Tengo 85 años y todo el mundo se quiere retratar conmigo
A sus 85 años, Ruth Bader Ginsburg, jueza del Tribunal Supremo de EEUU –al que llegó en 1993 nombrada por Bill Clinton, siendo la segunda mujer que ocupa uno de sus sillones– donde representa al ala progresista y liberal de la magistratura, no solo ha desarrollado una larga carrera profesional sino que también ha construido una increíble herencia jurídica batiéndose por la igualdad de hombres y mujeres y contra toda forma de discriminación.
Sin embargo, su extraordinaria faceta personal ha pasado desapercibida hasta ahora que otras dos mujeres, Betsy West y Julie Cohen, nos descubren en una película documental, “RBG”–nominada a los Premios Oscar 2019 en la categoría de Mejor largometraje documental y especialmente recomendada por el ICAA (Instituto de la Cinematogrfía y las Artes Audiovisuales) para “el fomento de la igualdad de género”– , la vida y la carrera de la que es hoy una de las mujeres más influyentes del mundo “y el último escudo anti-Trump”; la fascinante vida y la fama transgeneracional de quien se ha convertido en un icono pop y es conocida en su país como “Notorious RBG”, en referencia al famoso rapero Notorious Big, y cuyo rostro, con grandes gafas y moño, adorna hoy camisetas y es motivo de tatuajes.
“RBG” es el retrato de una mujer increíble que en más de medio siglo de ejercicio de la abogacía se ha batido, “pasito a pasito”, encadenando victorias en el Tribunal Supremo cuando todavía no formaba parte de él, y sin mostrarse nunca enfadada como le recomendaba su madre, con una especie de rabia fría, por las libertades individuales, la igualdad de los sexos, las madres solteras, el derecho al aborto… Pero no solo, también creó jurisprudencia ganado algunas reivindicaciones masculinas, como el derecho a ayudas para los viudos con hijos, que hasta entonces solamente tenían las viudas.
Una mujer hija de emigrantes de origen judíos de Odesa y sin estudios que hicieron lo imposible para que su hija nunca tuviera miedo de nada, se atreviera con todo y pudiera estudiar en Harvard y Columbia: “Entonces, la proporción de estudiantes era de quinientos hombres por nueve mujeres. Seguramente mis padres pensaron que si no sacaba la carrera al menos encontraría un marido”.
La jueza Ginsburg hizo las dos cosas: obtuvo su licenciatura en Leyes y encontró al compañero de su vida, Marty, un brillante abogado fiscal y el hombre que ha compartido y estimulado todos sus objetivos, incluso y sobre todo cuando le negaban la entrada en todos los grandes gabinetes de abogados de Nueva York, y que se hizo a un lado cuando se trataba de impulsar avances en su carrera.
Ahora, a los 85 años, la jueza Ginsburg es uno de los iconos de la izquierda progresista estadounidense, y su historia resulta instructiva en diversos aspectos, lo que es mucho decir en los tiempos de la “América primero” de Donald Trump, cuando el Tribunal Supremo “ya no está compuesto casi equitativamente por individuos de derecha e izquierda, como lo estaba cuando fue nombrada y pudo adoptar una confortable posición centrista. El Tribunal ha virado ahora peligrosamente a la derecha, haciendo planear todo tipo de amenazas sobre derechos fundamentales (por ejemplo, el derecho al aborto), obligando a RBG a situarse decididamente a la izquierda, lo que es otra terrible enseñanza de esta película” (Elizabeth Franck-Dumas, Libération).