La victoria de los franquistas tras la batalla del Ebro significaba la destrucción casi definitiva del enemigo y despejaba su avance hacia Cataluña. Y así es, en efecto, pues a finales de enero de ese año 1939 los ejércitos de Francisco Franco llegan a Barcelona, camino de la frontera con Francia, poco antes de proceder a la ocupación de los pasos gerundenses hacia el país vecino que van desde Puigcerdá hasta Portbou.
A los defensores de la República a penas les quedan territorios en el centro de la Península y en el sur. Pocos. Es así que la ofensiva franquista de los meses de febrero y marzo es un avance hacia el final del conflicto, decidido y certero.
Si el Gobierno republicano del socialista Juan Negrín intentó por todos los medios a su alcance, escasos, prolongar el conflicto hasta el más que probable estallido de la Guerra Mundial que se acercaba como un cohete más rápido que el avance franquista, en los primeros días de marzo la realidad del interior de su propio bando le vino a dar la espalda: en Madrid se había creado el autodenominado Consejo Nacional de Defensa, a la cabeza del cual estaba el jefe del Ejército del Centro, el coronel Segismundo Casado, quien destituyó al jefe del ejecutivo republicano como medida previa para negociar una paz honrosa con Franco, no sin antes verse obligado a enfrentarse militarmente en la capital con los partidarios de resistir hasta el final, sabedores de la inclemencia del jefe de los sublevados.
Pero la paz no llegó, y no llegó porque no hubo acuerdo de paz. Hubo rendición y Victoria con mayúscula. El triunfo de los valores diametralmente opuestos a aquellos que habían inspirado las jornadas de alegría colectiva de abril de 1931, el triunfo de la autocracia personalista ultraconservadora, antiliberal y antidemocrática, revanchista y represiva. Los franquistas entraban el 28 de marzo en Madrid y tres días después no quedaba un solo metro cuadrado sobre el que alguna autoridad contraria a Franco pudiera hacer valer su mando. Con el famosísimo bando de guerra postrero, el 1 de abril la guerra había terminado.
Ese día 1 del mes abril del año 1939, el general Franco firma el último parte oficial de guerra, que dice como se sabe aquello de «En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. La Guerra Civil española finaliza con la victoria de quienes se sublevaron en julio de 1936, y dará como resultado la inmediata derrota total del orden constitucional republicano y del intento de establecer una verdadera democracia, así como la implantación de un régimen dictatorial unipersonal con la figura de Franco como cabeza directora y visible. Décadas después del final del conflicto fratricida las heridas siguen abiertas, si bien la Transición a la democracia que siguió al fallecimiento del general Franco se cimentó sobre el avasallador deseo y el espectacular consenso de abolir las intenciones de considerar disputas políticas a las represiones ejercidas en ambos frentes y durante la dictadura.
El texto anterior es una adaptación de algunos pasajes de mi libro El franquismo (Sílex ediciones, 2015).
Tres años después de mi libro dedicado al franquismo vuelvo a reflexionar sobre aquel primer día de abril del año 39:
El día 1 del mes de abril del año 1939 España estaba en guerra consigo misma. O mejor, ya no lo estaba, porque la rendición de aquella España daba fin a la guerra que durante casi tres años había hecho de ella, de España, de la España toda, una vil escenificación de la vida reducida a los escombros de la infamia. El día 1 del mes de abril del año 1939 cesaba la guerra pero no acababa la guerra, cesaban los disparos a un lado y a otro de una frontera de odio pero no cesaban los disparos todos. Todos no. Aún quedarían los muchos disparos que iban a matar a muchos derrotados y los pocos disparos que iban a disparar los héroes tiritando de los montes resistentes a la dictadura vencedora. El día 1 del mes de abril del año 1939 es el día del más famoso parte de la guerra que comenzó a evidenciar algo muy sencillo: quienes habían ganado TODO habían derrotado a quienes habían perdido TODO.