En Guatemala estamos pensando en un futuro inmediato, en el gobierno de transición de estos escasos cuatro meses, mientras que a nivel global se está viendo el futuro a 30 años y es hasta cierto punto comprensible, pues la coyuntura a muchos todavía los tiene encandilados y nos está absorbiendo, especialmente por lo inédito de los casos que están frente a la justicia.
Las decisiones y actuaciones de los juzgadores son el comentario diario; algunos pocos se atreven a mencionar la inequidad en las medidas tomadas, particularmente la decisión del juez Miguel Ángel Gálvez de dejar nueve días en la carceleta a la exindentendente de Aduanas, la cual puede ser considerada hasta como violatoria de sus derechos humanos. Sin embargo, la mayoría parece estar solazada con las decisiones e incluso pide medidas más drásticas.
La sociedad está incluso siendo inducida a asumir reacciones hasta morbosas que no buscan justicia sino venganza, se quiere ver a las y los imputados de delitos, que sin duda son un grave agravio a la sociedad, denigrados hasta el nivel más bajo. Caso especial es el de Roxana Baldetti, quién no solo acapara el desprecio ciudadano, sino que se especula sobre su dramático futuro, como deseándoselo, “tiene actitudes suicidas”.
Pero allá lejos, en New York, los países vieron los otros aspectos que desde este espacio he estado reivindicado: la urgente necesidad de volver la mirada indignada hacia la situación de abandono y miseria en la que se debate la vida de millones de seres humanos, que efectivamente han sido las víctimas silenciosas, no solo de la corrupción, sino de la falta de políticas públicas adecuadas, de la indiferencia de los sectores empresariales y de la cómplice tolerancia social hacia la monstruosa desigualdad existente.
La Agenda 2030 adoptada el viernes en Naciones Unidas es histórica, tal como el documento lo refiere, sobre todo porque hay un reconocimiento colectivo de la necesidad de erradicar la pobreza en todas sus formas y manifestaciones, calificada como el mayor de los desafíos para enfrentar la necesidad de garantizar el desarrollo sostenible.
Pero además, se habla de combatir las desigualdades, tanto entre los países como dentro de ellos, dos aspectos que parecieran tener dedicatoria a Estados como el nuestro, en donde millones de niños padecen de desnutrición, cuyas familias no poseen lo indispensable, mientras que unos pocos acaparan la riqueza y disfrutan en exceso de todo.
Y también se acordó el compromiso de promover la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de las mujeres, objetivo que ya figuraba anteriormente pero que en nuestro caso no ha sido cumplido, baste revisar algunos estudios recientes sobre la situación de las mujeres trabajadoras, de las niñas y de la presencia de la mujer en puestos de elección. El trabajo decente y la prosperidad compartida son anhelos a conquistar para el 2030.
Otro deber que se impusieron es garantizar una protección duradera del planeta y de los recursos naturales. Lo ocurrido en el río La Pasión es un claro ejemplo de lo que nunca debe pasar, además de la depredación generalizada provocada por la ambición desbordada, la explotación irracional de los recursos minerales con sus secuela de conflictividad social.
El sueño de ese futuro próspero para el 2030, con accesos a educación, salud, al agua potable, a la justicia, de vivir en un mundo con respeto a los derechos humanos y a la dignidad de las personas, es una utopía por la que vale la pena cualquier esfuerzo.
Guatemala, 28 de septiembre de 2015.