Hablamos de muertos sin que se nos mueva un pelo. 371 000 para más señas. Personas que hoy ya no están porque perdieron la vida en un conflicto que ya dura ocho largos años. Niños que nacieron en guerra, otros que tenían 8 y ya tienen 16; personas que han visto cómo crecían entre escombros algunos de sus amigos y otros tuvieron peor suerte.
La revolución siria que dio lugar a la contienda sigue controlado por Bachar Al Asad que aún se mantiene en el poder sin visos de abandonarlo. El Observatorio Sirio de Derechos Humanos recuerda al mundo que un 15 de marzo de 2011 civiles y combatientes de los dos bandos comenzaron a morir. Que se sepa, no llega al medio millón, pero las cifras bailan porque no hay datos concretos de muchos de los fallecidos y, lo que es peor, nadie los ha reclamado.
Más de 21 000 niños, cerca de 14 000 mujeres, personas desaparecidas, familias rotas, hambruna, enfermedad y desolación. Si a eso le sumamos las torturas en las cárceles, los secuestros y las extorsiones, estaríamos hablando de que, junto a Yemen, es la mayor tragedia del siglo, que no sienta un precedente, sino que debe hacernos reflexionar. No hablamos solo de los muertos que se conocen, sino de todos esos que no volvieron, de esos que en zona de combate puede que sigan enterrados a su peor suerte ante los ojos del cruel Al Asad, que ve cómo el noveno año comienza controlando el 60 % del territorio sirio frente a los insurgentes, que tienen el 8,7 % del país.
No hay trabajo, el mercado está bloqueado, así como la electricidad. Sobrevivir entre escombros es una realidad diaria con la que conviven familias destrozadas que ya no esperan ni la paz ni ayuda humanitaria. Recuperar Alepo exigiría una reconversión total de la zona y no es posible, porque sigue la hambruna, personas con heridas abiertas y enfermedades derivadas de estas. Aún así, parte de la población sigue esperanzada y apuesta por la formación: la llave para salir del conflicto y disponer de herramientas para continuar a pesar de la vida. A esto se le han de sumar los millones de personas que han huido, al menos cinco según cifras del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), quizá, el mayor éxodo de todos los tiempos. Casi la mitad de la población siria, que era de 23 millones antes de la guerra, ha sido desplazada por el conflicto, por una u otra razón.
Por otro lado hay que resaltar que la plataforma de la infancia ha asegurado que los niños sirios arrastran severos problemas de estrés postraumático debido al sufrimiento acumulado en su más tierna infancia. Tan solo sueñan con una educación mientras que sus iguales, nacidos en España, sueñan con sus respectivas profesiones, con futbolistas o sus pertenencias, ya sea su móvil, ordenador o tableta. Para ellos, la guerra está presente y cada vez tienen más miedo a la violencia; un ejemplo sobre el que no repara un niño español cuyo mayor problema es perder a un ser querido. Vidas paralelas, edades similares, pero realidades que han hecho crecer de golpe a los niños que ya nacieron en la contienda.
Antes de que comenzara la guerra muchos sirios estaban en paro, existía cierta corrupción, una falsa libertad política y la represión de Bashar Al Asad, que sucedió a su padre hace casi 20 años. Fue en marzo de 2011, un día 15, cuando un grupo de adolescentes fueron arrestados y torturados tras ver cómo había señalado consignas revolucionarias en Deraa el día en el que todo cambió en Siria. Ante tal evento, hubo protestas inspiradas en la primavera árabe que dieron lugar a revueltas, principalmente en Alepo y Damasco, que reclamaban democracia, derechos y libertad. De eso hace 8 años.
A partir de la apertura de fuego, muchas personas salieron a las calles y el levantamiento se extendió por todo el país. El gobierno se apoderó de las ciudades de igual forma, y los que podían, comenzaron a defenderse ante semejante revolución. Al Asad prometió restablecer el orden de lo que en su día bautizó como terrorismo apoyado en el exterior, y entonces fue cuando los enfrentamientos se extendieron hasta llegar a la capital, Damasco. Ahora ya no se sabe quién es quién, porque la llamada oposición quiere destituir al presidente y otros rebeldes aspiran a seguir como los grupos islamistas y los yihadistas, así como el ejército libre sirio. La llamada guerra entre guerras ha hecho que los moderados se enfrenten a los islamistas y también a las fuerzas del gobierno. Kurdos contra fuerzas de otros países, Arabia Saudita, Turquía, Estados Unidos, que están contra los islamistas frente a Rusia e Irán, que siguen al lado del presidente.
Siria ya no es una prioridad para ninguna potencia mundial, Siria no existe, no está en los programas de los gobiernos, solamente se difunde información a través de los comunicados de las ONGs de la zona y algún comunicado de prensa. Tras el último ataque químico, Siria solamente es interesante porque sigue siendo el principal punto de tránsito de armamento de Teherán al Líbano y, así y todo, es una guerra subsidiaria de varias regiones, de varios países, que ha terminado con la intervención de otros que solamente han generado mayor separación entre sunitas y chiitas alauitas, mientras el Estado Islámico avanza y va tomando el control de varias zonas del noroeste de Siria.
La triste pero cruel realidad es que cerca del 70 % de la población vive en condiciones de miseria y pobreza y 14 millones de personas necesitan ya ayuda humanitaria dentro del país. No hay acceso a agua potable, a alimentos básicos, a la educación o a vacunas. Una población que no ve salida ocho años después.
La pregunta es, ¿y ahora qué?