Empezar el año con tres conciertos de flamenco puro, los días 2, 3 y 4 de enero de 2016 en el auditorio La Caja de Música de Centro Centro Cibeles de Madrid, tiene mucho encanto. Nada menos que Montse Cortés, la veteranía, Israel Fernández, la juventud y Alonso Núñez, Rancapino Chico, la plenitud, respectivamente, tres estilos de cante de tres que son flamenco en estado puro.
2 de enero de 2016. Una Montse Cortés muy distinta a la que vimos en el concierto Flamenjazz, de la Suma Flamenca 2015. La Montse de hoy parece querer anclarse en sus principios gitanos de cepa catalana por los tablaos de Barcelona, sobre todo El Cordobés, a donde la llevó de cría su prima La Tani y donde la conoció mediados los noventa el entonces internacional Antonio Canales, quien se la llevó por esos mundos de más de un continente, gorjeando con su voz profunda y pausada, con arranques súbitos de pasión.
Montse CortésA la Montse de esta noche, vestida de rojo coral, siempre sentada, preocupada por cerrar la raja del vestido todo el rato, la veo haciendo todo un ejercicio de cuerdas vocales, como si quisiera con este concierto dar una clase magistral por los palos del flamenco. De hecho la da. Aparece bien acompañada: Piano, guitarra eléctrica, guitarra flamenca, palmeras al compás, percusionista de lujo. Se suceden los dúos suyos con la guitarra, la guitarra solista, el trío de coros, guitarra y percusión, de piano, guitarras y percusión, se suceden protagonismos, un poquito de jazz, con pauta de guitarra eléctrica.
Montse sigue sentada, sin cambiar de postura, marcándose su ritmo con las palmas. Demasiado estática. La guitarra de Yeray Cortés tiene un gran y excelente protagonismo, no así el pianista que demasiado rato parece el convidado de piedra, ya su situación en el escenario es de exclusión con respecto al resto del nutrido grupo.
Al final, una joven bailaora, pone todo el movimiento que tanto se ha echado de menos en escena.
3 de enero de 2016. Un trío de jóvenes artistas ya famosos: El cantaor toledano Israel Fernández, el pianista Pablo Rubén Maldonado y el guitarrista Ramón Jiménez.
Israel Fernández es flamenco en estado puro, entendida la pureza como expresión del alma. Lo tiene todo, ritmo, compás y armonía. Tuvo una madre y una abuela que fueron sus ángeles introductorios al flamenco desde que no levantaba dos palmos del suelo. Quiere decirse, hubo amor desde el principio, cante con el corazón. Más tarde su mentor fue Camarón de la Isla, su referente hasta día de hoy. También se alimenta de otras fuentes tan carismáticas como Manolo Caracol, Antonio Mairena, Rafael Farina, Porrina de Badajoz, La Niña de los Peines… Con 18 años ya estaba grabando su primer disco, con 21 compartía escenario con leyendas como Raimundo Amador, José Mercé, Arcángel…o estrellas del soul como Macy Gray o Erikah Badhu… Nueva York, Roma, Londres, Montreal, Katowice, el Auditorio Nacional de Madrid, el mítico Johnny… Hoy en día, con 27 años ya no conoce límites.
Acompañado por el pianista, compositor, letrista y premio nacional Flamenco hoy en 2011, Pablo Rubén Maldonado y el guitarrista Ramón Jiménez, con una cualidad única en sus toques de auténtica caricia de las cuerdas que hacen desbordar la emoción, todas sus notas se deslizan a lo largo del cuerpo penetrando hasta la sangre en las venas.
Empieza a capella con un Martinete que ya transporta a otra dimensión, con esa voz grave, templada, madura, sabiamente matizada. Sigue una introducción al piano del cante de una bulería por soleá, toda una serie, siempre con protagonismo compartido por el piano y la guitarra acompañando. Maldonado anuncia ‘una cosita en homenaje a Falla’ y nos sorprende levantándose del piano para cantar El fuego fatuo. Ya estamos en 2016, ya se acabó el centenario del estreno de El amor Brujo, pero… se agradece. Sigue al piano, dice que le gusta improvisar, así que se dejará llevar desde ahí a donde la lleve la improvisación. Melodías de El Amor Brujo para acabar y no es casualidad sino causalidad con la copla lorquiana La tarara. Este año en agosto se cumplirán ochenta años de la desaparición física del músico poeta.
Vuelve Israel, a dúo con el piano, con una larga introducción improvisada que suena a jota y que acaba por alegrías. Turno de la guitarra. Un poquito de bulería, cante festero nacido en Jerez a finales del siglo XIX, para pasar un rato agradable. Él mismo se hace el compás para la alegría de ser gitano. Ahora es el turno del concierto de guitarra solista y Ramón Jiménez se va nada menos que por Paco de Lucía y su Entre dos aguas…Maestros jóvenes del siglo XXI, eso es este concierto. Vuelve el trío, por seguiriyas, con un acompañamiento de maestría absoluta, una sincronía de lujo entre piano y guitarra. No podían faltar los tangos, sincronía perfecta entre cante y toques.
Y para acabar y celebrar Fandangos, en dúo con guitarra y piano acompañando. Los ¡bravos! Son fuertes y merecidos.
4 de enero de 2016. Rancapino Chico viene acompañado por el guitarrista jerezano Antonio Higuero y los coros de palmas de Cepa Núñez y Manuel Cantarote, a quienes tuvimos el placer de disfrutar en el concierto del ciclo Andalucía Flamenca del pasado diciembre.
Viste muy formalmente, de impecable traje y corbata negra. Un modo de respetarse a sí mismo y respetar al público. Se le nota la estirpe chiclanera, digno hijo de su padre, el gran Rancapino, sobrino de Orillo del Puerto y biznieto de La Obispa. Su flamenco es heredero de los cantes de Cádiz, fiel a sus raíces profundas y a los cantes de los más grandes, recordando en ellos a la Perla de Cádiz, Enrique el Mellizo, Paco Toronjo o Juan Talega. Se le nota como a su padre la escuela de Manolo Caracol, Antonio el de la Calzá, Juanito Valderrama. Cantes puros , de jondura inimitable.
Comienza a capella para hacer presentación. Se le une su trío por alegrías de Cádiz. Estar cerca del escenario es como una clase magistral añadida, porque además de escuchar se ve la maestría en el manejo de cuerdas vocales y su incidencia en las formas de la boca. Observarle de cerca y observar también de cerca las manos de Antonio Higuero sobre las cuerdas de la guitarra y las de Cepa y Manuel en el compás es un doble goce visual y acústico. Esa voz tan trabajada, tan limpia y personal, esos sostenidos que acompaña con una mímica corporal que los hacen aún más indescriptibles. Hay que verle y oírle.
Cuando se levanta y acerca hasta el borde del escenario, provoca un silencio atronador, que transmite al público su emoción profunda. Sus dúos con la guitarra, con la sincronía de ritmos entre ambos instrumentos de cuerda o acompañados por la única percusión en el concierto, el más antiguo y natural, compás de palmas y pie. Insisto, escuchar y discernir el acoplamiento rítmico es un manjar de dioses. Siguen, cantiñas, tarantas, la imprescindible soleá, fandangos, seguiriyas con un ritmo de palmas que dan ganas de ponerse en pie, sobre todo cuando empieza a cantar la barquita de mis amores, con una sabia matización de la iluminación para ilustrar el cante de qué quieres de mí, mira que me estoy muriendo… Este hombre siente hasta el fondo del alma lo que dice, con la voz y con la expresión corporal. Hay algo de ancestral, de siempre, de ayer y de hoy, que emociona.
Un final por bulerías nos devuelve a la realidad, mediante un baile de regalo de los chicos del coro.