Hemos dejado la nave en el cinturón de Kuiper en sus tareas de investigación, también allí ha quedado el Major Tom hasta que la recuperación le permita volver.
En una lanzadera hemos venido hasta la Estación Espacial Internacional (ISS sus siglas en inglés). Nos hemos acoplado para poder hacer con tranquilidad los cálculos precisos para reentrada en la atmósfera terrestre, si el ángulo es demasiado alto la nave se frenará muy rápido y puede recalentarse de tal manera que podría no resistir, lo cual tendría una consecuencias que preferimos no pensar.
Pero si el ángulo de entrada es muy bajo podemos rebotar sobre la atmósfera y volver al espacio con consecuencias poco deseables también. Así que dejamos que la computadora haga sus cálculos, los revisamos y entonces decidimos el momento de volver.
Mientras daremos con la Estación algunas de sus noventa y tantas vueltas diarias alrededor de la Tierra. La Estación está en un órbita estable a unos cuatrocientos kilómetros por encima de nuestras cabeza, cuando estamos abajo, se entiende.
Las vistas de nuestro planeta son espectaculares, cuando se sobrevuela por el Ecuador es como si estuviéramos en un cine en las primeras filas y nuestra vista ocupará toda la pantalla. Las nubes son como un manto de algodón que recubre la superficie, y cuando no las hay se pueden apreciar con total precisión todas las líneas de costa de los continentes o de las islas grandes.
De noche el espectáculo es también sorprendente, se pueden distinguir las ciudades, saber cuáles son por su tamaño y ubicación, ver perfectamente sus nudos de comunicación y cómo están enlazadas unas con otras, y todo ello gracias a la iluminación artificial que hemos creado los humanos, como un faro en la oscuridad.
A pesar de esa contaminación lumínica no deja de ser fascinante contemplarlo. Desde arriba entendemos mejor lo que pretenden los terraplanistas, los muy descarados sólo buscan desesperadamente un viaje gratis al espacio. Quieren ver con sus propios ojos lo que la evidencia científica nos lleva mostrando desde el descubrimiento del primer telescopio.
Y lo cierto es que les entiendo, estar en el espacio, en la Estación, es una oportunidad única de ver la Tierra en todo su esplendor y grandiosidad. También es una cura de humildad al darnos cuenta también de lo poquito que somos en este grandioso engranaje que es el Universo; y lo más extraordinario aún, que estamos siendo, la humanidad, capaces de entenderlo y visitarlo fuera de nuestra protectora atmósfera.
Cuando bajemos nos espera otro viaje que esperemos nos resulte igual de interesante, ponerte en marcha hacia otro lugar hace que desde el momento en que lo piensas ya tu mente se ponga en modo expedición, aunque hayas estado ya otras veces.
Mentalmente comienzas con la preparación nada prosaica de las cosas que has de llevarte en la maleta, ropa, calzado, higiene y esas minucias o no tanto, depende de cómo se lo tome cada persona. También preparas las lecturas que te vas a llevar, sobre el sitio o sobre lo que te apetezca leer para los momentos de descanso en el hotel o lugar donde te alojes.
Pero sobre todo te preparas para las expectativas que has puesto en ese viaje, lo que esperas encontrar o reencontrar, cómo ha pasado el tiempo por ese lugar si ya lo has visitado antes, o si responderá a las expectativas e imaginaciones que has tenido si no lo visitaste todavía y es la primera vez. El gusanillo se instala en tu estómago y tu cerebro desde el momento que decides que vas a ir a un lugar y ya no te deja hasta que vuelvas.
La estancia es el momento de vivir intensamente todo lo que has imaginado y más allá, todo lo que está por descubrir y ni siquiera lo has podido imaginar, las sorpresas que te depara cualquier ciudad que no es la tuya, los pueblos, los paisajes, en fin todo el espectáculo de la novedad puesto a tu servicio.
En estos días que tenemos por delante queremos como, dice Joan Margarit en su poema «Barcelona era una fiesta», queremos ser «Una pareja joven que inauguraba el día / recorriendo la Rambla / con la esperanza, casi certeza / de que para nosotros no iba a existir el final». Con esa ilusión vamos, ya contaremos como fue en verdad.
No quiero terminar este cuaderno sin dejar de mandar un abrazo para los compañeros y compañeras de Periodistas en Español ante la pérdida de Ignacio Fontes, gran y querido profesional que nos abandonó estos días.