Rocío Márquez, Gema Caballero y Encarna Anillo son las fronterizas que he podido disfrutar desde mi llegada a Jerez. Antes pasaron por el ciclo Mujeres de la Frontera de este XXII Festival de Jerez, La Macanita, Melchora Ortega, Lela Soto y María Terremoto. Grandes, diversas, personalísimas.
Rocío Márquez volvió a presentar en Jerez su último trabajo discográfico Firmamento, que ya habíamos visto en Madrid el pasado mes de junio en el marco de la Suma Flamenca en el Teatro Pavón Kamikaze. Lo mismo y no, porque Rocío tiene esa facultad de crecer, de aportar registros nuevos en cada concierto y como mejor se aprecia es escuchando el mismo concierto por segunda vez. El agudísimo operístico con el que remató la seguiriya con la que terminó el concierto de Jerez, fue de los que marcan territorio. Un paso más en el territorio Márquez.
De nuevo la escuchamos acompañada por el trío Proyecto Lorca, Daniel Marente al piano, Juan Jiménez saxo y flauta y en la percusión Antonio Moreno. Con Rocío los músicos van mucho más allá del acompañamiento; son coprotagonistas, en diálogos, complicidades, introducciones y solos.
Vestida de negro y plata, empezó con la Suite I, una serie de nanas en las que su voz y gestos corporales rebosaron ternura, con quejíos sostenidos hasta extremos imposibles, armonías bellísimas que por supuesto son marca de la casa. Rocío es pura armonía, en cualquiera de sus tesituras. Investigación y ensayo han ido construyendo una versatilidad vocal que la hacen única en el panorama musical actual, flamenco y otros estilos.
Con música de Isabel Escudero, Si yo me duelo, la voz de Rocío y una flauta que parece andina por la limpieza cristalina de su sonido; o la canción más escuchada de este álbum publicado en abril de 2017, Dulce tiranía. El precioso Romance de la almendrita de Cristina Rosenvinge, son hitos de una colaboración novedosa a los que Rocío nos tiene acostumbradas.
Todo un regalo esas Mineras murcianas. Siguió por la Suite III, Sones de Asturias, con una minera que dedicó a una persona que ya no está. Rocío se identifica cuando canta, con el lugar de lo que canta; ahora asturiana, acompañada por todas las voces, piano, saxo y batería, en esa conocidísima Adiós rosita, adiós clavel, que te vengo a ver de mañana y tarde…con músicas propias o esta más dramática: El caminito se alarga / cuando pienso en aquel día/ en la explosión de la mina…
Y así toda una serie. Regresó a Andalucía por Caracoles, ese cante del grupo de las cantiñas, nada mejor para alegrar el cuerpo, y para seguir en onda los Jaleos lorquianos, que faltan en muy poquitos conciertos flamencos. A veces me pregunto si Lorca hubiera estado tan presente en la música del siglo XXI, si hubiera alcanzado una edad longeva. De seguro él lo hubiera preferido.
Muchas canciones con letras suyas, Firmamento, Fluor en tus ojos…Rocío tenía mucha gana de regresar a Jerez y lo ha hecho en uno de los espacios más señeros del festival, la bodega Los Apóstoles de González Byass. Por fuerza tenía que sonar de otra manera, con público de la tierra, con públicos de muchos países del mundo, venidos a Jerez para el festival, bien para hacer alguno de los cursos que se ofrecen en estos días, asistir a conciertos o reseñarlos. Uno de los países más presentes, Japón, totalmente rendido al flamenco.
Al final, la guinda a tanto despliegue de matices vocales e instrumentales, la solemnidad de la seguiriya, que ella hizo inolvidable con ese final de agudísimo soprano operístico, con que esta maestra en técnica vocal regaló al público.
Gema Caballero. Lo traigo andao
Viene de Granada, de la tierra de Federico, a quién tanto gusta de interpretar con su voz acristalada, diferente, personalísima, poderosa. Cantaora, directora musical en espectáculos de danza, este título que ahora ha presentado en la Sala Compañía de Jerez en el marco de este XXII Festival Flamenco, es un homenaje a sus trabajos anteriores relacionados con Lorca. De ahí el título Lo traigo andao.
Concierto presentado en cuarteto de lujo, con la guitarra de Javier Patino, el violonchelo de Javier Morillas y Raúl Domínguez en la percusión.
Comienzo lorquiano, con un repertorio de aquellas canciones populares de Lorca cantadas y grabadas por La Argentinita en 1931. Gema ha realizado un serio trabajo de investigación sobre los cantes de las primeras décadas del siglo XX, en los que ha encontrado su fuente de inspiración para reconstruirlos para el siglo XXI y ponerlos al servicio de sus interpretaciones con armonías y ritmos de hoy.
Canciones populares al tiempo que poemas del alma del poeta granadino, una vez en la voz de Argentinita, ahora en la de Gema Caballero, su paisana. Repertorio de Canciones de cuna, con un delicioso acompañamiento de guitarra y percusión de arrullo. Desde la nana del chiquito que ya no tiene madre, a las famosas Nanas de Sevilla.
Un repertorio conocido que cada vez que se escucha se disfruta más y más en voces como la de Gema, que parece hecha para él. De auténtica delicia escuchar en los sonidos del cuarteto temas siempre vigentes: El Zorongo, bellísimo poema de amor, más disfrutado cuanto más escuchado. Los cuatro muleros, el Anda Jaleo…Zambra, en un hermoso dúo con el chelo de Javier Morillas; Serrana, Tanguillos…
Un intervalo a los sones del dúo de cuerdas y la percusión, dan entrada a una segunda parte que empieza por una malagueña jabera; y para el cante más difícil, más solemne, sobre todo para una cantaora de Granada, se sienta al lado de su guitarrista, Javier Patino, se ponen cómplices e íntimos para sumergirse en una Granaína que muy pocos se atreven a cantar, pero Gema y Javier destilan sentimiento y emoción, uno junto a otro, intercambiando cuerdas, vibrando y haciendo vibrar… Media granaína, que ya es el colmo, y de la soleá que sigue ¿qué decir? Que ellos han tejido una filigrana, una joya elaborada por dos instrumentos de cuerda, la voz de Gema y la guitarra de Javier.
Cambio de tercio por Caracoles. Después parece que se van, pero regresan para poner la guinda a este concierto con otra joya histórica, el precioso romance de Inesilla y Bartolo, el hijo de Brillante.
El Teatro de la Sala Compañía se quedó pequeño para acoger tanta historia, tantos recuerdos emocionados, tanta belleza acumulada en hora y media de concierto.