La tribu de la fotografía llora a Oriol Maspons, fallecido hoy en Barcelona a la edad de 84 años. Una gran antológica en 2015 basada en la adquisición de 1.500 obras suyas por el Museo Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) rendirá el merecido tributo a uno de los grandes de la fotografía documental.
Los obituarios le presentan como “el” fotógrafo de la gauche divine barcelonesa de los años sesenta. Y lo fue… junto con Leopoldo Pomés, Xavier Miserachs y, por añadidura, la primera mujer que empieza a sobresalir en el panorama de la fotografía documental, Isabel Steva Colita.
Si bien sus fotografías se solaparon en muchos casos, lo cierto es que los cuatro artistas iban muy por delante de su tiempo. Su principal problema no fue la seria competencia que entre ellos en el fondo se hacían -bien al contrario, ese acicate fue precisamente su grandísimo mérito, individualmente y como grupo- sino la falta de una edición gráfica más creativa, audaz e innovadora de sus trabajos.
Por aquellas fechas, los contados fotógrafos ‘estrella’ -los citados y algunos más en Barcelona, no tantos en Madrid y algún que otro “de provincias”- estaban más que convencidos de que los “confeccionadores” -así se denominaba entonces a los diseñadores de prensa; la figura del editor gráfico, mucho menos la del director de arte estaban entonces por estrenarse- no estaban a su altura. Los confeccionadores, por su parte, se quejaban de que los fotógrafos divos nunca estaban satisfechos con la puesta en página de sus reportajes.
Del cuarteto catalán llegué a intimar más con Xavier Miserachs y Leopoldo Pomés.
Miserachs es para mí el autor barcelonés de referencia de los años sesenta del fotodocumentalismo práctico, esto es, artístico a la vez que utilitario, publicable en los medios, absolutamente museable ydesde luego perfectamente comprensible para el común de los ciudadanos.
A Leopoldo Pomés me cabe el honor de haber podido servirle de ayuda en la producción de su libro Comer es una fiesta y también acompañarle a Casa Lucio a que descubriera como son los “huevos de Lucio”.
Con Colita solo tuve un encuentro circunstancial de triste recuerdo en el que yo presentaba en Barcelona mi propuesta como miembro de la Comisión Redactora del anteproyecto de Ley de Propiedad Intelectual como vocal por el sector de la fotografía y ella obviamente se había equivocado de cita, ponente y probablemente también de asunto colectivo.
Fue con Oriol Maspons con quien tuve los encuentros más ‘problemáticos’. Conocí a pocas personas tan directas como él. Listo como el hambre para pillar el momento de despiste o bajón de defensa del contrario para lanzar sus irónicos, mordaces, contundentes dardos. Pero detrás de sus temibles prontos siempre vi a un hombre con un fondo de ternura.
Tuve varios choques con él que me dieron la medida del personaje. El primero, a principios de los setenta. Él era fotógrafo ‘estrella’, colaborador de lujo de Gaceta ilustrada en Barcelona. Era la revista que Talleres TISA imprimía en Pueblo Nuevo, pero la dirección y la Redacción estaba en Madrid y un servidor, redactor todo terreno, se encargaba de llevar el cierre del número a Barcelona los sábados.
El problema: Maspons estaba asociado con Julio Ubiña y después de la producción de reportajes estrella para G. i. ahora se encargaban del revelado de las películas diapositivas de color. Eran los “reyes del mambo” de los ‘secretos’ del color, pero un servidor había estudiado fotografía en alemán en Alemania y hecho allí prácticas en la máquina de prueba de unos grandes talleres de impresión de huecograbado. O sea, que la Redacción de Madrid tenía opinión sobre los trabajos de laboratorio a través de mi persona.
El segundo choque fue cuando, en 1988, como director de Revista FOTO pedí públicamente un sillón en la Real Academia de Bellas Artes para Alberto Schommer. Jamás me perdonó que no pidiera otro sillón para él. Pero debo puntualizar a su favor que siempre me lo dijo a la cara directamente.
Un tercer choque fue en 1994, a raíz de la concesión del primero de los Premios Nacionales de Fotografía del Ministerio de Cultura. Ignoro si a Xavier Miserachs, compañero en aquel jurado, le dio tanta vara como a mí por no haberle tenido en cuenta. Mucho suponer por su parte, pues si bien las deliberaciones del jurado son secretas, puedo asegurar que en el jurado consideramos varios nombres… entre ellos el del propio Miserachs, candidato natural in pectore al Premio que aceptó acudir como miembro del jurado.
Coincidí con Oriol Maspons en algunas ocasiones más, ora en inauguraciones, ora saraos. Pero recuerdo especialmente dos, ambas con Alberto Schommer, una en su estudio y otra en su casa, esta última en 1996, cuando Alberto celebró con amigos su nombramiento como académico de Bellas Artes.
Dos transgresores de cuidado, solo Alberto académico pero ninguno de ellos Premio Nacional. Haberles visto en su salsa fue un gran privilegio. No caeré en la trampa de decir que fue como si Dalí viniera de Barcelona a Madrid a encontrarse con Goya, porque no es necesario recurrir a la pintura. Estamos en la fotografía, el arte de nuestro tiempo. Los grandes artistas tienen nombre propio y el del barcelonés que hoy ha fallecido en Barcelona es Oriol Maspons Casades.
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Oriol Maspons (1928-2013)
Inició en 1942 estudios de peritaje mercantil, disciplina en la que llegó a ser profesor, si bien abandonará este trabajo para fichar como administrativo de la compañía de seguros Le Continent. En 1953, esta compañía le envía a París con un contrato de dieciocho meses, conociendo allí a Doisneau, Brassai, Cartier-Breson, Bourdin y Masclet. Ya en España, en 1956, abandona la compañía de seguros, se dedica a la fotografía y empieza a trabajar en colaboración con Julio Ubiña. Tras integrarse en el grupo fotográfico AFAL, será expulsado en 1958 de la Agrupación Fotográfica de Cataluña.
Sus imágenes empiezan a publicarse en algunos libros de la colección “Palabra e Imagen”, integrada en la Editorial Lumen. Uno de ellos es “Toreo de Salón”, con texto de Camilo José Cela, que más tarde será un referente de la historia de la fotografía española.
En 1971 recibe el premio Rizzoli de fotografía publicitaria y en 1992 realiza un libro sobre los Juegos Olímpicos junto con Miserachs y Colita.
A finales de los cincuenta integró el grupo de los grandes renovadores de la fotografía española, con un claro talante combativo en contra de la fotografía “salonista” de aquellos años, lo que le valió los laureles posteriores de adelantado a su tiempo.
Su fotografía es de una gran espontaneidad y retrata la vida con desparpajo e ironía mordaz. Está considerado uno de los clásicos del documentalismo español