El drama de Shostakovich

En “El ruido del tiempo” Julian Barnes recrea las persecuciones del estalinismo al compositor ruso

Durante los años del estalinismo muchas personas esperaban en el descansillo de la escalera de su vivienda, en interminables madrugadas, la llegada de la temible NKVD, la policía política soviética. Lo hacían para evitar a sus familiares el espectáculo degradante de su detención.

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Xulio Formoso: Shostakovich
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A aquellas horas, cada vez que oían que la maquinaria del ascensor se ponía en marcha, su corazón daba un vuelco. Una de esas personas que esperaban noche tras noche la llegada de la policía era el músico y compositor Dimitri Shostakovich.

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Portada- de «El ruido del tiempo», de Anagrama

El escritor Julian Barnes recrea en su novela “El ruido del tiempo” (Anagrama) las humillaciones del músico ruso durante aquellos años.

En la mente del cobarde

El 28 de enero de 1936 se representó en el teatro Bolshoi de Moscú la ópera de Shostakovich “Lady Macbeth de Mtsensk”. A aquella sesión acudió Stalin, que contempló la obra desde un palco, medio oculto tras una cortina. Su estreno había tenido lugar dos años antes, desatando los elogios de la crítica más exigente por su calidad musical y la exaltación de los valores de la revolución soviética.

Aquella noche Stalin estaba acompañado de Mólotov y Zhdánov, dos personalidades políticas que habían elogiado la ópera cuando asistieron a su estreno en Leningrado. Pero a Stalin no sólo no le gustó “Lady Macbeth de Mtsensk” sino que salió del teatro encolerizado por la ausencia en la partitura de una identificación con la música popular rusa.

En el nuevo régimen comunista, para romper el dominio burgués sobre las artes, toda música tenía que ser comprensible y agradable para las masas, algo de lo que, según Stalin, carecía la ópera de Shostakovich. A los dos días, el diario “Pravda” publicó una reseña (en realidad un editorial) de “Lady Macbeth de Mtsensk” con el título “Bulla en vez de música”, que no era sólo una crítica a la obra sino todo un editorial que descalificaba la ópera de Shostakovich de arriba abajo por apolítica, confusa, neurótica y porque “cosquilleaba el gusto pervertido de los burgueses”. Se trataba de una declaración política al más alto nivel. Se llegó a pensar que su redacción se debía al mismo Stalin.

Sólo unos meses antes el mismo “Pravda” había informado patrióticamente del estreno de la obra de Shostakovich en el Metropolitan Opera de Nueva York mientras que ahora los críticos que habían elogiado sistemáticamente “Lady Macbeh de Mtsensk” a lo largo de los dos últimos años no le encontraban ningún mérito y comenzaron a publicar artículos insultantes. Shostakovich fue acusado de desviacionista, antipopular y formalista. Esta última era la más temida de las acusaciones que se podían hacer a un músico. Nadie sabía exactamente lo que significaba, pero se atribuía a todo lo que parecía moderno o disonante, todo lo que no reflejaba los ideales heroicos del trabajador soviético. Desde aquel día de la representación de “Lady Macbeth” en Moscú, se suprimieron todas las representaciones de las obras de Shostakovich, que se convirtió en “enemigo del pueblo”.

Shostakovich sufrió entonces una de las más humillantes persecuciones políticas por parte del régimen soviético. Tuvo que soportar interminables interrogatorios que trataban de implicarlo en inexistentes complots para asesinar a Stalin, fue despedido de su puesto de profesor de los conservatorios de Moscú y Leningrado. A su hijo Maxim, de 10 años, le obligaron en la escuela a vilipendiar la obra de su padre durante un examen de música. Tuvo que firmar para el “Pravda” artículos que nunca había escrito y con los que no estaba de acuerdo y se vio sometido a recibir en su domicilio lecciones de reeducación en marxismo-leninismo a cargo de un oscuro funcionario del Partido. Pero lo más doloroso para él fue la descalificación pública que se vio obligado a hacer de la obra de Stravinski, a quien consideraba el más grande músico de la historia, y la firma de una inmunda carta contra Sholjenitsin a pesar de su admiración por el novelista.

El régimen condenaba a quienes creían en la doctrina del arte por el arte, en vez del arte por el bien de las masas. Había que cumplir aquella máxima de Lenin que figuraba en todos los centros de cultura: “El arte pertenece al pueblo”. Para Shostakovich, por el contrario, el arte pertenece a todo el mundo y a nadie, a quienes lo crean y a quienes lo disfrutan, no pertenece más al pueblo y al Partido de lo que perteneció en otro tiempo a la aristocracia y a los mecenas: “El arte es el susurro de la historia que se oye por encima del ruido del tiempo”.

Shostakovich fue rehabilitado gracias a su “Quinta sinfonía”, en la que se exaltaban los valores del régimen soviético, y a la número 7, llamada “de Leningrado”, sobre la defensa de la antigua ciudad de San Petersburgo, pero estaba arruinado como compositor. Había cedido a las exigencias de componer una música de escaso valor artístico equivalente a las creaciones de los autores del realismo socialista y en sus memorias se reconoce como un genio que ha perdido la confianza en sí mismo.

La novela de Julian Barnes indaga en la mente de un ser tímido y retraído, una persona perseguida y amenazada en la que la cobardía se instala como un huésped incómodo del que es imposible liberarse y que le provoca vergüenza y desprecio por sí mismo. El asesinato, la persecución y el exilio, que ya se habían cebado en amigos, familiares y colegas, amenazaba cada uno de sus gestos, cada una de sus declaraciones, cada nueva obra que componía. Tenía que estar integrado en el sistema: si no eras del Partido o de la Unión de Compositores era imposible siquiera comprar papel pautado ni por supuesto que tu música se interpretase en todo el territorio de la URSS.

A la muerte de Stalin, con la era Kruschev, se renuevan las relaciones de Shostakovich con el Poder, que “había pasado de carnívoro a vegetariano”, pero siguieron prohibidas las representaciones de “Lady Macbeth”. Tuvo que afiliarse al Partido para que le permitieran poner en escena una nueva versión, con un nuevo título, de la ópera que estaba considerada internacionalmente como una de las grandes cimas de la música contemporánea. Su afiliación al Partido fue la última de las vergüenzas que hundieron su dignidad: le habían permitido vivir, pero al permitirle vivir lo habían matado.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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