¿Qué hace un niño de cuatro años, solo, en mitad del desierto?
El 19 de febrero de 2014, las redes sociales y distintos medios de comunicación internacionales recogían la imagen del pequeño, con una bolsa de plástico en la mano, mientras le recogían unos miembros del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR). El pequeño se llama Marwan y se había perdido, mezclado entre el grupo de ciudadanos sirios que huían de la guerra. Los trabajadores humanitarios le ayudaron a encontrar a su familia.
Con frecuencia, ha escrito Andrew Harper, representante de Acnur en Jordania, debajo de la imagen, “las personas ancianas, los enfermos, las mujeres embarazadas y los niños se van quedando rezagados mientras la masa de refugiados avanza”.
Sea como sea, esta fotografía pone de manifiesto una realidad dramática, que a menudo comentamos sin tener realmente constancia de su dimensión, porque no la vemos: desde el comienzo de la guerra civil siria, en marzo de 2011, casi dos millones y medio de personas han abandonado el país, y la mayoría lo han hecho en condiciones muy precarias.
En Zaatari, Jordania, en el segundo mayor campo de refugiados del mundo, según la revista Time, se ha creado una auténtica ciudad siria en el exilio, que acoge ya a más de 160.000 personas.
Una foto aérea de enero de 2014, tomada desde el helicóptero que transportaba al secretario de estado estadounidense John Kerry para una visita, muestra perfectamente la magnitud del campo, situado solo a ocho kilómetros de la frontera, que «sería la quinta ciudad de Siria si todos esos alojamientos de fortuna se encontraran en su territorio”. La diferencia, y es enorme, es que esas familias no están viviendo en sus casas: han abandonado los pueblos, las ciudades, han dejado atrás a familiares y amigos y esperan, en la precariedad del exilio en el país vecino, que acabe el conflicto que ya ha destruido sus vidas y está a punto de destruir su país.
En otro orden de cosas, y según la organización humanitaria Human Rights Watch, el gobierno sirio está probando nuevas armas, muy potentes, capaces de matar cantidades considerables de civiles. Se trata de «cohetes de submunición», muy potentes y nunca utilizados hasta ahora en la guerra que tiene lugar en Siria. Los cohetes de submunición, dice el comunicado de HRW, están prohibidos en 113 países, matan sin discriminación y las pequeñas bombas que transportan se expanden y continúan matando y mutilando personas mucho tiempo después de producirse el ataque.
“Las fotografías tomadas tras un reciente ataque a la ciudad de Hama muestran que, los días 12 y 13 de febrero, el gobierno sirio empleó misiles tierra-tierra 300 mm 9M55K, de fabricación rusa, que pueden transportar decenas de submuniciones”, y que al menos mataron a dos civiles e hirieron a una docena. Esos misiles son tres veces mayores que las demás armas de submunición empleadas hasta ahora: “Es terrible que las fuerzas gubernamentales sigan utilizan munición prohibida contra su pueblo. Las bombas de submunición amenazan también a las generaciones futuras”, ha dicho Steve Goose, director de la división encargada de armamento de HRW.
El conflicto, que comenzó en 2011 y con el paso del tiempo ha degenerado en auténtica guerra civil, ha matado en Siria a más de 140.000 personas.