Es necesario huir del lenguaje «políticamente correcto» y denunciar a quienes lo único que les preocupa, y por lo que pactan, es por conservar su poder o al menos las migajas que el auténtico poder -el financiero y el eclesiástico- deja a sus vasallos.
Desde hace años los sindicatos -el laboratorio experimental fueron los Estados Unidos, que tras las grandes huelgas de las primeras décadas del siglo XX y la crisis económica del 29 decidieron mejor que acosarles y perseguirles domesticarlos, ponerlos al servicio de los grandes capitalistas y trust financieros- vienen constituyendo una organización burocrática al servicio del capitalismo, no son sino muros de contención del neoliberalismo más agresivo contra las reivindicaciones de los ciudadanos, trabajadores o clases medias unificados en simplemente explotados de las oligarquías que gobiernan el mundo. Lógicamente al renunciar en su práctica a la historia de los hechos auténticamente reivindicativos, y aceptar su manutención por parte de los gobiernos explotadores capitalistas, se burocratizan y colaboran con quienes les pagan, mantienen y ordenan los límites de sus acciones, si no quieren perder las subvenciones que mantienen su status quo social, entrando así a formar parte de la corrupción generalizada consustancial a los grandes partidos políticos. Ellos conforman ya parte de esa corrupción que de vez en vez salta, sin que tras el ruido tenga otras consecuencias punibles, a la opinión pública.
Este es un tema fundamental para abordar el presente histórico que vivimos. Los «malos», quienes se sitúan del lado de los explotadores, no son solo la cabeza visible de los partidos que se reparten el poder mantenido por la banca y las grandes empresas en el monopolio económico de Estados Unidos, Alemania y algunos otros sicarios de Europa. Sea en Andalucía, sea en Cataluña, -de los ERE de unos a los pactos con la oligarquía más reaccionaria y repulsiva aunque se vista de nacionalista de los otros-, los dirigentes sindicales han conducido a estas organizaciones -ah, tiempos añorados de los Marcelino Camacho de antaño- a un grado de podredumbre que o se combate por todos los medios o incapacitarán para la lucha reivindicativa al pueblo español para siempre. Ellos, más todavía que las fuerzas represivas llamadas del orden, meros autómatas al servicio de los poderes autoritarios, son los verdaderos frenos y obstáculos de la acción necesaria para impedir la esclavitud y sometimiento absoluto del pueblo español.
¿Hasta cuándo iglesia y poder religioso?
Ya hemos pasado la llamada Semana Santa. Luego el Vaticano y los Papas. Pronto las romerías, vírgenes de toda índole, homilías y peregrinaciones sin cuento. Y los políticos «bailando el Santo», que todos se apuntan al folklore y la fiesta del gran emporio económico e ideológico que posee escuelas, bancos, lugares de ocio, radios, periódicos, televisiones, fincas, etc. Así, desde hace siglos, se conforma la alienación colectiva. Opio visible o invisible del pueblo al que pocos se atreven a combatir, ignorando que conforma el más poderoso y eficiente aliado de la explotación capitalista y salvaje. Un día sí y otro también, envueltos por las palabras malditas que vuelven zombies a millones de personas. Y dando ejemplo en las imágenes, gentes que se llaman socialistas y hasta comunistas y piensan que así ganan un puñado de votos. Por un puñado de votos se pierde la posibilidad de que se pueda transformar un día el mundo y la libertad no sea una palabra tutelada por los poderes de siempre. Difícil resulta mientras exista el poder de las iglesias, en Europa o en el mundo árabe o asiático o africano, las cristianas, musulmanas o de cualquier otra índole, hablar del desarrollo de la civilización, del progreso. El presente será cada vez más débil- la industria de la incultura del ocio también se encarga de ello y para alimentar su fuego basta escuchar las palabras o leer los escritos de quienes la dirigen-.
Pocos son los que se rebelan. ¿Hemos de extrañarnos así de que la censura que no se ve pero que existe más desarrollada y eficaz que en tiempos del franquismo, aliada con el mercado y la publicidad, vaya conformando una sociedad cada vez más débil en su libertad? Porque para ser esclavo no se necesitan hoy ya las cadenas: los hilos invisibles que se mueven a través del desarrollo de la técnica y de la concentración de poderes manejados por los oligarcas y sus aliados -entre ellos las iglesias- convierten en siervos a quienes pasivamente aceptan esta situación, -otros, los menos, se rebelan, y son los perseguidos no solo por el poder represor, sino por los partidos y sindicatos del orden-, y entre unos y otros se agiganta la nómina de los perdedores de las antiguas conquistas sociales y del estado del que llamaban bienestar -otra palabra vacía de contenido- digamos mejor del estado de libertad conquistada con tantos sacrificios de miles y miles de ciudadanos, y hasta de guerras aunque fueran perdidas.
Pensamiento rebelde. Lenguaje no censurado, conformista o correcto. Y no aceptación de leyes injustas. Otra forma de luchar que huya de la burocratización de quienes han traicionado la acción política, social y reivindicativa.
Parece que estamos hablando de la revolución social. Si tu empiezas cuenta conmigo.