“I’m a Dylan fan, but this is an ill conceived nostalgia award wrenched from the rancid prostates of senile, gibbering hippies”. Es decir, “soy un fan de Dylan, pero este premio brota de un embarazo de nostalgia de hippies seniles, con próstatas balbucientes y rancias”. Después de disfrutar el día con el anuncio del premio a Bob Dylan, disfruto de los pedos habituales que -como una tradición planetaria, escatológica y ritual- salpican el día contra esa concesión académica.
“Es deprimente que le concedan el Nobel de Literatura”, ha declarado también el autor francés Pierre Assouline. Miembro de la Academia Goncourt que dirigió la revista ‘Lire’, Assouline ha añadido otra rabieta a su largo historial: “Me gusta Dylan, pero no tiene obra. La Academia Sueca se pone así en ridículo. Y es un desprecio para los escritores”. ¿Desprecio?
Foutaises ! ¡Tontunas, chorradas y tonterías, amiguitos! Os sumo a la lista de quienes se mueren por ser víctimas de algo, como Descartes que ambicionaba ser asesinado y nunca lo logró (según invento burlesco de Thomas de Quincey, claro). Assouline y Welsh fingen padecer pauresis (patología o síndrome de la vejiga tímida). Empiezan diciendo “me gusta Dylan”, pero luego les revienta la próstata (a ellos) de envidia.
Dylan, ¿quién eres?
“Who are you?”, le dice el sheriff Pat Garrett (James Coburn) a un desconocido silencioso que se sienta tras él en la barbería. Sucede en aquel filme maravilloso de Sam Peckinpah, Pat Garrett and Billy the Kid. Garrett-Coburn desconfía del tipo que sospecha vinculado a Billy el Niño (Kris Kristofferson). El callado misterioso se sienta a su espalda. “Who are you?”. Y el hombre que sólo dice llamarse Alias (y que no es otro que Bob Dylan) responde lo único posible: “That’s a good question”.
Alias-Bob Dylan tiene un largo historial con más preguntas que respuestas. El primer lugar en el que actuó (1961) ya contenía una interrogante absurda: “Café Wha?” (sic, sin ‘t’ y con la interrogación al final). Pero algunas de sus respuestas son definitorias y muy libres. Como por qué él, Robert Allen Zimmerman, decidió llamarse Bob Dylan como homenaje al poeta Dylan Thomas: “You call yourself what you want to call yourself. This is the land of the free”. Sus padres fueron inmigrantes judíos de Lituania, con rastro y apellidos que sugieren un pasado kirguiz y turco. “Who are you?” es una pregunta clave para un tipo que en el filme de Peckinpah se llama Alias (aunque lo pronuncia casi como Elías).
En Francia, alguien ha reprochado que en su día no le dieran el Nobel a Georges Brassens. Y ese alguien lleva absolutamente toda la razón, pero tampoco lo obtuvo Ramón J. Sender, el autor aragonés de ‘El bandido adolescente”, que recrea la vida y muerte de Billy the Kid (por cierto, asesinado por el sheriff Garrett un 14 de julio, fiesta nacional francesa).
Ni tampoco se lo han concedido a nuestro entrañable, cervantino y ya muy anciano Rafael Sánchez Ferlosio, ese gran librepensador extremeño (“Vendrán más años malos y nos harán más ciegos”).
‘It’s life and only life’
En un remotísimo día de mi infancia (y recuerdo el momento y lugar exacto de ese pueblo de Las Villuercas), apareció nuestro amigo Elías Alfonso (Pacorro de los Pacorros, ¿cómo estás?) y nos enseñó un vinilo de Bob Dylan. No lo sé, pero supongo que Dylan influyó en que Elías-Alias aprendiera a tocar la guitarra. Y todavía me pregunto de donde lo sacó allí, en nuestra tribu de entonces, ignota y apartada de toda cultura que no fueran nuestros nidos, lagartos y baños en el río Ruecas. De modo que Dylan pertenece a nuestra memoria antigua. Supongo que nos pertenece como –de otro modo- le pertenece a millones de seres del planeta, cada uno a su manera.
A mí me ha acompañado casi el medio siglo que lleva componiendo música y versos para cantar. Me reafirmó en el antirracismo con ‘Hurricane’. Me relajó y me relaja con la banda sonora de ‘Patt Garret and Billy the Kid’, me emocionó con su interpretación de la balada irlandesa ‘Lily of the west’. Me hace reír con sus sueños inventados (o verdaderos, no sé).
Hoy no encuentro donde tengo dos viejos volúmenes que me compré hace años con sus letras delirantes, pero con frecuencia escucho -extasiado- la versión de su irónico centésimo décimo quinto sueño (‘Bob Dylan 115th’s dream’). Éste tiene una versión brutal de Taj Mahal & the Phantom Blues Band, en un CD cuádruple con versiones de Dylan y otros cantores de sus propias letras (Patti Smith, Joan Baez, Diana Krall, Sting, Johnny Cash, Pete Seeger with the Rivertown Kids, etcétera, etcétera). Docenas de canciones, versos, letras y sonidos, cuyos derechos de grabación Dylan -y los demás- regalaron a Amnistía Internacional en el 50º aniversario de esa organización.
Así que vuelvo a Dylan muchos días, cuando sale el sol y cuando se pone; cuando quiero recibir a alguien y cuando manejo por una carretera rodeada de cerdos negros, cabras y ovejas que beben agua de las charcas, entre las encinas.
Cuando escribe “We sang that melody like all tough sailors do/ When they are far away at sea” (sueño 115º) y cuando sitúa -con su cómplice Peckinpah- a aquel personaje trágico ante los nubarrones de la muerte en la película de Peckinpah. “Mama, put my guns in the ground. I can’t shoot them anymore. That long black cloud is comin’ down…” (mama, deja mis armas en la tierra; no puedo disparar más; llega esa larga nube negra)
Fronteras de la literatura
Hace justo un año, el 19 de octubre de 2015, tuve el placer de escuchar a Dylan y a su banda en el Palacio de los Deportes de la Puerta de Versalles de París. Lo disfrutamos, mientras la Blandín y yo nos comíamos unos bocadillos (jamón de bellota extremeño, pan parisino) y mientras sorbíamos un poco de whiskey irlandés. Vimos que Bob, nuestro Dylan, ha envejecido. ¿Cómo no? Y nosotros también, por supuesto, y los de la Academia Sueca con él, claro. Nostalgia prostática, dicen los idiotas envidiosos. ¿Lo llamáis así? Vale.
Los Welsh y Assouline de turno estáis más jóvenes que nunca, ¿verdad? Y un crítico británico hasta ha acusado a los de Estocolmo de ‘populismo’. ¡No podía faltar esa acusación, señores fiscales!
Contra ustedes, Salman Rushdie, que era candidato al Nobel y que no es envidioso, ha puesto los puntos sobre las íes: “Dylan está por encima. Sus palabras me han inspirado desde que escuché un álbum suyo en la escuela. Estoy encantado con su premio Nobel. Las fronteras de la literatura se amplian”. Rushdie anunció que pasaría el día de ayer haciendo sonar ‘Mr Tambourine Man’.
De manera que desde aquí se lo digo a esos tipejos también en español (‘Spanish is a loving tongue’, Dylan dixit): me voy a la carretera ahora mismo, a navegar contra el grupito de envidiosos. Porque, inevitable para todos, “that long black cloud is comin’ down… ” Mientras tanto, enhorabuena y gracias, maestro Dylan.