Vete a Cái hijo, ¡a Cái!

He plagiado sin ningún rubor la carta a Cádiz de Almudena Grandes, fallecida el 27 de noviembre de 2021. Pero lo hago como homenaje a ella y con su mismo sentimiento, el amor a Cádiz; en mi caso no recuerdo desde cuándo, pero lo llevaba madurando mucho antes a cuando decidí salir de Sieteiglesias, en Madrid.

Tal era mi fascinación por la fenicia ciudad que no pude menos que hablar con mi madre y le comenté que me iba a vivir a nuestra querida Andalucía, ella se quedó mirándome, y pasado unos instantes contestó, «vete a Cái hijo, a Cái» ¡no hay mejor sitio!, (ella es caballa).

cádiz-la-isla Vete a Cái hijo, ¡a Cái!

Llegué con mi familia a La Isla, no conocía a nadie, no teníamos otros familiares, estábamos solos, y a través de una compañera de trabajo que vive en El Puerto, la conocía solo a través de ecorreos, de nombre Rosa Pulido, me acogió durante ocho días para localizar una vivienda, la encontré, esta gaditana hace honor a esta tierra, tan diferente y acogedora.

Una vez instalados, paseé por el pueblo en autobús, hay dos líneas y topé con el «Payo Antonio», de nombre Juan Silva, conductor del «2». Unos meses después conocí al «pisha» de nombre Manuel Otero, hasta hace poco mis hijos y mi pareja creían que el topónimo «pisha» era su nombre. Estas tres personas me abrieron aún más los ojos y mi corazón por Cádiz.

Como he dicho al principio, he plagiado la carta de Almudena adaptándola a mi persona, me disculpo ante ella que, seguro desde el Arcoíris sabrá perdonarme, porque lo hago por Cádiz.

Hoy no te lleves boquerones «shosho»

¿Cómo podría explicar en pocas palabras lo que me ha dado Cádiz?, una experiencia propia y distinta del paso del tiempo, el ingrediente fundamental de la felicidad, una puerta abierta hacia un estado de gracia, una finura, una genialidad, una suma de virtudes vitales de placeres estéticos que no me corresponderían por nacimiento al proceder de otra ciudad pariente de 500 años mayor que ella, Tánger, y al igual que ella, Cádiz también me pertenece desde que me acogió.

Como ciudadano sin pueblo que llevarse a la boca, hijo y nieto de andalusíes, no podría haber aspirado a un regalo así, porque el mérito no es mío. Existen muchas bahías en el mundo, muchas maneras de mirar al mar, muchos lugares de los que enamorarse, muchos refugios en los que guarecerse del ruido y del frío de los inviernos. Pero en todos me había sentido turista, ajeno, extranjero hasta que llegue aquí.

Empecé a convivir con los vientos que hicieron el resto, el Levante y el Poniente me llevaron de la mano, me dejaron comprenderlo, descifrar su naturaleza implacable, capaces de imponer su voluntad a los deseos y necesidades humanas. Un día empecé a sentirlos, aprendí después a presentirlos, cuando en una pescadería al ir a comprar Almudena relata: una mañana en la cooperativa de pescadores del mar de Rota, que es mi pueblo, pedí un kilo de boquerones y la dependienta me miró, hizo una mueca y me dijo: hoy no te lleves boquerones «shosho». Me ocurrió algo parecido a aquella anécdota e igual que ella me sentí identificado con esta tierra, desde aquel momento, sin dejar de ser «tanjawi», también soy «cañailla». Sin renunciar a nada, poseo el doble de lo que tenía antes.

Aquel dependiente y los pocos por ahora amigos, en los «bujíos» entre ellos la «taberna der Guerrita», que junto a la manzanilla y las risas, han hecho por mí y de mí, mucho más de lo que yo podré hacer nunca por Cádiz, se lo agradeceré siempre porque han logrado que mi corazón sea de esta tierra, porque no es una tierra cualquiera.

Y aquí estoy, volviendo a disfrutar de tantas palabras de mi niñez en la tierra de mi madre, muchas de ellas olvidadas al estar tanto tiempo alejado de ella, ¿qué estereotipo verbal puede llegar a caber en la cuna de palabras tan estrictamente maravillosas como bastinazo, casapuerta, jartible, alcauciles, furaparte o, mi favorita, no ni na? En ningún otro lugar del planeta de habla española la cultura popular es tan elegante, ni la elegancia más exquisita está tan arraigada como entre los gaditanos.

El lenguaje es parte íntegra de la gente de a pie más o menos erudita, una manera de hablar admirable que ha sido capaz de anclarme a estas orillas. Llegando a sentir que Cádiz es sobre todo talento. Talento para vivir y talento para crear.

El talento como en las «chirigotas», la mejor expresión crítica del pueblo hacia todo lo que es la vida, sean personajes, la iglesia, gobernantes nacionales, locales e internacionales…, forma de mantener en pie la decencia de todos los españoles en esta época cruel, injusta y oscura. Por todo ello no creo que haga falta decir lo feliz que estoy con mi decisión, compartida por mi pareja e hijos.

José Enrique Centén Martín
Nacido en Tánger (Marruecos) en 1952, de abuelos andaluces emigrados a Marruecos en los años de hambruna del XIX. Madrileño de adopción desde 1961. Sólo bachiller elemental, desde los quince años trabajando. Perseguido, encarcelado y amnistiado en 1976, siempre junto a los más desfavorecidos, es lógico. Entré en la Universidad por mayores de 25 años, estudio actualmente 2º de Historia en la UCM, incluso he escrito un ensayo“El Estado participativo”, jubilado parcial desde el 19 de marzo.

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