Ileana Alamilla[1]
Hemos tenido un año difícil en Guatemala. Las expectativas creadas a partir del hito histórico del año anterior se han deteriorado. No todo resultó como se esperaba, especialmente en los asuntos de más profundidad, como combatir la pobreza; da la impresión de que se sigue combatiendo a los pobres al negarles oportunidades.
Tal como expresaron los obispos de la Conferencia Episcopal en sus reflexiones de noviembre: “Dios ama la justicia y el Derecho”, basadas en la doctrina social de la Iglesia: las demandas legítimas y sensatas de los distintos sectores de la sociedad civil no encuentran espacios suficientes para priorizar, dirimir y establecer mecanismos de negociación que tengan al final el bien común como meta suprema. Creemos fundamental hacer viable lo justo y anhelado para una sociedad mejor. El bien común, que los hombres buscan y consiguen formando la comunidad social, es garantía del bien personal, familiar y asociativo.
Ese bien común está explícitamente invocado por los constituyentes en el preámbulo de la Constitución Política que también recoge las tradiciones y herencia cultural como parte de su inspiración, pero que ha quedado, como mucho del texto de nuestra Carta Magna, en letra muerta. No hemos sido capaces de avanzar en la búsqueda de mejores condiciones para las mayorías. Guatemala es un retrato en sepia que representa el pasado y, tal vez peor, vamos retrocediendo a etapas anteriores de ese pasado reciente. Basta dar una mirada a los millones de personas abandonadas a su suerte en el área rural.
Pero hoy es un día especial para los creyentes en la llegada del Mesías que vino para salvar al mundo, aunque otros tengan creencias distintas. Lo que no puede ni debe ser diferente es el mensaje que esas historias, leyendas, mitos o realidades encierran: el ser humano debe ser sensible y solidario. No tiene derecho de ser feliz a costa del sufrimiento de otros. Tiene la oportunidad de construir y prohibido destruir. No es la caridad lo que los pobres y necesitados merecen, es una vida digna, es la justicia social. Eso es lo que hará la diferencia y nos traería la paz espiritual, material y social que todos y todas necesitamos.
El mensaje que debería privar en estas celebraciones en donde abunda la publicidad y las compras desenfrenadas no debería ser únicamente para generar las ganancias e incitar al consumo. Nadie niega el deseo que nos mueve de ofrecer obsequios a los seres queridos, pero el mejor regalo que podemos dar, como semejantes a los demás, es actuar con rectitud y ética. Trabajar con responsabilidad. Actuar como ciudadanas(os) responsables. Contribuir en la construcción de un país más justo, menos desigual. Evitar que la ambición desenfrenada se posesione de nosotros al grado de que solo nos interesa acaparar fortuna.
A diario tenemos la oportunidad de emprender acciones que, sumadas a las de los demás, terminarán siendo grandes obras que beneficiarán a innumerables personas. En esta época la sensibilidad está a flor de piel, por eso hay que aprovecharla para intentar convertirnos en paradigmas de solidaridad, en guerreras(os) por la justicia.
Nuestros niños esperan regalos y no incito a privarlos de eso a quienes tenemos el privilegio de hacerlos felices. Solo anhelo que pensemos en los otros niños que no tienen nada, ni comida diaria, ni salud, ni educación. Que no tendrán oportunidad de salir de este presente, que fue el pasado de su familia y será su futuro si quienes podemos hacer la diferencia seguimos disfrutando de lo que, a costa de lo que otros no tienen, hemos gozado.
Esta navidad seamos felices, abracemos, besemos y disfrutemos con nuestra familia, el mayor tesoro que nos ha sido ofrecido, pero propongámonos hacer que otras familias disfruten también de este amor y este entorno que algunos de nosotros tenemos.
¡Feliz Navidad!
- Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, fallecida en enero de 2018.