En Turquía, el bigote es una institución. Los turcos rinden auténtico culto al bigote que, para ellos, es el símbolo por excelencia de la virilidad.
En un artículo publicado conjuntamente por la página web Myeurop y el blog Istanbuloscope (creado por los estudiantes de la escuela de periodismo IPJ-Paris Dauphine), se asegura que cada vez son más los hombres turcos que recurren a la cirugía estética para poder presumir de tener un hermoso bigote. Un refrán turco asegura que “un hombre sin bigote es como una casa sin balcón”.
Por lo visto, en el país hay más de 250 especialistas capaces de transformar un bigote escaso en una hermosa mata de pelo que crece en dos direcciones en mitad de la cara. El precio medio de un implante de bigote en Turquía está en 2.000 euros.; dos veces menos, dicen los articulistas, de lo que cuesta en los países de la Unión Europea donde, por lo visto, también se practica este tipo de cirugía.
Un especialista, Alí Mezdegi, que lleva dos años haciendo injertos de bigote, asegura que sus pacientes no son solamente turcos: “También llegan de países del Golfo, donde el bigote es tan importante como aquí. Y también he tenido clientes procedentes de Europa y Rusia” (nótese que el doctor Mezdegi dice clientes y no pacientes, confirmando la tesis cada vez más extendida de que, en todo el mundo, la sanidad está sufriendo una profunda transformación ideológica, convirtiéndose en una parte de mercado más, como los electrodomésticos o la alimentación).
La intervención dura unas cuatro horas y consiste en extraer unos 5.000 folículos capilares de la cabeza en implantarlos en el rostro, exactamente debajo de la nariz, sobre el labio superior. La cantidad de operaciones de bigote que se llevan a cabo anualmente en Turquía obedece fundamentalmente, según los expertos, a motivos ideológicos: el bigote es un símbolo político y religioso”, explica Benoît Fliche, antropólogo en el instituto francés de estudios de Estambul (IFEA).
Original tema, en la imaginación esto no me había surgido.
Es un asunto cultural, hay que ser turco o de algún país del Golfo para andar detrás de un trasplante folicular bigotudo. Porque, de seguro, para estar feliz con un inmenso bigote, hay que tener motivaciones igualmente grandes.
En la vida cotidiana debe ser tremendamente complicado de realizar actos simples como comer sopa. Y mejor no pienso en cuántas bacterias pueden encontrar allí un paraíso hirsuto.