa hablaba francés. Extranjeros francófilos en el Siglo de las Luces», «París-Nueva York-París», y «La república de las letras».
En «Las abejas y las arañas» Fumaroli analiza los orígenes de la controversia que en los siglos dieciséis al dieciocho se dio entre los Antiguos y los Modernos, que posteriormente, en los años treinta del siglo veinte, trajo a España Ortega y Gasset con «La rebelión de las masas», reflejo asimismo de las propuestas de los filósofos de la Escuela de Frankfurt sobre la alta cultura y la cultura de masas. Más recientemente Vargas Llosa vino a renovar la polémica sobre este enfrentamiento en su ensayo «La civilización del espectáculo».
En «Cuando Europa hablaba francés» Fumaroli elabora una galería de retratos de extranjeros francófilos que a veces se entrecruzan: reyes y reinas, caudillos militares, embajadores, aventureros, grandes damas que, desde los salones en los que reinaban, influían sobre nobles, intelectuales y artistas. Todos fueron testigos de la Europa francesa del Siglo de las Luces, cuando París era la capital del mundo. El autor revela aquí cómo muchos de los acontecimientos de la historia de aquellos siglos fueron tejidos con los hilos de la influencia del mundo de la cultura, muchas veces en forma de conspiraciones de sociedad que discurrían al margen del poder político.
En «La República de las Letras» Marc Fumaroli estudia el fenómeno y los daños colaterales que todo progreso arrastró consigo, entre ellos el hecho de que con la aparición de la imprenta se favoreciese la difusión de textos de escaso valor literario y que la cultura escrita se emancipase de la disciplina del latín. Otra de las consecuencias, según Fumaroli, fue que la difusión de la Biblia facilitase interpretaciones diversas en torno a las Sagradas Escrituras, provocando guerras de religión.
La República de las Letras estaba integrada por las Academias que promovían reuniones para la Conversación (de salón, de biblioteca o de gabinete científico, que eran las tres modalidades), sociedades mundanas, desdeñosas de la enseñanza universitaria de la época, en las que caballeros y damas conversaban con hombres de letras, a menudo bajo la protección de un príncipe, y que potenciaban el papel de la mujer en un plano de igualdad al de los hombres (a veces estos círculos se organizaban en torno a una mujer, como Mme. Staël o la marquesa de Rambouillet).
Conversaciones y Academias darían lugar a los itinerarios de la República de las Letras, una república monárquica que Fumaroli estudia junto a la biografía de sus protagonistas, príncipes admirables, como Nicolas-Claude Fabri de Peiresc, astrónomo, cosmógrafo, físico, zoólogo, naturalista y filólogo, quien renunció a ser autor para promocionar de su propio bolsillo a autores a los que proporcionaba gratuitamente manuscritos y documentos y que tuvo el mérito de convertir a la ciudad de París en la capital de la República de las Letras, arrebatando a Italia la centralidad y el protagonismo. Su influjo llega hasta el siglo veinte con el último de sus «príncipes», Alphonse Dupront, un historiador de la misma generación de Sartre y Aron, testigo de la condena por el papa Pio XI de la doctrina monárquica de Charles Maurras, identificado con marxistas, fascistas y nacionalsocialistas, los tres totalitarismos del siglo.
Tal vez el ensayo más polémico de Fumaroli haya sido «París-Nueva York-París. Viaje al mundo de las artes y de las imágenes», en el que critica la ideología dominante del consumismo y los fraudes que se hacen pasar por Arte Contemporáneo, al que Fumaroli considera un engranaje más de la producción industrial, una mercancía comercial con la etiqueta «arte». El Arte Contemporáneo fraudulento sería una rama de esa industria global del entertainment que se ha ido instalando en el lugar hegemónico del mercado mundial.