La verdad es una antorcha, pero gigantesca; de ahí que todos intentemos pasar a su lado con los ojos entornados, temiendo incluso quemarnos.
GOETHE
En esta Antorcha -heredera en su nombre de la de Karl Kraus-, ya que hemos entrado en periodo electoral, uno prefiere quemarse en sus llamaradas, con los ojos bien abiertos y sobre todo el pensamiento dispuesto a no ser abatido por el repulsivo espectáculo circense que ofrecen los candidatos, llamado a ser alguno de ellos ganador de la farsa democrática en que vivimos, sin duda el que más haya conseguido alienar a los ciudadanos con el empleo de los medios económicos y mediáticos más poderosos de los que se manejan.
Pugnando la mayoría de ellos por acudir a los programas de TV más aberrantes, necios… paremos, que faltan adjetivos para describirlos o necesitaríamos decenas de páginas para encadenarlos. ¿Y el papel jugado por los espectadores, televidentes, ciudadanos de esta burda, esperpéntica y deleznable comedia que a todas horas se nos ofrece? ¡Cómo vamos después a extrañarnos del nivel mental y las palabras de la mayor parte de los tertulianos -vaya oficio que han descubierto, lucrativo y tan fácil como estornudar, rebuznar, gritar, fingir- que intervienen en esos u otros programas de radio y televisión para mayor «gloria» de sus conductores, que tampoco necesitan hurgar en sus parcos conocimientos para alentarlos a jugar con la basura -.sea política, sexual, costumbrista, de vida o muerte, de violencia individual o colectiva, terrorista de uno u otro signo-, ejercida sobre los pacientes y sufridores seres humanos que los ven y escuchan.
Ah, si miles de antorchas pudieran, ya que no los cuerpos, que no somos asesinos, extinguir las palabras, que en eso si somos exterminadores, de unos y otros, devolvernos al silencio que en la civilización actual es la mejor música que puede escucharse en el Universo.
Eran las primeras décadas del siglo XX cuando ya Karl Kraus escribía las siguientes palabras:
La distorsión de la realidad en la información es la información más fidedigna de la realidad.
La democracia significa poder ser esclavo de cualquiera.
El parlamentarismo es el acuartelamiento de la prostitución política.
¿Qué escribiría en España en estos días aciagos que vivimos?
Casi un siglo ha pasado desde que Walter Benjamín escribiera:
Capitalismo, celebración de un culto sin sueño y sin piedad.
Esta frase deberían llevarla grabada en sus camisas o corbatas esos escribidores que a veces evocan su nombre en medio de sus juicios o vidas cotidianas de él: de Vargas Llosa al difunto Duque consorte. Y lo mismo ocurre con los poetas que hablan de César Vallejo o Rimbaud, o los -y éstos no hacen falta que sean escribidores- los miles de necios que citan en hora o deshora a Kafka.
Mas al fin, pues a uno le gusta nadar en los ríos silenciosos de quienes escribían porque eran capaces de pensar, este espectáculo electoral va dirigido a los súbditos que contribuyen al «estado del bienestar» de un puñado de grandes terroristas de cuello blanco y corbata nunca reconocidos como tales. Es Marcuse quién ahora habla;
Los hombres no viven sus propias vidas, sino que realizan funciones preestablecidas. Mientras trabajan no satisfacen sus propias necesidades y facultades, sino que viven enajenados… La técnica de la manipulación en masa ha tenido que desarrollar una industria de la diversión que controla directamente el tiempo del ocio, el Estado ha tomado directamente la tarea de reforzar todos los controles.
Venga, candidatos, a mover el esqueleto, cantar, cocinar, montar en bicicleta o patinete, jugar al futbolín, contar chistes, soltar frases con vacuas y tópicas, mostraros algo ternuristas o violentos… Esa es vuestra reflexión política, sociológica, cultural,, y sobre todo ofrecer vuestra imagen, risa o ceño fruncido, rostro bien maquillado y vestimenta correcta o cuidadosamente desaliñada. ¡Y pensar que hablan de que faltan quince días hasta el 20, cuando a algunos nos parecerán siglos!…