Valle-Inclán cumple 150 años

Su obra es una de las más importantes de la literatura universal del siglo XX

El mejor homenaje que se le puede hacer a Valle-Inclán cuando se cumple el 150 aniversario de su nacimiento es volver a leer sus libros, a representar sus obras de teatro, a reivindicar su figura literaria. 

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Xulio Formoso: Valle-Inclán en el Retiro de Madrid

Desde unas iniciales “Femeninas”, retratos esteticistas y ornamentales, en las que manifestaba su militancia en el modernismo en boga entonces, Valle-Inclán evolucionó hacia una literatura que le encumbró como uno de los más destacados escritores del siglo. A través de sus cuentos (“Jardín umbrío”) recreó el ambiente rural de su Galicia natal, presente en casi toda su obra.

En “Corte de amor” y “Flor de santidad” regresaba a una Arcadia feudal en la que sus personajes eran la encarnación de una sociedad formada por señores, criados y un lumpen de tullidos, deformes y ciegos que conformaban una corte mendicante que vivía de la caridad y el limosneo.

En las “Sonatas”, dedicadas a las estaciones del año, mezcla lo sagrado con lo profano utilizando un lenguaje literario exquisito y suntuoso. Aquí nació aquel personaje de leyenda, aquel Marqués de Bradomín, feo, católico y sentimental, trasunto del propio Valle.

En la trilogía de la guerra carlista (“Los cruzados de la causa”, “El resplandor de la hoguera” y “Gerifaltes de antaño”) hay una constante tensión entre la estética y el contenido crítico. Aquí, el fanatismo popular y el sufrimiento del pueblo muestran una grandeza pocas veces alcanzada en la literatura.

En el ciclo de “El ruedo ibérico” (“La corte de los milagros”, “Viva mi dueño”, “Baza de espadas” y “El trueno dorado”) lleva a cabo una visión oblicua de la sociedad española (de abajo arriba) y somete a un tratamiento esperpéntico al mundo de la corte de Isabel II, desde los bajos fondos a la nobleza, sin olvidarse de los campesinos desheredados. Expone a la visión de los espejos deformantes a la aristocracia, a la burguesía y al pueblo, para mejor mostrar su auténtica verdad a través del esperpento. Enfrenta a la corte isabelina con los bajos fondos y a la nobleza rural con los desheredados de la tierra.

En “Tirano Banderas” lleva a cabo el retrato de un dictador, mezcla de Pofirio Díaz y Primo de Rivera, con datos históricos desvinculados de personajes concretos. Obra precursora de la temática que años después retomaron los escritores del boom latinoamericano, en “Tirano Banderas” (1926) están los orígenes de “Señor Presidente” (1946) de Miguel Ángel Asturias, “Conversación en la catedral” (1969) de Vargas Llosa, “El recurso del método” (1974) de Alejo Carpentier, “Yo, el supremo” (1974) de Augusto Roa Bastos o “El otoño del patriarca” (1975) de García Márquez. Su novela póstuma “Baza de espadas”, aparecida por entregas en un diario madrileño, tiene como protagonista a Fermín Salvoechea, un personaje histórico del anarquismo español, presentado en situación de sentimentalidad romántica, insólita en Valle-Inclán.

En cuanto a su teatro, que aportó innovaciones en la lengua, los procedimientos técnicos y la estructuración dramática, en las comedias bárbaras (“Águila de blasón”, “Romance de lobos”, “Cara de plata”) pone en escena una interpretación profunda de la caída de una casta dominante que se hace pasar aún por hidalga y aristocrática, encarnada en Juan Manuel de Montenegro, personaje entre satánico y donjuanesco, representante de la decadencia de una estirpe feudal asediada por la emergente burguesía y sólo amparada por sus vasallos, que lo llaman “nuestro padre”.

Obras que son, entre otras cosas, expresión del conflicto social en el que se plantea el problema foral en la vida y la historia de Galicia. “Divinas palabras” y “Luces de bohemia” fueron la culminación de un teatro que aun hoy fascina, del que tampoco hay que olvidar “Los cuernos de don Friolera”, “Las galas de difunto”, “La hija del capitán” o “Farsa y licencia de la Reina Castiza”, donde integra lo trágico, lo grotesco y lo absurdo desde la estética de la Comedia dell’arte y el Teatro dei Piccoli. El teatro de Valle-Inclán, juzgado como irrepresentable durante mucho tiempo y hoy expresión de la más exigente modernidad, preparó el advenimiento de Brecht, Ionesco y Beckett.

La casa en que nació Valle-Inclán

El 28 de octubre de 1866 nació en Vilanova de Arousa (Pontevedra) don Ramón María del Valle-Inclán, uno de los más grandes escritores de la literatura española del siglo XX. El lugar de su nacimiento fue durante años motivo de polémicas y desmentidos por parte de muchos historiadores. Él, que siempre fomentó las leyendas que se inventaban sobre su vida y su persona y ficcionalizó su existencia hasta límites inverosímiles, no sólo no aclaró este misterio sino que lo alimentó fabulando las más peregrinas mitologías, entre ellas la que afirmaba que había nacido en un barco que hacía la travesía entre Vilanova y Pobra do Caramiñal, dos localidades enlazadas entonces por una línea de embarcaciones a vela.

En su partida de nacimiento pone que Valle-Inclán nació en San Mauro, entendiéndose que se refiere a la calle de este nombre de la localidad de Vilanova en la que también nacieron sus hermanos, una casa propiedad de su madre, doña Dolores Peña Montenegro. Sin embargo algunos historiadores fijan como lugar de su nacimiento la conocida como Casa del Cuadrante, un pazo habitado por sus abuelos maternos don Francisco Peña y doña Josefa Montenegro. Es esta la casa que tiene el escudo familiar con la leyenda “El que más vale no vale lo que vale Valle”, que añade otro elemento a la mitología del personaje. Pudiera ser cierto este hecho y que en la partida de nacimiento sus padres dieran como lugar del alumbramiento el domicilio en el que residían (véase a este respecto la polémica entre Manuel Sánchez García-Ipiña y Antonio Odriozola en “La Voz de Galicia” en agosto-septiembre de 1981), aunque nunca llegara a demostrarse fehacientemente ninguna de las dos teorías.

Una imagen mediática

Valle-Inclán era “La mejor máscara a pie que cruzaba la calle de Alcalá”, según escribiera Gómez de la Serna. A esa máscara real el propio Valle iría añadiendo otras muchas que lo convirtieron en una de las figuras más legendarias de la literatura española del siglo XX, una imagen que el escritor cuidaba con esmero. Hay que tener en cuenta que en los primeros años del siglo XX los escritores eran conocidos no tanto porque se los leyera, sino porque se les veía y por eso intentaban fabricar una imagen que los diferenciara de la apariencia normal de los hombres de su tiempo.

Se sabe que una enfermedad de la piel obligó a Valle-Inclán a dejarse desde muy joven una barba que ocultaba las huellas que había dejado en su cara, y que esta barba la recortaba o la dejaba crecer según las circunstancias. La barba, el pelo largo, la capa con la que se cubría, las corbatas, los pantalones ajustados y los botines que calzaba, completaban la indumentaria de un perfil inconfundible.

Ricardo Baroja hizo de Valle-Inclán un retrato literario cuando lo vio por primera vez en uno de los cafés que frecuentaba: “En un diván cercano estaba sentado un joven barbudo, melenudo, moreno, flaco hasta la momificación. Vestía de negro y se cubría con un chambergo felpa gris, de alta copa cónica y grandes alas… bajo la barba se adivinaba apenas la flotante chalina de seda negra. El extraño personaje respondía a las curiosas miradas de los concurrentes del café, con aire desfachatado e insultante”. En la revista “Vida Nueva” del 3 de diciembre de 1899, una reseña biográfica de Pedro González Blanco incidía en esta misma imagen: “Cuando veáis pasar a vuestro lado un joven de faz pálida, de ademán desasosegado y nervioso, de bello semblante nazareno, que os mira con un gesto de altivez olímpica y de soberano desdén… saludad en él al prosista impecable, al soñador ferviente, al enamorado de la belleza, del amor y del ideal”.

Su amigo Antonio Palomero lo definió como “una figura exótica, tocado con un amplio sombrero mexicano, una melena negra y sedosa, una barba puntiaguda, unos quevedos sobre su nariz aguileña y un cuello inverosímil de grandes puntas”. Para completar la figura, Valle-Inclán se apoyaba en un bastón rematado en un huevo de plata, “regalo de un príncipe indio”, según decía. Algunos periodistas comentaban que era de un heroísmo singular y de una firme resignación cristiana lucir este exótico y caprichoso tocado, aunque él despreciaba “con aristocrático desdén de gran señor, el asombro pacífico burgués, la burlona sonrisa de las mujeres y los agudos dicharachos de la chulapería madrileña”.

En busca de inéditos perdidos

Andan los investigadores detrás de algún papel que Valle-Inclán haya dejado sin publicar en vida. Es frecuente que los escritores dejen a su muerte textos inéditos, documentos o cartas nunca publicadas (Juan Carlos Onetti decía que la última viuda de Hemingway acostumbraba a hacer un descubrimiento por año), aunque no siempre se sabe si era la voluntad del escritor darlos a la imprenta. De Valle-Inclán han venido publicándose también algunos textos, sobre todo cartas inéditas, y se buscan con fervor escritos que enriquezcan su obra literaria o despejen dudas sobre su vida. En 1982 la revista “Insula” publicó en su número 419 dos cartas exhumadas por Dru Dougherty en las que don Ramón escribía a Manuel Azaña en 1923 desde Pobra do Caramiñal, comentando el número extraordinario dedicado al autor gallego por la revista “La Pluma”, que junto a Cipriano Rivas Cherif dirigía quien sería años más tarde presidente de la República. Contaba don Ramón sus dificultades con la editorial Renacimiento y comentaba el golpe de Estado del general Primo de Rivera por quienes le parecían “unos sargentos avinados y y varateros” (sic).

Por su parte, Santiago Riopérez dio a conocer en el diario “Ya” (1-7-1985) dos cartas inéditas de Valle-Inclán a Azorín. Pero el hallazgo más sorprendente se produjo ese mismo año cuando se encontraron documentos que Valle-Inclán escribió durante su estancia en Roma como director de la Academia Española de Bellas Artes entre 1933 y 1935, junto con objetos de uso personal del escritor (un par de zapatos de charol, chaqueta y pantalón de pana, una cruz de madera, unas tijeras, algunas monedas –una peseta y cuarenta céntimos-… y dos sombreros de mujer, al parecer, de una joven napolitana, princesa y amiga de Mussolini, de quien algunos dicen que estaba enamorado: Juan Carlos Onetti ironizaba sobre si el escritor había robado esos sombreros de dos cuadros de Toulousse-Lautrec (“Bradomín burocracia y demás”. El País 29-12-1985).

Se trata de documentos que permiten enfocar de un modo más exacto la personalidad de Valle-Inclán, su excepcional talla humana y sus difíciles relaciones con la Administración. A pesar de tratarse de textos burocráticos, Torrente Ballester, para quien Valle fue “el mejor escritor español del siglo XX”, calificó los documentos como “verdaderas joyas literarias”. El diario “El País” reprodujo seis de esas cartas el 9 de noviembre de 1985. El entonces embajador de España en Roma Jorge de Esteban contó con detalle el episodio de este hallazgo en dos artículos (“Memoria romana de Valle-Inclán” I y II) publicados por ABC el 24-11-1985).

En 1986, coincidiendo con la celebración del cincuentenario de la muerte de Valle-Inclán, Juan Antonio Hormigón publicó un volumen de poemas, narraciones cortas, artículos y cartas inéditas o prácticamente desconocidas, entre ellas una dirigida a Salvador de Madariaga, dos a Unamuno y otra a Manuel Azaña. Quedamos a la espera.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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