«Mustang», de la realizadora franco-turca Deniz Gamze Ergüven, es el relato de la emancipación de cinco hermanas adolescentes, crecidas en un pueblo remoto de la Turquía actual, la misma que reprime la libertad de prensa a golpe de metralleta y la misma a la que la Unión Europea va a pagar cantidades fabulosas de dinero para que le arregle –a golpe de expulsiones y campos de internamiento- el problema de los refugiados y migrantes que huyen de países en guerra o hambruna soñando con una Europa que, a todas luces, no existe. La misma Turquía donde, en muchos rincones, las mujeres siguen siendo propiedad de los hombres.
Mustang es una película valiente, caústica y sincera, que viene cosechando aplausos y premios desde que se presentó en el Festival de Cannes 2015. Una obra de arte que puede exhibirse como una enseña en días como hoy, cuando se pretende homenajear a las mujeres trabajadoras.
En un remoto pueblo de Turquía situado al borde del mar Negro, cinco hermanas adolescentes y casi idénticas, tanto que juntas forman un grupo homogéneo con sus melenas al viento, sus uniformes de colegiala y sus risas incontrolables (un recuerdo inevitable para las muchachas en flor en Proust y las vírgenes suicidas de Sofía Coppola), crecen en una familia obsesionada con la tradición, y fundamentalmente con la conservación de la virginidad de las mujeres hasta el matrimonio. Huérfanas, perdieron a sus padres en un accidente, de la educación de las chicas se ocupan una abuela bastante tolerante y un tío modelo patriarca, represor, machista y quizá también abusador.
El día que algunos vecinos del pueblo se quejan de haber visto a las chicas regresar de la escuela jugando con muchachos de su edad, empiezan a aumentar las prohibiciones hasta que la casa familiar se convierte para ellas en un auténtica prisión, a la que la intransigencia del tío va añadiendo rejas y candados y en la que, en la práctica, viven secuestradas. La obsesión de la abuela es casarlas, incluso antes de la edad legal, para lo que intenta servirse de parientes y amigas que le buscan candidatos. Las niñas consiguen transformar su cárcel en un refugio, desde el que defenderse, juntas como una piña, contra el mundo exterior e insidioso, hecho de cotilleos y acusaciones.
La lucha de las hermanas por su libertad es “ un magnífico y conmovedor pulso entre el pasado y el presente”. De distintas maneras, las cinco hermanas consiguen romper la opresiva cadena de la tradición castradora. Las protagonistas, mayoritariamente actrices no profesionales, consiguen el toque de frescura que la realización necesita para no convertirse en una historia más de países intolerantes con las mujeres. La belleza del relato está en la fuerza con que las niñas se enfrentan al obscurantismo cultural, idéntica a la que oponen a la doma los “mustangs”, esos caballos que crecen salvajes en las llanuras y que los hombres cazan para amaestrar.