Vecinos de Caracas horadan pozos para conseguir agua

Miles de familias de la capital de Venezuela echaron mano a sus ahorros o se endeudaron, en medio de la peor crisis económica desde el siglo XIX en el país, para que el edificio en que viven acceda a un pozo desde el cual obtener el agua que ha dejado de llegar por las tuberías convencionales, informa Humberto Márquez (IPS) desde Caracas.

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La escasez de agua en Caracas continúa forzando a habitantes de las barriadas populares a formar largas filas para llenar unos pocos bidones en algunas tomas a orillas de las vías. Comprar agua de garrafones resulta cada vez más costoso en medio de la profunda crisis socioeconómica en que está hundida Venezuela. Foto: Humberto Márquez /IPS

Fue difícil reunir el aporte, pero valió la pena, nos ha cambiado la vida, le dijimos adiós a los bidones, dijo a IPS la profesora jubilada Cristina Hernández, cuya pensión es de unos pocos dólares al mes, mientras moja sus manos bajo el grifo en la cocina de su apartamento en la urbanización de Los Palos Grandes, en el este de Caracas.

Perforar y completar un pozo cuesta entre quince mil y veinticinco mil dólares, dependiendo de su profundidad, características del terreno, las obras civiles y sistemas de bombeo que lo acompañan.

Es costoso, pero se trata del agua. Un camión cisterna, con apenas unos miles de litros por viaje, nos costaba ya cien dólares cada vez. No podíamos vivir así, semanas enteras sin una gota de Hidrocapital, la empresa hídrica estatal, informó Ronny Castro a IPS, un usuario de un pozo construido entre 76 familias de cuatro edificios vecinos.

Desde hace más de dos años, los taladros han horadado centenares de veces el subsuelo en el valle y colinas de Caracas, de unos cuatro millones de habitantes, las más de las veces sin completar los permisos gubernamentales, y los estimados de cuántos pozos existen van desde unos cientos hasta varios miles.

Perforan compañías nuevas y viejas, incluso de quienes trabajaron para la industria petrolera, un mundo en el que hacer un pozo de agua es un juego de niños, asegura el ingeniero José Manuel García, de la firma especializada Servicios Caspian.

El valle de Caracas, de unos cien kilómetros cuadrados, a más de 900 metros sobre el nivel del mar, posee un rico acuífero a distintos niveles de profundidad, alimentado por las aguas de lluvia año tras año y las que durante milenios han escurrido desde las faldas de su montaña tutelar, el Ávila, que lo separa del mar Caribe.

Es un acuífero muy generoso, poco aprovechado hasta los años sesenta del siglo veinte, explotado ahora en forma bastante desordenada por ciudadanos a quienes un Estado ausente ha dejado de garantizar el servicio, dijo a IPS José María De Viana, quien presidió Hidrocapital entre 1992 y 1999.

Durante décadas, el agua fue un problema en las grandes barriadas informales sobre las colinas, que en este caso pasan a llamarse localmente cerros, en las que se apiñan las viviendas de los más pobres de Caracas, y muchas luchaban, con bastante éxito, para ser alcanzadas por la red de tuberías que tendía el Estado.

En cambio, era un problema casi desconocido en las áreas formalmente construidas de la urbe, especialmente en los barrios de clase media y alta que ocupaban los mejores terrenos del gran valle. Esa situación cambió al avanzar el siglo veintiuno y se hizo un drama de severa y pertinaz escasez en los últimos cinco años.

El agua al sur, la gente al norte

Venezuela es un país con mil ríos, más de la mitad de considerable longitud o caudal, y es uno de los veinte países del mundo con mayor disponibilidad de agua en su naturaleza, más de cuarenta mil metros cúbicos por habitante al año, un volumen semejante al de sus vecinos Colombia o Brasil.

Pero la mayoría de esas fuentes superficiales están en el sur o corren hacia el sur del territorio, en su mayor parte en la cuenca del Orinoco, el tercer río más caudaloso del mundo, después del Amazonas y el Congo.

Mientras, más del ochenta por ciento de los veintocho millones de habitantes viven en el norte y occidente a orillas del mar Caribe y el petrolero lago de Maracaibo, con cinco por ciento del agua dulce y en condiciones costosas para acceder a su consumo.

En el caso de Caracas, se alimenta con los embalses de Camatagua, de siete mil hectáreas en el norte de las llanuras del Orinoco y capacidad de mil quinientos millones de metros cúbicos, Taguaza, en un parque nacional boscoso y capacidad de 180 millones de metros cúbicos en sus ochocientas hectáreas, y algunos embalses menores.

Pero están en zonas cientos de metros más bajas que la capital, a 150 kilómetros al suroeste Camatagua y 40 kilómetros al sureste Taguaza, y el líquido llega a la capital con un esfuerzo eléctrico de más de 300 megavatios hora (Mwh), con 14 plantas de tratamiento, 200 estaciones de bombeo, y kilómetros de tuberías y conexiones, recuerda García.

Esa costosa red presenta fallas sobre fallas, según informa cotidianamente Hidrocapital a sus millones de usuarios en todo el centronorte del país, con necesidades desatendidas de reparaciones, sustitución de equipos y conexiones bajo el asedio de la peor crisis económica y de recursos del Estado en los últimos cien años.

Por ese deterioro ya llega a Caracas solo la mitad de los veinte mil litros por segundo que se acarreaban a finales del siglo veinte, y así el Estado no cumple la tarea autoimpuesta por la Constitución de 1999 de garantizar que todas las viviendas tengan los servicios básicos esenciales.

Alcaldías al rescate

Con ese panorama, la alcaldía de Chacao, emblemático municipio de clase media en el este caraqueño, decidió acompañar a sus ochenta mil habitantes en la búsqueda de agua bajo las faldas del Ávila, donde están casi empotrados la mitad de los trece kilómetros cuadrados de su territorio.

Si tuviéramos un abastecimiento normal esto no sería necesario, pero ante la falta de suministro y la necesidad de la gente, nosotros también abrimos pozos, eso sí, sin banderías políticas y con los permisos de Hidrocapital y del Ministerio del Ambiente, dijo a IPS su alcalde, Gustavo Duque.

La alcaldía ha completado nueve pozos para abastecer a sectores desde dispensadores a boca de calle o directamente a grupos de edificios. El más reciente, estrenado este mes de febrero, bajo una inacabada plazuela dedicada a los inmigrantes, surtirá con 890 000 litros diarios a 41 edificios con casi 15 000 personas y puede durar treinta años.

Completar ese pozo costó 50 000 dólares, y Duque quiere perforar otros siete, pero está limitado porque le cobran esos trabajos en divisas, en medio de la veloz y desordenada dolarización de facto que aqueja a Venezuela, mientras que su despacho se nutre con impuestos que recauda en bolívares, que se deprecian velozmente, día a día.

El ejemplo se ha extendido y otros municipios del este de Caracas, Baruta y El Hatillo, básicamente residenciales y, como el de Chacao, en manos de alcaldes de tendencia opositora aunque elegidos como independientes, ya han perforado o rehabilitado viejos pozos para colocar grifos a disposición de varias comunidades.

Cuidado con excederse

La llegada de la pandemia COVID-19 (en Venezuela hay en promedio quinientas infecciones y cinco muertes diarias, según cifras oficiales) aceleró durante el último año la búsqueda de agua, recurso indispensable para la higiene, por los habitantes de miles de edificios, destacó el ingeniero Jean Paul Regnault, de la firma Regleef.

Regnault dijo a IPS que esa búsqueda debería ser organizada, con estudios que comiencen por determinar el consumo de cada edificio o grupo de ellos para establecer el tipo de pozo necesario, y prestar atención a la presencia de aguas contaminadas en las capas más superficiales del subsuelo.

Un pozo perforado en el céntrico y vetusto hospital Vargas en busca de agua debió ser cerrado al completarse, porque las aguas encontradas estaban contaminadas con combustible desde una estación de servicio cercana.

En las faldas del Ávila hemos encontrado agua a solo nueve metros de profundidad, puede haber gran cantidad a los quince metros, pero la prisa no debe guiar la búsqueda sino la certeza de encontrar agua buena y sin afectar el ambiente abundó Regnault.

García subraya que cada terreno requiere un estudio y no sólo áreas privilegiadas del este tienen buena agua. También en el oeste y suroeste, como El Paraíso, zona donde hace un siglo vivían familias pudientes, e Hidrocapital opera pozos que surten a camiones cisterna para entregas privadas o atender barriadas populares.

Instalar el pozo no lo es todo, pues requiere mantenimiento. En el grupo donde vive Castro cada familia debe aportar cien dólares anuales, el que estrenó Duque requerirá unos 30 ó 40 dólares por edificio y el alcalde dijo que, asumida la construcción por su despacho, mantener las instalaciones debe de ser cargada a cuenta de los usuarios.

El nuevo estatus del agua desde pozos particulares implica una suerte de privatización de hecho de un servicio secularmente público, y además marca una desigualdad entre quienes pueden emplear dinero en un pozo, con más o menos sacrificio, y los que no.

De Viana también advirtió de los riesgos de que la prisa, la inexperiencia o la falta de dinero en muchos condominios lleve a proveerse de agua que no sea limpia y, sobre todo, de las limitaciones del generoso acuífero: podría proporcionar unos 2,3 metros cúbicos de agua por segundo, la décima parte de lo que necesita Caracas.

Debiera de ser un recurso de apoyo, para complementar, para emergencias, para diversificar las fuentes de agua de la población, pero un sistema constante para todos, actualmente deteriorado pero que puede recuperarse en dos años, siempre requerirá traer agua de los embalses, aseveró.

Caracas, como la mayoría de nuestras grandes ciudades, con excepción quizá de Brasilia, son las mismas de la colonia (española), muchas a orillas del mar, lejos de fuentes de agua dulce. Hay que traer el agua a las ciudades, mudar la gente de las ciudades a donde está el agua no es posible, afirmó De Viana.

Coincide con la docente Hernández, para quien, asegura «al fin resolvimos este problema, ahora puedo vivir con paz, no puedo mudarme a la orilla de un río ni gastar mi tiempo libre llenando tobos (cubos). Espero que tengamos agua para siempre».

1 COMENTARIO

  1. Excelente crónica. El mal de la escasez de agua ha hecho metástasis en otras zonas de Venezuela.

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