En estos días suelen disolverse los rencores, apaciguarse los odios, perdonarse las ofensas. Estamos en un estado de éxtasis que nos permite disfrutar de otra manera la convivencia diaria, hasta somos capaces de comprender a aquellos con quienes tenemos profundas diferencias, encontramos temas de conversación, sabemos que tenemos anhelos comunes y, sobre todo, una tarea inmensa que es salvar a nuestro país del rumbo por el que transcurre de manera atropellada y con jinetes desbocados y ambiciosos que no les importa si vamos al despeñadero.
El inmenso amor por los nuestros nos mueve a querer ser mejores personas, amar a nuestros prójimos o próximos, tal como se nos ha mandado; pero esto irremediablemente nos lleva al punto de partida que inicia nuestros ideales: ¿cómo contribuir al cambio social tan necesario para dejar atrás toda esta oscuridad que hoy nos envuelve?; y nos preguntamos una y otra vez, ¿cómo es posible que tengamos tantas cosas malas acumuladas?
Queremos ser felices, estamos decididos a lograrlo, pero esta decisión no puede ser egoísta, implica que los demás, los otros y otras, también gocen de bienestar.
A las puertas del fin de año es un buen momento para pensar en lo que viene, sobre todo porque se nos auguran tiempos difíciles. Hemos pasado por muchos momentos trágicos, hay demasiado sufrimiento acumulado, muchas víctimas de toda clase de injusticia y de hechos delictivos, ninguna vale más que las otras, hay tantas como victimarios y todas y todos forman un colectivo lleno de angustia, congoja, desesperanza, desconsuelo y consternación que solo puede ser canalizado positivamente si hay capacidad de entender nuestra historia, de ponerse en el lugar del otro, de perdonar y de aprender cómo construir una sociedad distinta, en paz y en convivencia armónica.
Ninguna sociedad puede olvidar su pasado, debe tener memoria histórica, debe colocar a las víctimas al centro, pero tampoco puede estacionarse en ese período dramático que le ha tocado vivir. Ningún país donde ha habido guerras, desastres, asesinatos, masacres, injusticias, dictaduras ha salido al encuentro del futuro si no asume lo sucedido y decide firmemente que no se repetirá y que empezará una nueva era para construir una sociedad democrática, sin tanto odio ni resentimiento. Es demasiado pesada la carga aunque se lleva en millones de hombros. La historia debe servir para aprender, dar fuerza e iluminar el sendero a recorrer.
En esta época, no importa la religión que se profese, hay condiciones para despojarnos de prejuicios, obsesiones y odios y decidir buscar otras rutas para aminorar el peso y acercar la luz que nos permita dejar a quienes vienen atrás un país excluido de los primeros lugares de injusticias, violencia y desigualdad.
Ya estamos muy cansados de la violencia, del engaño, de la corrupción, pero también de todas las acciones que con apariencia de buenas intenciones buscan imponernos, a costa de nuestra existencia, sus ideas de cómo debemos vivir para lo cual invierten capitales que solo consiguen dividirnos y fragmentarnos como sociedad. ¡Feliz Navidad!