Para llegar a los campos de refugiados de Bangladesh, cientos de miles de niños rohinyás recorren muchos kilómetros en condiciones de extremada necesidad. Algunos de ellos padecen malnutrición y además todos tienen que vivir a la intemperie.
Desde finales del mes de agosto de 2017, las inmensas playas de Cox’s Bazar, en Bangladesh, acogen a cientos de miles de refugiados rohinyás, musulmanes birmanos que huyen del Estado de Rakhine, donde son violentamente perseguidos por el gobierno de Myanmar. En menos de un mes, más de medio millón de rohinyás buscan un rincón para instalarse en los campos superpoblados.
Según las estimaciones de Unicef, más del 60 % de los refugiados son menores y su situación es alarmante: hay al menos 36 000 bebés de menos de un año y 52 000 mujeres embarazadas y lactantes. Marixie Mercado, portavoz de Unicef, asegura que en esta afluencia masiva de refugiados hay al menos 1400 niños no acompañados: “Tienen un sinfín de necesidades y sufren considerablemente”. Subalimentados y agotados después de días caminando, muchos de estos niños presentan un estado muy preocupante.
Cuando no encuentran lugar en los campos, los refugiados se instalan donde pueden, con frecuencia en lugares inadecuados o malsanos, incluso en los bordes de las carreteras para escapar de las zonas inundadas, ya que ha comenzado la estación de las lluvias. Unicef y la Organización Mundial de la Salud alertan del peligro de que los niños contraigan “enfermedades de origen hídrico”, que podrían convertirse en epidemias, por ejemplo de cólera.
Los refugiados rohinyás, que han abandonado sus domicilios en Myanmar precipitadamente necesitan, además de un lugar donde cobijarse, agua potable, alimentos y medicinas; y, sobre todo, tener a sus hijos alejados de las mafias de traficantes que ya han empezado a aparecer.
Para conseguirlo, el 2 de octubre de 2017 ha puesto en marcha una campaña de donaciones, con la intención de conseguir los 65 millones de euros que estima necesarios para atender a los menores refugiados en Bangladesh.