Progresistas vs. conservadores

Quienes nos sentimos progresistas por convicción, es decir, que somos partidarios del progreso filosófico, ético, político y social; que participamos de la idea de que el progreso, a veces, justifica revoluciones como la francesa de 1789 o los movimientos sociales del siglo XIX en Estados Unidos y Europa, o la llamada “primavera árabe” en el norte de África, al margen de que los resultados sean más o menos aceptables y nos repugnen ciertos procedimientos; que somos partidarios de las libertades individuales, tanto en el ámbito religioso como en el más amplio de la libertad de conciencia, incluida, por supuesto, la libertad de prensa; que consideramos que, aunque no sea perfecto, el sistema democrático es el menos malo de todos los conocidos para gobernarse los países; que defendemos el derecho inalienable de los seres humanos a escoger el terreno ideológico en el que desean moverse; que no aceptamos la idea de una teología estática, porque la aproximación a Dios resulta siempre parcial para el hombre y necesita seguir avanzando y, para avanzar, tiene que hacerse preguntas ; que aún seguimos creyendo en la posibilidad de transformaciones económicas, políticas e intelectuales frente a los movimientos reaccionarios y conservadores….

Quienes nos sentimos progresistas por convicción, levantamos la voz contra el progresismo de salón que nos asedia y amenaza; contra los falsos progresistas y progresismos, que nada tienen que ver con el cambio hacia una sociedad más justa y equilibrada, sino que responde a intereses bastados de carácter individual o de grupo y que alimentan su progresismo con eslóganes que malbaratan luego con sus actos. No aceptamos como progresismo a los sanitarios que, refugiados en acciones callejeras, se manifiestan frente al hospital en el que trabajan negando la asistencia sanitaria en hospital público a una persona, aunque ésta sea delegada de un gobierno de derechas, cuando está al borde de perder su vida; no aceptamos como progresistas a quienes, refugiándose en unas siglas determinadas, históricas y prestigiadas a lo largo de más de cien años, defraudan a los trabajadores (más aún, a los sin trabajo) y se embolsan el dinero destinado a subvenciones o programas de formación; no cabe considerar progresistas a quienes se instalan en la política para engordar sus cuentas bancarias, hacer un uso despótico del poder, justificar el enriquecimiento ilícito o amparar la corrupción cuando la practican sus correligionarios.

Magra alternativa la que ofrecen algunos conservadores. Conservadores, frecuentemente, de sus propios intereses, de su estatus social, de sus privilegios, de sus oxidadas convicciones; intolerantes con el cambio, enemigos de la innovación, intransigentes con los diferentes; fundamentalistas y fanáticos de sus convicciones tanto políticas como religiosas; exigentes con el contrario y altamente tolerantes con los adictos; sectarios en religión; celosos de proteger sus privilegios; dispuestos a amparar al corrupto si es de los suyos y el descubrirle puede poner en evidencia sus vergüenzas. Les incomoda el progreso porque atenta contra sus intereses, contra sus débiles convicciones, contra su endeble seguridad intelectual, contra la posición que detentan; amantes de la razón de la fuerza por encima de la fuerza de la razón.

Progresista, liberal o conservador; socialdemócrata o demócrata cristiano; popular o socialista a secas; situarse en el centro, a la derecha o a la izquierda. No importa el nombre; los nombres han sido devaluados. Importan los hechos, las actitudes. Y, sobre todo, importan los valores, los valores éticos impulsados por convicciones profundas, no por ideologías caducas. Sobran las palabras huecas, vacías de contenido; sobran las soflamas grandilocuentes de uno u otro signo. El pueblo (no “la calle” compuesta por unos cuantos centenares o miles de personas teledirigidas desde los bastiones del sistema o del antisistema) repudia profundamente los eslóganes de las centrales políticas y busca respuestas éticas, convencido, como anuncia el proverbio, de que “mejor es lo poco con justicia que las muchas ganancias sin derecho” (Proverbios 16:8); identificado con las palabras del profeta, que anuncia: “¡Ay de los que dictan leyes injustas y prescriben tiranías, para apartar del juicio a los pobres y para privar de su derecho a los afligidos de mi pueblo, para despojar a las viudas y robar a los huérfanos!” (Isaías 10:1,2).

Salir de la crisis pasa por salir de la mentira y del engaño; pasa por seguir la recomendación de otro profeta, Jeremías, quien propone: “Paraos en los caminos, mirar y preguntar por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino. Andad por él y hallaréis descanso para vuestra alma” (Jeremías 6: 16). ¡Y para vuestro cuerpo!

Máximo García Ruiz
Nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica, licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Sociología, Historia de las Religiones e Historia de los Bautistas en la Facultad Protestante de Teología UEBE durante 40 años (en la actualidad emérito) y profesor invitado de otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII; es uno de los dos únicos teólogos protestantes incluido en el Diccionario de Teólogos/as Contemporáneos editado por Monte Carmelo que recoge el perfil biográfico de los teólogos a nivel mundial más relevantes del siglo XX. Ha sido secretario ejecutivo y presidente del Consejo Evangélico de Madrid y ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 21 libros, y otros 12 en colaboración.

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