¡No corrija por corregir!

El tema de mis dos artículos anteriores ha girado en torno de un personaje que por años se ha empecinado en imponer la palabra «relievante», pues según él, es la forma correcta, ampliamente difundida en su país natal, Colombia.

No tengo nada en contra del susodicho, y de hecho, en muchas ocasiones hemos intercambiado impresiones acerca de la necesidad de que los comunicadores sociales y los educadores se preocupen y se ocupen de usar de mejor manera la expresión escrita y oral, habida cuenta de que es su herramienta básica de trabajo.

Aunque no me propuse escribir una serie con el mismo tema, el de hoy está estrechamente vinculado a los anteriores, con base en el hecho de que muchas personas, cuando apenas adquieren nociones elementales sobre ciertas disciplinas, se creen con la capacidad y autoridad suficientes para dictar cátedra. Me excluyo de esa gama, pues solo soy un aficionado del buen decir, aunque algunos detractores me señalan de pretender erigirme en autoridad. Eso no es cierto, pues en materia de lenguaje no hay autoridad; ni siquiera la RAE podrá arrogársela.

No es cuestionable que los periodistas, locutores, educadores, publicistas y otros profesionales de la tribu comunicacional, se preocupen por mejorar; pero eso no les da derecho a andar criticando, cuestionado y buscando errores en donde no los hay. ¿Cuál es el riesgo? ¡Qué los equivocados sean ellos, como frecuentemente ocurre!

Convencido de que los comunicadores sociales somos educadores a distancia, siempre procuro llamar las cosas por su nombre, y en virtud de lo cual apelo a términos y expresiones poco comunes en el diarismo, con la finalidad de estimular la indagación. Algunos con mala intención han dicho que lo hago «para exhibir mis grandes conocimientos gramaticales y lingüísticos». Eso tampoco es cierto, pues aunque no me considero experto, tengo facilidad para desenvolverme en estos menesteres, y por eso no necesito alardear. Quienes me han leído, podrán dar fe de cuál es la verdadera intención. ¡Eso me satisface!

En mis notas habituales no uso palabras como patrol, invierno, verano y gobierno regional, entre otras, que se han convertido en el comodín de los periodistas que escriben sobre temas de comunidad y de los que son redactores al servicio de ministerios, institutos autónomos, gobernaciones, alcaldías y otros entes gubernamentales.

Patrol es una palabra que en inglés significa patrulla, en tanto que la palabra adecuada para designar a la máquina con la que se conforman vías, es motoniveladora. No es necesario ser científico para saber que en los paises del trópico no existen estaciones sino períodos, que en el caso de Venezuela son dos: sequía y lluvias.

¿Por qué hablar de «gobierno regional», si en Venezuela no existe esa figura? Yo hablo de gobierno estadal, para lo cual me avala el artículo 136 de la Carta Magna. Algunos periodistas argumentan que la fuerza de la costumbre ha impuesto «gobierno regional», lo cual pudiera ser cierto; pero también por esa misma fuerza debería imperar la obligación moral de llamar las cosas por su nombre, y nadie podrá criticar por criticar.

Me han criticado el uso frecuente de la palabra sendos, con su correspondiente femenino, y más de una persona ha creído que lo hago para destacar lo grande, lo extraordinario o lo inmenso de algo. ¡Nada de eso!

Sendos «establece una relación de uno a uno entre los miembros de un conjunto de dos o más cosas o personas y los de otro conjunto de cosas o personas denotadas por el nombre al cual acompañan». Como la definición pudiera ser un tanto enrevesada, baste con saber que es «uno de cada cual o uno para cada cual». Además, esa palabra no tiene singular, por lo que es fácil advertir su uso inadecuado cuando aparezca de esa forma.

El ejemplo que siempre uso para lo de sendos, es un verso de la canción «La muerte del rucio moro», de Reynaldo Armas: «…cuando fui a cerrar sus ojos, le brotaron sendas lágrimas». Esa frase refiere al hecho de que de cada ojo brotó una lágrima, y no a si eran gigantes, como la abichuela de la película que solía ver cuando niño.

De modo pues que, no es recomendable que alguien se pase el tiempo criticando por criticar, dado que el equivocado pudiera ser el que critica. ¡No se arriesgue!

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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