Sobreprotección del menor: cuando este no tolera la frustración

En el terrible empeño de ser padres, los millenials sin educar encaran la vida futura sin asideros. Disponen de móvil, muchos incluso de coche; ordenador, siempre Mac y todo lo que el resto de los influencers les dictan. Diríase incluso, que con esos mimbres son felices, pero no.

La adaptación a la vida y su rol en esta pasa o debería pasar por esos estadios en donde las personas van forjando su carácter y sobre todo, el manejo de los conflictos que tienen lugar entre iguales. Siempre nos preguntamos cuándo debe empezar el menor a adaptarse, si bien, en si mismo, ese reto ahonda en aspectos relativos a su afectividad, a su propia personalidad y a la forma por la cual se estructuran el resto de los aspectos de su vida.

Hete aquí a los padres, que en su afán de hacerlo bien, entregan sin mediar palabra alguna, el mando de su propia vida a esos pequeños tiranos, en el caso de ser más de uno, que dirigen su quehacer a la exigencia, a la falta de tolerancia y desde luego, a evitar la frustración en todas sus formas posibles.

Si comenzamos a analizar cuándo arrancó todo, nos encontramos con un infante que no tolera la palabra no porque todo le es dado. Su exigencia pasa por no saber esquivar los posibles problemas que van apareciendo en el camino dado que sus padres evitan todo dolor, sea cual sea; físico y psíquico y en ese discurso se va anidando el miedo, la falta de autoestima y las inseguridades que generan la intolerancia al fracaso. 

Esta cuestión que ha dado que hablar, supone que en las familias ya consolidadas con adolescentes que empujan, se acomoda el fantasma de los padres que bajo el ala de la protección, siguen amparando todas las posibles situaciones conflictivas que se generan. Ante algo negativo siempre hay un refuerzo positivo, y esto, es contradictorio en si mismo. No te van a traer nada los reyes si suspendes, afirma la madre. Pobrecito, ¡cómo no le van a traer nada!, añade el padre. Si al hacer algo mal no existe consecuencia alguna, la necesidad de hacerlo bien cada vez es más pequeña.

La implicación emocional de los padres pasa entonces por escoger criterios equivocados a los que van sumando despropósitos. Desde ser el colega de tu hijo a evitar que se enfrente a la vida en sus pequeñas conclusiones. La felicidad de este no pasa por tener una vida fácil, si bien, esto se confunde con el amor inconmensurable que se tiene por un hijo. No por regañar, reñir o exigir se quiere menos y no por dar, consumar y comprar todo lo material se quiere más.

Los padres cuya sobreprotección desde que son recién nacidos es su única forma de relación con los hijos, niegan a estos la oportunidad de experimentar por si solos el dolor, la rabia, la frustración y el no que la vida nos regala constantemente. De ahí nace una dependencia desorbitada que hace que el menor no sea capaz de hacer nada y ni siquiera de tropezar varias veces. Un ejemplo claro sería el de los suspensos cuando los padres no solo no ponen un límite, sino que justifican al hijo ante la autoridad que se llama profesor.

Esa desconfianza que van generando en su entorno, ya sea en la escuela, en la universidad o en el trabajo, procura un carácter intolerante que lejos de aceptar los vaivenes de la vida, aparece como una falta de expresión ante esta y acaba por ser un sujeto dependiente en todos los órdenes de la vida.

Llorar, temblar, sufrir, padecer, estar triste o no saber por dónde seguir son cuestiones normales para cualquier adulto que si ha conocido el no en la infancia, hace de si mismo un gran ser humano que sale adelante ante las dificultades. A esto hay que añadirle lo que no elegimos que forma parte de la salud. Estos niños no disponen de herramientas para tener un duro golpe en este sentido. Su fragilidad les lleva a no poder soportarlo y se sumergen en una depresión e incluso en un suicidio porque sus sueños se ven frustrados.

Poner límites; identificar el rol familiar; aprender a perder; distinguir cuáles son los valores de la vida y lograr conocer qué herramientas y con qué estrategia debemos abordar la vida desde infantes, es el mejor regalo que podemos dejarles. Con ello aprenderán a admitir errores, no mentirán, mostrarán empatía ante los demás y darán amor a sus iguales. De lo contrario serán seres hedonistas, egoístas y sobre todo, exigirán una gratificación inmediata simplemente por cumplir con su deber.

Un no a tiempo es una garantía de por vida; quizá el legado más preciado que nosotros padres, podemos dejarles.

 

 

Ana De Luis Otero
PhD, Doctora C.C. Información - Periodista - Editora Adjunta de Periodistas en Español - Directora Prensa Social- Máster en Dirección Comercial y Marketing - Exdirectora del diario Qué Dicen - Divulgadora Científica - Profesora Universitaria C.C. de la Información - Fotógrafo - Comprometida con la Discapacidad y la Dependencia. Secretaria General del Consejo Español para la Discapacidad y Dependencia CEDDD.org Presidenta y Fundadora de D.O.C.E. (Discapacitados Otros Ciegos de España) (Baja Visión y enfermedades congénitas que causan Ceguera Legal) asociaciondoce.com - Miembro Consejo Asesor de la Fundación Juan José López-Ibor -fundacionlopezibor.es/quienes-somos/consejo-asesor - Miembro del Comité Asesor de Ética Asistencial Eulen Servicios Sociosanitarios - sociosanitarios.eulen.com/quienes-somos/comite-etica-asistencial - Miembro de The International Media Conferences on Human Rights (United Nations, Switzerland) - Libros: Coautora del libro El Cerebro Religioso junto a la Profesora María Inés López-Ibor. Editorial El País Colección Neurociencia y Psicología https://colecciones.elpais.com/literatura/62-neurociencia-psicologia.html / Autora del Libro Fotografía Social.- Editorial Anaya / Consultora de Comunicación Médica. www.consultoriadecomunicacion.com Actualmente escribo La makila de avellano (poemario) y una novela titulada La Sopa Boba. Contacto Periodistas en Español: [email protected]

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