El actor Rafael Castejón escribe Cartas a Ariel en la colección Memorias de la Escena Española que, bajo los auspicios de AISGE, dirige Amparo Climent y coordina, en taller de escritura, Juan Jesús Valverde. Un libro publicado en 2009.
Se trata de una autobiografía escrita en forma epistolar, 50 cartas a su nieto Ariel, 14 años, hijo de Nuria Castejón, para que sepa quién es -y sobre todo quién fue- su abuelo y pueda recordarlo cuando él ya no esté.
Se convierte así el impresionante librito en un testamento vital en el más puro sentido de la palabra, la entrega amorosa de lo mejor de su vida como actor y como hombre.
Previene a su nieto de las habladurías de algún zascandil («en el Teatro, nieto, también hay retorcidos») que pudieran dañar su imagen cuando ya él no esté, para defenderse, aunque, con un pudor extraordinario, Rafael Castejón se niega en redondo a mencionar a quienes le hicieron alguna mala pasada, que los hubo, y se cierra en banda: «pero ése, nieto, no merece la pena ni que lo nombre». Algo que el lector lamenta.
Un adolescente recibe estas cartas de su abuelo Rafael Castejón. Cartas de un folio, de fácil lectura, es lo que le permite su aliento de escritor novato, una extensión asequible a su temperamento de hombre de acción (sobre las tablas) pero para quien la escritura diaria de este folio requiere un esfuerzo titánico. Son cartas con un contenido completo, que resumen y compendian con una anécdota sabrosa una situación que marcó su vida, y que requieren un reposo y un hasta mañana. Por eso siempre se terminan con «Un beso, Ariel. Tu abuelo que te quiere».
Esto, que puede sonar repetitivo, es sumamente importante para el remitente, y así nunca se le olvida mencionarlo, de ahí que no sea nada extraño que la última carta sea la del nieto hacia él, lo que prueba que las recibió a tiempo.
Tiene miedo el abuelo de resultar pesado, o pudor de exhibir sus logros, «sus batallitas» como él mismo se burla, pero no le gusta la falsa modestia. Allí donde hubo un éxito, lo cuenta, allí donde cree que él tuvo algo que ver en el éxito, también.
Tampoco da nombres de los empresarios («perdón, productores») que no pagaron por él ni por su mujer, Pepa Rosado, la Seguridad Social que, sin embargo, a ellos sí les habían descontado puntualmente.
No los nombra porque quizás están muertos, o por no molestar a hijos y herederos, siendo como es padre de tres genios de la escena: Jesús, Nuria y Rafael Castejón. Los padres son precavidos también por su prole, Castejón está orgulloso de la suya, toda una dinastía fundada por él para el Teatro y quiere para ellos una herencia limpia de odios.
Pero se lamenta por los teatros que, al albur de los tiempos, han dejado de llamarse con nombres de autores, como el Teatro Benavente, para llamarse con nombre de helados. Peor sería que desaparecieran simplemente sin tan siquiera intentarlo, aunque sea a base de cambiar nombre por helados.
Habla de lo que le gusta la buena vida: «Porque tu abuelo, Ariel, ha sido siempre un vago. Comer, fumar su cigarro». O también: «El destino ideal del hombre es estar tumbado sin hacer nada, nieto». En esto parece imitar a sus personajes de zarzuela, o a los de Arniches que tantas veces representó colgando el bendito cartel de no hay entradas, porque lo que es él, trabajó a lo bestia y lo normal es que compaginara dos trabajos diarios en diferentes sitios y hasta dos papeles en la misma obra.
Con miedo al avión, empezó los viajes trasatlánticos a Buenos Aires, México, Chile, EEUU… en barco. Conoció a Miguel de Grandy, con cuya autobiografía me reí tanto que la voy a volver a leer. Pues bien, Rafael Castejón fue gran amigo suyo y promete hablar de él más por extenso, de cómo los conoció a él y a su mujer, y me he pasado el libro esperando que lo cumpla. Es su único fallo, más por extenso lo quisiéramos, pero son cartas a un nieto.
Siempre de la Ceca a la Meca, toda su vida fue un no parar y al jubilarse, se encuentra con que tiene que esperar hasta los 70 porque no hay méritos.
De España a América, lo corriente era estar en manos de empresarios que se han acostumbrado a la frase: «Mira a ver si te arreglas con esto», y era dinero para dos días el que ponían en tus manos cuando te adeudaban la gira entera. Sólo a partir del nacimiento de su tercer hijo, Rafa, que vino al mundo con un pan bajo el brazo, pudo empezar a rechazar papeles que lo le gustaban.
La aventura viajera empezó con su nacimiento mismo: nacido en Barcelona por azar en 1932, la familia se traslada inmediatamente a Alicante y luego, como le gustaba tanto el mar, por estar equidistante de ambos mares, se instala en Madrid, su cuartel general. Aquí fue donde se consagró como actor, en el Teatro Fuencarral, y adonde siempre volvía en busca de nuevos contratos.
Habiendo nacido en el 32, no es extraño que pasara hambre: hambre en la casa paterna y hambre en las giras de «cómico de la legua» que empezó desde muy joven, casi niño. Pues la afición al Teatro le viene desde que, por complacer a su padre (que se pasó los tres años de la guerra en la cárcel por ideas distintas a las republicanas), se hizo catequista de Acción Católica en Alicante.
Hambre con la excepción de los benditos «Festivales de España» que, inventados por Manuel Fraga Iribarne, al que nunca le agradecerán bastante los cómicos este invento, los llevaban durante todo el verano a través de la geografía española, de punta a punta en el plazo de una noche, de Gijón a Cádiz, de Sevilla a San Sebastián, de Jerez a Pamplona, en galas únicas que les hacían atravesar la península de parte a parte varias veces, y que no faltaran. Como los taurinos de ruedo en ruedo, iban ellos con sus músicas y sus zarzuelas a los teatros principales de San Sebastián, Sevilla, Bilbao, siguiendo las fiestas patronales y enriqueciéndolas con su actuación.
Para ser un holgazán confeso, la actividad de Rafael Castejón fue frenética.. Merece la pena recordar con él las luces y sombras del año 1983: «España golea a Malta por 12-1. José Luis Garci recibe el Óscar por Volver a empezar. Mario Camus gana con La colmena el Oso de oro de Berlín, pero por otro lado se nos van Luis Buñuel, y nuestro extraordinario payaso Charlie Rivel, y el gran vanguardista Joan Miró. También el escritor y poeta José Bergamín y el filósofo Xavier Zubiri. Igualmente sentimos la pérdida del gran actor inglés David Niven y el dramaturgo norteamericano Tennessee Williams. Pero lo que más me afectó, querido Ariel, fue el incendio de la discoteca Alcalá 20 en el que murieron 81 personas. Fíjate que yo solía bajar todas las noches porque estaba representando en el Teatro Alcázar «Anacleto se divorcia», era el año del divorcio en España y había que aprovechar la coyuntura, y aquella noche no pude bajar.»
En teatro está orgulloso de haber repetido en distintos foros Los cuernos de Don Friolera, de Valle-Inclán, 1976; Alma de Dios, 1978; La venganza de la Petra, 1979/1991 (Arniches le parece un genio al que no se ha hecho justicia ni en España ni en Alicante. Con él tuvo los mayores éxitos); El santo de la Isidra, 1979; El pobre Valbuena, 1979; Anacleto se divorcia, 1980; El caso de la mujer asesinadita, ésta de Mihura, 1982; Americano corto, americana larga, 1986; Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario, 1986; Los caciques, 1987/2001. Hizo género español con Antoñita Moreno “Madrid, ¡Claro que sí!”, revista con Amparo Sara “Caritas y carotas”, con Antonio Casal “Un marido por favor”, con Addy Ventura “La turista dos millones”, opereta con Amengual “La viuda alegre”… Con la madurez pudo volver a la zarzuela incorporando los personajes característicos en títulos como: La Bruja, 1979; La Dolorosa, 1981; Agua, azucarillos y aguardiente, 1986; La Revoltosa, 1987; La chulapona, 1988; La verbena de la Paloma, 1994; La viejecita, 1998 y La leyenda del beso, 2008.
Aquí, en el estreno, sus tres hijos les prepararon por sorpresa un homenaje a él y a su mujer. Les hicieron subir de nuevo a escena, acabada la función, y sentándolos en sendos sillones, empezaron a proyectar en el telar las fotos de toda su vida juntos. Fue tal la emoción, «que acabamos todos a moco tendido, nieto, tú también, de vernos llorar.» Resultó que toda la familia estaba en la obra trabajando y el público entero se sumó al homenaje inesperado. Luego el corazón le pasaría factura.
En cine no destacó aunque no rechazó ningún papel de los que le ofrecieron, todos cómicos. Sin embargo en televisión pudo hacer otro tipo de papeles durante más de treinta años en producciones como: La Caramba, 1963; Curro Jiménez, 1975; Luisa Fernanda, 1978; Los semidioses, 1981; Los chamarileros, 1981; El jardín de Venus, 1983; La romanza de Madrid, 1989; El obispo leproso, 1990; La venganza de la Petra, 1992 y Villa Rosaura, 1993. Todavía en la última década apareció en series como Hospital Central (Carlos Junyent) y Herederos.
Todo esto y mucho más dio lugar una biografía cargada de humor y de amor por el teatro, por los suyos. Por suerte, al leerla, ignoraba por completo que hubiera fallecido su autor, y sólo al completar su biografía y querer saber de él en el momento actual, pues me apasionaba su vida, me encontré con que había muerto casi en silencio, sin algaradas. Por suerte, recibió a tiempo la carta de su nieto en respuesta a las suyas, una carta de Ariel que acusa recibo y le responde con el mismo amor. Es el mejor epílogo a sus entrañables memorias de hombre íntegro y actor integral, patriarca afortunado, junto a Pepa Rosado, de una saga de actores.
Rafael Castejón murió el 15 de marzo de 2014, un mes después de morir su esposa Pepa Rosado.