“¿Qué diablos hace Woody Allen como invitado sorpresa en esta pesadilla?” –se preguntaba el diario Le Parisien cuando la película Paris-Manhattan se estrenó en Francia, en el verano de 2012- Mejor, resolvía, “volver a ver su Manhattan, sin París”.
Porque, en efecto, París-Manhattan, que se presenta como comedia romántica, es una mala comedia escasamente romántica dirigida por Sophie Lellouche (un cortometraje en 1999 y esta insípida historia en 2012) e interpretada sin ninguna gracia por Alice Taglioni (French Women, La pantera rosa) y Patrick Bruel (cantante, actor, monologista, Cena de amigos, El nombre). Ambos desperdiciados en un guión imposible de defender y una narración tediosa durante la cual el espectador escasamente sonríe en algún momento y se aburre el resto del tiempo; un letargo del que no le saca el breve cameo interpretado en los últimos metros de película por Woody Allen, cuya aparición –como escribían en el semanario Télérama- solo se puede explicar porque le hayan pagado mucho o porque esté realmente senil: “En los dos casos, muy preocupante”.
Alice, la protagonista, es joven, guapa, soltera, pertenece a una rica familia judía y es farmacéutica en el negocio heredado de su padre. Fan de Woody Allen con la habitación presidida por un gran poster del realizador estadounidense, como las adolescentes, resiste las presiones familiares para que encuentre pareja. Aunque en principio quien le gusta es el marido de su hermana (pareja super convencional y super snob, bastante bling-bling, como toda la familia por otra parte) la aparición de un instalador de alarmas hace que salten algunos pálidos chispazos en su monótona existencia.