Se cumplen 180 años del suicidio de Mariano José de Larra
Había caído la noche en Madrid aquel frío 13 de febrero de 1837. Dolores Armijo subía lentamente las escaleras del número 3 de la calle de Santa Clara en la que se había instalado su amante Mariano José de Larra. Iba a comunicarle la decisión de rehacer su vida con su marido, José María Cambronero, un teniente de caballería que pidiera destino en Filipinas tras conocer las relaciones de su esposa con el escritor.
Larra también se había separado de su mujer y de sus tres hijos para iniciar una nueva vida con Dolores, pero finalmente ella había decidido reconciliarse con su esposo.
Aquella tarde se citó con Larra para que le devolviera las cartas que se habían cruzado. A fin de evitar escenas desagradables se hizo acompañar de una hermana de su marido. Poco después de salir las mujeres, cuando ya habían doblado la esquina de la calle rumbo a la Plaza de Santiago, donde les esperaba un coche, una detonación rompió el silencio de la noche.
Mirandita, un banderillero sevillano que pasaba frente al portal, corrió escaleras arriba, entró en la vivienda y halló el cadáver de Larra en un charco de sangre, con un minúsculo orificio en la sien derecha. En su mano aún sostenía la pistola con la que se quitó la vida. Tenía 27 años. Fue el suicidio más comentado de todo el siglo XIX español.
Los tres entierros de ‘Fígaro’
¿Fue la ruptura amorosa la causa del suicidio? El movimiento romántico, en pleno auge aquellos años en España, difundió sobre todo esta hipótesis, pero más allá de esta circunstancia ocasional, fue una conjunción de episodios la que provocó el dramático desenlace.
Entierro político
Primer entierro. La intercesión del ministro de Gracia y Justicia José Landero, quien vivía en el mismo edificio de Larra, permitió que se celebrase un funeral en la iglesia de Santiago y su entierro en sagrado, vetado entonces a los suicidas. Camino del Cementerio General del Norte, en Fuencarral, doce pobres de San Bernardino con hachas encendidas precedían a un enlutado coche fúnebre tirado por cuatro caballos. Sobre el féretro, ejemplares de sus artículos y una corona de laurel. Cuatro berlinas y un bombé cerraban la comitiva. Al pie de la fosa un joven desconocido llamado José Zorrilla leyó unos versos.
La política persiguió a Larra durante toda su vida, desde que naciera el 24 de marzo de 1809 en plena Guerra de la Independencia. Hijo de un médico bonapartista cuyo hermano murió luchando contra el francés (lo que provocó una ruptura familiar), Larra se educó en internados de Burdeos y París durante el exilio de sus padres, antes de regresar a España a los nueve años. En Madrid ingresó en el colegio de San Antonio Abad y, según algunos testimonios (Larra y España. José Luis Varela. Espasa, 1983), en el centro liberal de San Mateo, aquel en el que Alberto Lista afirmaba que las matemáticas eran la base de toda educación literaria.
En su adolescencia Larra se alistó como voluntario realista, un cuerpo juvenil creado por Fernando VII para defender el absolutismo. Tardó poco en desengañarse. Entró en el periodismo para denunciar los vicios de una sociedad cuyas miserias eran en buena parte fruto de la corrupción política y el mal gobierno.
Sus artículos políticos están impregnados de progresismo romántico y revolucionario. Participó en la política activa como miembro del Partido Liberal para luchar contra los conservadores y absolutistas y llegó a alistarse, con Espronceda y Ventura de la Vega, en la milicia urbana que combatía el carlismo.
Su alineamiento con la facción de Istúriz frente al ala progresista de Mendizábal (alentado por sus amigos Alcalá Galiano y el Duque de Rivas, que habían entrado en el Gobierno Istúriz) supuso un desgaste para su figura frente a la opinión pública, pero gracias a ello consiguió un acta de diputado por Ávila en 1836. Sólo le duró seis días porque los sucesos de La Granja, cuando una rebelión de sargentos instigada por Mendizábal consiguió restablecer la constitución de Cádiz, forzó la disolución de las Cortes. Esta situación le produjo una profunda desmoralización que aún no había superado en el momento de su muerte.
Entierro literario
Segundo entierro. Ante el inminente cierre del cementerio de Fuencarral, el 18 de marzo de 1843 los restos de Larra fueron trasladados al cementerio de la sacramental de San Nicolás, al sur de la Puerta de Atocha, hoy desaparecido. Aquí reposaron junto a los de Espronceda, Rosales y los de otros personajes de la época.
Larra había triunfado en el mundo del periodismo como articulista original y crítico, denunciando los males de una sociedad en descomposición en un país corrupto y sin rumbo político. Sus piezas eran leídas y comentadas y se elogiaba unánimemente su visión crítica y su estilo innovador. Desde sus primeras revistas El Duende Satírico del Día y El Pobrecito Hablador, hasta sus colaboraciones y artículos en La Revista Española, El Correo de las Damas, El Observador… el éxito y la popularidad lo acompañaron.
Sin embargo no había llegado a cuajar una obra literaria de altura. Ni su novela El Doncel de Don Enrique el Doliente llegó a alcanzar el éxito literario que perseguía, ni su obra de teatro Macías el enamorado consiguió perpetuarse en los escenarios sino apenas unos días después del estreno. El conde Fernán González y la exención de Castilla ni siquiera llegó a estrenarse, en parte por la censura. Sintió como una puñalada el desinterés del público por Macías y Elvira, los protagonistas de su drama, trasunto de su amor apasionado por Dolores (en El Doncel… se trata también el mismo asunto con los mismos protagonistas). El fracaso como narrador y dramaturgo (sin hablar ya de su obra poética, ciertamente extensa y absolutamente olvidada: véase una recopilación en Larra. Biografía de un hombre desesperado, de su descendiente Jesús Miranda de Larra. Ed Aguilar, 2009) colaboró también a conducirlo hacia un sentimiento de desesperación.
Su carácter intransigente y sus exigencias forzaron su salida de El Español, el mejor periódico madrileño de la época, el más progresista y el de mayor tirada (4794 suscriptores), en el que había forjado su personalidad y ganado una buena parte de su prestigio, para pasar a formar parte de la redacción del conservador El Mundo (473 suscriptores), a cambio de una remuneración muy elevada (20 000 reales por dos artículos a la semana), convencido de que su firma, con su nombre y sus seudónimos como el de Fígaro, arrebataría a su anterior periódico miles de lectores. Se equivocó. Su nuevo empleo creó en él inseguridad al temer que el desinterés por sus artículos iba a suponerle una importante merma en sus ingresos, al tiempo que la separación matrimonial le obligaba a atender simultáneamente sus responsabilidades familiares y las necesidades propias.
El continuo cambio de domicilio (de la calle Visitación a la de Caballero de Gracia y de aquí a la de Santa Clara), buscando un alojamiento céntrico que agradase a la persona con quien pensaba compartir su vida, muestra en cierto modo una inseguridad que colaboró también a su abatimiento.
Entierro sicológico
Tercer entierro. El 25 de mayo de 1902 los restos de Larra, siempre con los de Espronceda y Rosales, se trasladaron al Panteón de Hombres Ilustres de la sacramental de San Justo, en la ribera del Manzanares, donde aún permanecen junto a los de otros personajes como Ramón Gómez de la Serna.
Desde que Larra regresara de Francia, su deficiente dominio del idioma en los primeros años (el francés fue mi primera lengua, escribiría en una carta a Manuel Delgado en 1835) le supuso un complejo de inferioridad frente a los escritores que leía y admiraba, a los que trató desde muy joven y algunos de los cuales llegaron a ser sus amigos (Espronceda, Ramón de Mesonero Romanos, Bretón de los Herreros). La palidez de su cara, su figura extremadamente delgada, su débil complexión y su baja estatura (Bretón le llamaba el imperceptible y Pérez Galdós decía de su aspecto que era casi lechuguino) le hacían sentirse en inferioridad en sus relaciones con los apuestos personajes con los que se codeaba y con las mujeres a las que pretendía, sentimiento agravado por el llamado suceso misterioso ocurrido durante su adolescencia en Valladolid y que dejó en él una profunda huella sicológica: sus amores con una mujer que resultó ser amante de su padre.
También sus amigos le fallaron en los últimos años. Bretón estrenó una obra, Me voy de Madrid, justamente cuando Larra estaba de viaje en Londres y París, en la que lo identificaba con el canallesco protagonista de la trama. Cuando esperaba de sus amigos una reacción crítica ante el estreno, ésta no se produjo. Sólo lo defendió Campo Alange, quien moría poco después añadiendo un nuevo motivo a su melancolía. De nuevo caminaba solo hacia ninguna parte.
A los 27 años, con su matrimonio roto, apartado de sus hijos y de sus padres, con el país hundido en una guerra carlista, decepcionado por la política de Mendizábal, temiendo que con el cambio de un periódico progresista a otro conservador sus amigos y sus lectores lo vieran como un traidor a sus principios, sólo le quedaba una única tabla de salvación a la que asir su vida: su amor por Dolores Armijo. También le falló.