«Cada cabeza es un mundo», es una frase muy conocida, que alude a la diversidad de opiniones y a la libertad de expresarlas de cada quien. Eso no es nada cuestionable, pues está consagrado en las cartas magnas de los países democráticos.
Esa multiplicidad de criterios ha dado pie a polémicas que se han mantenido per saecula saeculorum, precisamente porque la intención es imponer criterios particulares, lo cual tampoco tendría nada de malo, siempre que haya un argumento convincente.
A veces esos supuestos argumentos no van más allá de nociones elementales sobre ciertos y determinados temas, dado que la intención es hacer gala de una erudición que no se tiene, propio de personas a las que les gusta hablar de lo que no saben. Yo no hablo de lo que no manejo con facilidad, y cuando alguien me sugiere que me refiera a algo que no conozco muy bien, prefiero admitirlo, para luego indagar y dar una respuesta que satisfaga la inquietud del que la plantea.
En el ámbito del lenguaje y la comunicación existen muchas situaciones que generan controversias innecesarias, toda vez que con la aplicación de un poco de sentido común y un breve análisis, esas polémicas serían disueltas; pero si no leen, no preguntan y no analizan, seguirán siendo los porfiados de siempre, a los que no se les gana una, pues la debilidad de su «argumento», por lo general va aderezada con un tono altanero y autoritario, como para asegurarse el «triunfo».
En muchísimas ocasiones, cuando he dicho que he pedido disculpas, siempre saltan los sabidillos del idioma español y «se dan un gustazo» en corregirme, pues las disculpas no se piden, se dan; pero al sugerirles que por favor me lo expliquen, entonces, se vuelven un arroz con mango, pues solo les gusta encontrar errores en donde no los hay, y hablar de lo que no tienen la mínima noción.
Las disculpas, lo he dicho muchas veces, constituyen un camino de doble circulación, lo que implica que hay dos elementos: uno que las pide y otro que las da. Si alguien me pregunta si las disculpas se piden o se dan, no tengo ningún temor en responder que se piden y se dan, tomando en cuenta la doble vía que menciono en el primer renglón de este párrafo.
Si yo ofendo o le falto el respeto a alguien, lo lógico, lo cortés y lo valiente, es que le pida disculpas; el que deberá dármelas (si es su gusto), es el ofendido. Me parece absurdo que después de haberlo humillado, de haberlo maltratado, me presente con mi cara bien lavada y le diga, por ejemplo: «Te ofrezco una disculpa por el incidente de anoche».
Al decir discúlpame, estoy pidiendo que me quiten la culpa, a juzgar por el prefijo de negación dis, que en ese caso significa quitar. Entonces, ¿de dónde salió eso de que las disculpas solo se dan?
Es posible que algunos se guíen por una frase supuestamente del gran humanista y poeta venezolano Andrés Bello, según la cual, «las disculpas, al igual que los besos, no se piden, se dan». No hay un texto de Bello en el que aparezca la mencionada frase; pero si es de él, intuyo que la usó como un gesto de caballerosidad de alguien que, tras ser ofendido, acude a su ofensor para disculparlo antes de que este se lo pida. ¡Muy pocos son los casos!
En cuanto a la palabra diatriba, que aproximadamente el 95 por ciento de los hablantes en todos los estratos de la sociedad la usa de manera incorrecta, es menester decir que le están atribuyendo un significado que no tiene. Se la confunde con controversia, confrontación, disputa airada, lío, brollo, pelea, camorra, bronca y cualquier otro vocablo que aluda a desencuentro.
Diatriba es, según DLE (Diccionario de la Lengua Española): «Discurso o escrito acre y violento contra alguien o algo». Es sinónimo de invectiva, filípica, libelo, sátira, ataque, brulote.
De lo del vaso de agua he perdido la cuenta de las veces que lo he abordado en este medio y en otros espacios en los que me ha sido necesario hacerlo. Hay quienes se escandalizan cuando alguien pide un vaso de agua, porque lo correcto según ellos, «es un vaso con agua», pues estos no están construidos de agua.
Ese es el argumento más débil y más torpe que puede usarse para cuestionar la validez del vaso de agua, pues si no es usable, tampoco lo sería «una mesa de noche», «una copa de vino», «un ventilador de techo», «una noche de farra» o «un reloj de pared». Ignoran que la preposición de en el caso del vaso, no indica el material en el que está construido, sino la cantidad exacta de agua que cabe en él.
De modo que, es correcta, como también lo es un vaso con agua; solo que el vaso de agua es más adecuada, pues un vaso con agua puede ser desde una gota, hasta la superficie para llenar el vaso. Un vaso de agua es, dicho de otra manera, una medida de cantidad. ¡Así de sencillo!