Nueve meses después de los atentados contra Charlie Hebdo, la cobardía del terror ha golpeado de nuevo en pleno centro de Paris, a dos pasos de nuestras casas, y entre los nuestros. Lo que más duele es esa proximidad y esa injusticia de un terrorismo ciego que no hace la guerra contra otro ejército, sino que asesina a personas indefensas al tiempo que se autodestruye.
Es la primera vez que se producen en Francia atentados suicidas, como estamos acostumbrados a ver en tierras lejanas en las imágenes televisivas. Es la primera vez también en la historia de esta República francesa que los autores de esos crímenes o sus cómplices, tienen nacionalidad francesa, aunque actúan en nombre de Allah y del oscurantismo religioso más abyecto.
El balance aun provisional de esta tragedia es hoy de 128 muertos y 300 heridos, de los cuales 99 en estado grave. Siete terroristas suicidas han muerto en esta serie de atentados. Como todos los franceses, he escuchado en París, hora a hora las precisiones que se añaden al horror: dos pasaportes, uno egipcio, otro sirio, un terrorista de nacionalidad francesa que estaba fichado por la policía, nacido en Courcouronne y residente en Chartres, dos detenidos cuando huían a Bélgica, la pista belga del tráfico de armas, detenciones en Bélgica, tres equipos coordinados de terroristas es la hipótesis que parece confirmarse, la investigación sigue su curso, Daesh ha reivindicado finalmente esta serie de asesinatos…
Difícil reflexionar sobre estos hechos cuando se tiene todavía en la garganta el gusto amargo de la rabia, de la incomprensión, de la visión de lo atroz, de lo inadmisible, de cuerpos acribillados por las balas que son conducidos a los servicios de urgencias de los hospitales, en donde la muerte y el sufrimiento se transforma en algo tan concreto y visible como inaceptable.
París se ha despertado hoy en estado de urgencia, como un país en guerra contra un enemigo cobarde que se esconde detrás de una multitud anónima. No han atacado los terroristas a los poderosos del planeta sino a gentes indefensas, eran sin duda objetivos más fáciles de alcanzar para esos patéticos pretendientes al martirio. La primera palabra que me viene a la mente ante este horror, es cobardía. Cobardes aspirantes a héroes que han olvidado el honor y el valor para remplazarlo por su frustración y desesperación.
Nos dicen que estamos en guerra, el ejército y la policía están en las calles para proteger a la población, y como en todas las guerras es el pueblo de a pie, quien sirve de carne de cañón, como esa juventud multiétnica asesinada en pleno centro de París, en un concierto de música, o en la terraza de un café, por un puñado de fanáticos que se reclaman del Islam.
Leo hoy en Liberation que el tráfico de armas automáticas, con abundancia de kalachnikovs y de explosivos, que alimenta al terrorismo y la gran delincuencia viene del seno mismo de esta fracasada Europa neoliberal y muy en particular de la región de los Balcanes, de Serbia, Croacia, Eslovenia, Montenegro, etc. Armas que transitan por Europa en toda libertad vía nuestra vecina Bélgica. ¿Que Europa es esta que permite así la libre circulación del terrorismo? ¿Merecen esos países su lugar en una Europa democrática y social?
Si la guerra es contra ese grupo mal llamado Estado islámico, no cabe duda de que hay que aniquilarlo para defender nuestros ideales de libertad, igualdad y fraternidad, frente al fanatismo venga de donde venga. El pueblo de Francia y de París lo dijo en enero y lo ha vuelto a decir ahora, manifestando su solidaridad contra el terror y su firme voluntad de vivir libres y en pie. Pero hay otra cuestión probablemente ingenua que me inquieta y que no leo en ninguna parte, ni tampoco en los medios informativos. ¿Quién ha vendido las armas que posee Daesh? ¿Quién fabrica esas armas? ¿Por dónde transitan, de dónde proceden? ¿Cuáles son los Estados que sostienen o que no condenan la acción de Daesh? ¿Porqué no estamos en guerra contra ellos?
La política exterior de los Estados Unidos y de Europa en los conflictos de Afganistán, Irak, Libia y más recientemente Siria, es sin duda responsable hoy de esta situación de terrorismo generalizado internacional. Va siendo hora de dar una respuesta coherente y definitiva al terrorismo islamista, pero atacándose la raíz del problema y no a sus efectos. Clarificar la posición de la comunidad internacional y de los poderosos del planeta sobre las ambigüedades y complicidades entorno a Daesh aparece hoy como una absoluta prioridad.
En el ámbito interior, Francia se enfrenta a un importante desafío: la derrota del islamismo radical pasa por la adhesión de los franceses de religión musulmana a los principios y reglas de la República. ¿Por qué los responsables de la comunidad religiosa musulmana de Francia no están en primera línea en los medios informativos para condenar a estos terroristas que matan en nombre de su misma religión? Hasta ahora no hemos escuchado nada más que tímidas declaraciones, pero no una llamada firme y resuelta a la movilización de los musulmanes de Francia contra el terrorismo islamista.
Las repetidas políticas económicas de austeridad, la crisis de la Escuela Pública, el desempleo y la precariedad laboral, el despilfarro del dinero publico en los paraísos fiscales, el fracaso de las políticas de “integración” y la creación de guetos urbanos, han creado zonas siniestras para esa juventud francesa, de religión musulmana, que va acumulando frustraciones, creando un caldo de cultivo favorable para el proselitismo del fanatismo musulmán. Hace ya más de veinte años que la situación es conocida y ningún partido en el poder ha aportado soluciones a este grave problema. Se me ocurre que si las multinacionales pagaran los impuestos que deben en este país, habría dinero suficiente para un verdadero plan de rehabilitación en toda esa Francia siniestrada.
Los fanatismos religiosos, sean católicos, judíos o musulmanes siempre me han parecido abyectos ayer como hoy, en la edad media o en el siglo XXI, y es evidente que hay que evitar las amalgamas. Sin embargo eludir el problema del radicalismo musulmán en la sociedad francesa, sin tomar medidas inmediatas precisas y eficaces, gusten o no a los emiratos árabes cómplices del terrorismo, no hace sino abrir un bulevar electoral a la extrema derecha en este país, a las ideas de odio y de venganza, pues extrema derecha y terrorismo islamista aplican la misma lógica de empujar el país a la guerra civil y al caos.
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