Ned Colt*
Wael y Jwan comienzan su jornada muy temprano, un poco después de que amanezca en el desierto oriental. Protegidos del ardiente sol con chaquetas de color azul Naciones Unidas y sombreros, suben a un vehículo de doble tracción y se dirigen hacia el oeste desde la ciudad de Erbil, en la región Kurdistán iraquí.
Ya hay más de 40 grados Celsius cuando llegan al puesto de control de Khazair, a medio camino entre Erbil y la ciudad de Mosul, en el norte del Iraq, que fue arrebatada a las fuerzas gubernamentales a principios de este mes. La caída de Mosul provocó un éxodo masivo de civiles y, según informan funcionarios públicos, hasta 300.000 buscan refugio en la región del Kurdistán.
Wael y Jwan son miembros del equipo de protección del ACNUR. Su trabajo consiste en evaluar el número de desplazados que llegan y sus necesidades. Efectuarán la primera etapa para reunirse con el personal de seguridad kurdo en el puesto de control. Los soldados hacen un control de los pasajeros que se dirigen hacia el este para comprobar que realmente necesitan entrar en la región del Kurdistán.
Un soldado les dice que cada día pasan por Khazair cerca de 1000 vehículos, tantos que es imposible llevar un control exacto. En total, entran diariamente unas 5.000 personas. Es un número mucho menor que el registrado la semana pasada, en la que las llegadas diarias fueron casi 10 veces superiores a esa cifra.
El soldado les dice que esta mañana se ha permitido pasar a las familias y los profesionales pero los hombres solteros constituyen un motivo de preocupación para el gobierno regional, que teme que podrían estar vinculados a grupos de combatientes.
Hablando con algunas de las 3500 familias desplazadas hasta el momento, cuatro de cada cinco dicen al equipo de protección del ACNUR que lo que necesitan más urgentemente es un lugar donde refugiarse. Muchos se trasladan a hoteles en el Kurdistán iraquí, mientras que otros son acogidos temporalmente por familiares o amigos. Otros lo tienen más difícil y acaban refugiándose en escuelas, mezquitas, iglesias y edificios sin terminar.
Una familia de siete miembros procedente de Tal Afar, al oeste de Mosul, dice a los integrantes del equipo que huyeron la noche antes de que el centro de salud de la ciudad fuera bombardeado. Los siete viajaron en un polvoriento Kia plateado y están esperando que venga a buscarlos un tío que vive en Erbil. “Si prosiguen los combates, Tal Afar se quedará vacío”, explica el padre a Wael y Jwan. “No hay agua ni electricidad”.
Wael y Jwan también hablan con los desplazados que viajan en dirección contraria, aunque no son muchos. Explican que regresan porque no pueden pagar un alojamiento en la región del Kurdistán iraquí. Es lo mismo que han contado a los equipos de protección del ACNUR muchas de las familias desplazadas a las que ya han entrevistado.
De los que residen en las zonas urbanas, un 70% afirma que regresarán dentro de unos días porque se les está acabando el dinero. Pero tienen pocos sitios adonde ir y tampoco están seguros de que les resulte más fácil vivir en otro sitio.
Wael, un miembro sudanés que lleva 10 años trabajando en el ACNUR, considera que hay dos problemas importantes. Hay familias iraquíes que intentan atravesar la región del Kurdistán en dirección a Kirkuk y otras ciudades árabes en el Iraq central y septentrional y tienen problemas al pasar por el puesto de control.
“También vemos que algunas familias se dan la vuelta porque en el puesto de control no les dan autorización para entrar en el Kurdistán a comprar medicamentos. Luego, cuando intentan regresar al centro de tránsito, tienen problemas para pasar. Hablaremos con las autoridades para intentar resolver esta situación a gusto de todos”, señala Wael.
Estamos en las primeras horas de la tarde y los funcionarios de protección del ACNUR suben por una cuesta polvorienta hacia una colina en la que se alinean tiendas del ACNUR de color blanco. Es el campamento de tránsito de Khazair, que actualmente acoge a 360 familias y al que llegan diariamente unas 12 más. Hace tan solo 10 días, estas 3 hectáreas eran un campo de trigo sin segar.
En Khazair, el ACNUR proporciona tiendas y otros artículos de emergencia, como colchones, mantas, bidones para el agua y artículos de higiene. Wael y Jwan van de tienda en tienda cumplimentando un cuestionario de tres páginas para cada familia, recopilando información sobre su historia, el motivo por el que han huido y cuáles son sus necesidades. Esta información contribuye a mejorar la ayuda que prestan el ACNUR y otras organizaciones humanitarias.
“A esta labor la denominamos protección”, señala Wael. “Forma parte del proceso de respuesta a las necesidades humanitarias y jurídicas de los más vulnerables”. En el campamento llueven las quejas y son totalmente comprensibles.
Wael y Jwan se sientan pacientemente a hablar con cada una de las familias. Cuando un hombre de edad se queja de que hay que caminar demasiado para llegar al retrete más próximo o para tener acceso a agua corriente, Wael le muestra un montón de bloques de cemento y tuberías apilados. “Pronto habrá más servicios”, tranquiliza al hombre. “Estoy seguro de que usted entiende que estamos en una situación de emergencia y actuamos con la mayor rapidez posible”.
*La Voluntaria En Línea Luisa Merchán tradujo este texto del inglés.