Cuando el 11 de febrero de 1987 Mark Ashton murió en el Guy’s Hospital londinense, hacía dos semanas que le habían diagnosticado sida, tenía 26 años, y era secretario general de la Liga de los Jóvenes Comunistas británicos. Sus funerales, en el cementerio de Lambeth, fueron una concentración multitudinaria.
Dos años antes había encabezado, junto con su amigo Mike Jackson, el grupo Lesbians and Gays Support the Miners (Lesbianas y Gays apoyan a los mineros, LGSM) que durante el año (1984-85) que duró la huelga más larga de la minería en el país, estuvo recaudando dinero, comida y ropa para las familias de los mineros de una localidad de Gales del Sur, partiendo del axioma de que, pese a las muchas diferencias existentes entre ambas comunidades, tenían un enemigo común: Margareth Thatcher, la Dama de Hierro. El gobierno de la señora Thatcher estaba empeñado en el cierre de muchos de los pozos que garantizaban la subsistencia de pueblos enteros y además se había incautado de la caja de resistencia de la Unión Nacional de Mineros.
Basada en aquellos hechos absolutamente reales -desde la celebración del Día del orgullo gay en pleno centro de Londres, en el verano de 1984, cuando Mark y sus amigos organizaron la primera colecta con cubos de plástico entre los asistentes al desfile, hasta la festividad del verano siguiente cuando, ante el estupor de los policías encargados de preservar el orden y de los organizadores de la parada, que habían decidido no exhibir eslóganes políticos, encabezaron la marcha una fanfarria y varios cientos de afiliados a la Unión Nacional de Mineros (llegados a la capital en furgonetas y autobuses desde Gales), con una enorme pancarta en la que se leía “Thatcher, que te den” y una monumental bandera roja centenaria, propiedad del Sindicato, que lleva en el centro dos manos unidas en una apretón; los mineros acababan de finalizar la huelga más larga y más dura de su historia y esa fue la manera que encontraron para decir “gracias” al grupo de gays y lesbianas que les habían acompañado, y ayudado, durante aquellos dramático meses- la película Pride (Orgullo), dirigida por el británico Matthew Warchus (procedente del teatro y de la ópera, quizá ese sea el secreto de una magnífica obra coral) y con una irresistible banda sonora a base de lo más granado de los grupos e intérpretes que ostentaban el estandarte gay de la época (Pet Shop Boys, Culture Club, Queens, Frakies Goes to the Hollywood, Grace Jones, Fun Boy Three, Heaven 17, Bronski Beat…), está protagonizada por un puñado de excelentes jóvenes actores (Ben Schnetzer, Joseph Gilgun, Jessica Gunning), junto a consagrados como Billy Nighy (El gran hotel Marigold, Love Actually), Dominic West (Burton & Taylor, John Carter) o Imelda Staunton (Maléfica, Alicia en el país de las maravillas, Shakespeare in love y varios Harry Potter).
Mark Ashton quería “cambiar el mundo a poco”. Para él todo empezó en 1982, cuando estuvo tres meses en Bangla Desh visitando a su familia (su padre trabajaba en el negocio de la maquinaria textil). Lo que vio en aquel país (lo que luego hemos visto todos cuando se han hundido los edificios que albergaban a miles de trabajadores confeccionando la ropa que compramos en las grandes firmas internacionales) le impactó de tal manera que a su regreso a Londres decidió “echar una mano” allí donde hiciera falta y se presentó voluntario en la asociación London Lesbian and Gay Switchboard, donde estuvo varios meses atendiendo al teléfono. Después militó en la Campaña por el Desarme Nuclear y finalmente ingresó en la Liga de Jóvenes Comunistas, donde ocupó la secretaría general hasta su muerte. En 1983 apareció en la película Frade Youth: The Revenge of the Teenage Perverts, del Lesbian ans Gay Youth Video Project, que en 1984 ganó el Grierson Awards al mejor documental de aquel año.
“Sublime, maravillosa, conmovedora, brillante, divertida…” figuran entre los adjetivos que ha dedicado a Pride la prensa internacional, que no ha podido evitar mencionar algunos espléndidos antecedentes: Billy Elliot, Full Monty o Calendar Girls. Pride tiene la misma filiación que todas ellas y la misma intención: sacar a la luz la protesta de los excluidos. Por eso es una película coral, con destacadas personalidades no solo entre los homosexuales de Londres sino también entre las víctimas galesas de la huelga, y muy especialmente las mujeres (las mujeres de los mineros, Santa Bárbara bendita), capaces de emocionar hasta la médula cuando explican su realidad y sus sueños en una preciosa canción, cuyo estribillo repite que quieren “pan y también rosas”.
Pride es una película optimista, y muy pedagógica, que narra en paralelo la evolución de dos culturas, muy distantes: la letanía del pueblo minero en su camino del rechazo a la tolerancia y la realidad de aquella exuberante comunidad gay que precisamente a mediados de los año 1980 tuvo que enfrentarse a la terrible tragedia del Sida y ver como –igual que en las guerras- iban cayendo “los mejores de los suyos”.
Pride cuenta con los ingredientes que hacen una buena película popular: una historia fuerte cuanto más apoyada en la realidad mejor, un buen guión con la dosis justa de humor, unos actores que encajan como un guante en los personajes y una fuerza idealista y reivindicativa que conmueve. No sé que harán los espectadores, yo –lo confieso- he terminado la película llorando. A mi me ponen estas historias con el movimiento obrero como protagonista.