El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se encuentra en estos momentos inmerso en uno de los momentos más difíciles de su no siempre fácil historia. Fundado por el tipógrafo Pablo Iglesias en el año 1879, tiene a sus espaldas 137 años de existencia, siendo por tanto el partido político más antiguo de España. Aquel viejo partido de los obreros españoles vería la luz clandestinamente un 2 de mayo en la madrileña taberna Casa Labra en una reunión de 25 personas entre las que se encontraban 16 tipógrafos, cuatro médicos, un doctor en ciencias, dos joyeros, un marmolista y un zapatero.
Ha sido la historia del PSOE un largo camino en el que también se ha encontrado con momentos difíciles que ha sabido sortear con mejor o peor fortuna pero dejando, eso sí, jirones de una piel llamada existencia, atravesando por diversas dictaduras y una guerra civil que le obligó a exilarse de 1939 a 1975 para poder mantener su identidad. A ello se unieron las luchas intestinas por el poder, algo común en los partidos políticos, problemas que le condujeron a enfrentamientos y escisiones que siempre han resultado dolorosas para el conjunto de la organización.
Entre las crisis atravesadas, fue sonada la del año 1935 entre Indalecio Prieto y Largo Caballero, ya que mientras el primero era partidario de una unión con los republicanos para derrotar a la CEDA y a Lerroux, Caballero se inclinaba en cambio por la ruptura con los republicanos inclinándose al tiempo por la senda revolucionaria. División que volvería a repetirse ya en plena sublevación militar franquista entre Julián Besteiro y Juan Negrín, enfrentamiento que perduró hasta el exilio.
Habría que esperar al Congreso de Suresnes de 1974, momento en que los socialistas del interior se hacían con las riendas del partido, para que las aguas históricas amainaran. A partir de ese momento, y con el inquilino de El Pardo en las postrimerías de su existencia, el PSOE comenzaría a jugar un papel importante, siendo uno de los artífices de la llamada Transición Democrática, la mayor etapa de paz habida en España en muchos años, pese a que algunos intenten negarlo con una bisoñez rayana en la ignorancia.
Una Transición en la que los socialistas gobernarían durante 14 años, con Felipe González en La Moncloa, acometiendo reformas sociales de gran calado en una España que en algunos aspectos, sobre todo en el sector industrial, se hallaba anclada en principios del Siglo XX. Todo ello, sin obviar que, una vez más, también surgirían diferencias entre los llamados felipistas y guerristas, pero asunto que quedaría, a la postre, en diferencias entre familias, sin llegar la sangre al río.
Rodríguez Zapatero recibe a Felipe González en La MoncloaPosteriormente el PSOE volvería a gobernar durante ocho años con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero a la cabeza, un político que, con aciertos y errores, tuvo que tomar una serie de medidas impopulares acuciado por las exigencias de la Unión Europea, al tiempo que no supo predecir lo que se le venía encima con la llamada crisis del ladrillo y el cataclismo de Lemhan Brothers, que sacudiría a la economía occidental. Ese momento fijaría el principio del declive socialista que ha venido estando presente elección tras elección.
Estamos en el año 2106 y el PSOE atraviesa, una vez más, por una crisis que en estos momentos se palpa en carne viva en el interior de la organización, en un alma socialista que lleva sobre sus espaldas 137 años de existencia. Atrás dejaron hace años el marxismo como seña de identidad y hoy es un partido socialista, o socialdemócrata, que busca su lugar en el país del que forma parte. Pero un partido en el que se han cometido errores por parte de unos y de otros que tendrán que enmendar, si esto es posible, que debería serlo. Todo ello en un momento en el hasta hace poco secretario general, Pedro Sánchez, se encuentra dimitido debido a que las argucias de algunos le obligaron a hacerlo.
Un Partido Socialista que, a modo de triángulo escaleno, cada lado resulta desigual, pero que entre todas las partes forman la figura geométrica que conforma su identidad: un secretario general dimitido del que no se sabe nada después de su aparición estelar en una entrevista de la televisión. Una gestora que lleva las riendas del partido en una interinidad que no debería durar mucho, ya que día que pasa sin regar la flor se marchita o la herida abierta puede ir a más. Y una militancia que espera impaciente ser tenida en cuenta pues ellos conforman, al fin y al cabo, la columna vertebral de la organización.
Y todo esto en un mundo de globalización cambiante como el que en estos momentos tenemos, en el que la socialdemocracia europea, y por ende la española, debe buscar su lugar en el espacio como lo ha hecho en otras ocasiones. Una socialdemocracia que, más allá de las políticas neoliberales, o de los populismos de uno y otro signo crecientes tanto países de la Unión Europea como al otro lado del charco, se sitúe en el terreno de la defensa de los valores progresistas que a lo largo del tiempo han formado parte de su identidad. Es en ese terreno, y solo en ese, donde puede volver a atraer, ilusionar a una gran parte de la ciudadanía.