¿De qué cielo nos llega la destreza y la solvencia emocional de lo que llamamos sin dudar música?
Tropiezo una y otra vez con la evidencia del sol, pero no le encuentro jamás sentido a su silencio, a ese debatirse suyo entre la luz y las sombras siendo como dice ser el centro de todo: ¿no lo seremos nosotros, los humanos acostumbrados a cantar incluso en la oscuridad de la noche todo ese sonido que nos distingue de los demás seres vivos?
¿Te gusta la música? Una vez conocí a alguien que quiso decir “a mí, en realidad, la música no me gusta”, pero no lo dijo, lo sé bien, se sintió un muñeco inerte sobre el capó de un coche soviético abandonado en La Habana. No se atrevió a decir que no le gustaba la música porque en el fondo de su corazón una pequeña luz hecha de violento entusiasmo le cicatrizaba sus sentimientos para que no pudiera decir que era un ser humano al que no le gustaba la música, un ser humano derretido en el presente bajo el aspecto de una presencia de ser vivo animado por lo que a nuestra especie le sacó de la miseria hacia donde se dirigía cuando bajó de los árboles, divisó el horizonte, agarró un guijarro deslumbrada y se quedó pensando ‘¿y ahora qué?’
Y aquel AHORA fue la música, el ahora por donde transitamos desde la cuna hasta desvanecernos en un universo silencioso donde la música no será necesaria porque sólo existirá la NADA.
No se puede vivir sin música (sin amor) [la poesía tiene tantos cancerberos que no importa, es un sueño imposible en el que se duermen las palabras, pero…]. En la música vibra el sonido de cada verso como si no pudiera sobrevivirse a su rítmico estallido. En la música navegas de la mano del amor, del amor doloroso, del amor vértigo, del amor apacible y de pradera, del amor agua y fuego. En la música eres mecido por un vendaval de seda y sueñas con la tierra desde la luna en la que bebes todo el estrépito bajo tus pies. En la música eres más tú mismo que cuando crees ser humano, sólo el amor vence a la música sólo el amor a la música derrota a la música. Déjate lamer por el sonido que flota en las canciones, desciende a su gloria y brilla como el nácar de los pianos, sé un bloque de hielo derritiéndose, sé un animal de la cabeza a los pies, un animal ensangrentado a punto de nacer una y otra vez.
En los lugares del silencio, la música va situando los besos de nuestra memoria para ocupar hueco a hueco lo que el vacío nos elude con el viejo truco impostor del horror aquel antiguo. La música en la noche se convierte en luz y puede ser un lugar, una respiración, la nada y el cambio, lo que sepamos querer.