La bailaora y coreógrafa Ana Morales ha querido presentar en un espacio histórico del Festival Flamenco de Jerez, el Museo del Enganche de la Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre, la segunda fase de su proyecto Sin Permiso de Residencia, un estudio abierto dedicado a la memoria de su padre. De ahí Réquiem.
La primera fase se presentó en el London FlamencoFestival, Silencios y Vértigos. El proyecto completo, Permiso: Canciones para el Silencio se presentará este otoño en la Bienal de Sevilla.
Ana Morales apareció al fondo de la escena enfundada en malla negra y una máscara negra en forma de flecos para cubrir su cara. En un lentísimo estudio del movimiento desde el interior, manifestado magistralmente con un cuerpo privilegiado que habla de un trabajo profundo, fue avanzando a artística cámara lenta hacia el frente de la escena, recreándose en cada paso, en cada músculo, en danza contemporánea que parece partir de un bindu, con lentitud impactante, para luego eclosionar como en un big bang y desde ahí en un despliegue sensacional de facultades y armonía, todo lo imaginable e inimaginable que un cuerpo bien entrenado pueda hacer, torsiones, grandes, pequeños y mínimos movimientos y vibraciones musculares, que como bien dice Ana Morales son el resultado de una interiorización profunda. El cuerpo sigue las órdenes de la conciencia y el corazón. Algo casi indescriptible, que deja sin palabras, sin capacidad de reacción, de una belleza que traspasa límites.
Ella es diferente.
Sin máscara, con una túnica negra transparente sobre la malla, en una fusión dancística flamenco – contemporánea, protagoniza junto al bailaor José Manuel Álvarez , una larga y lenta escena de cortejo en la que ambos compiten en savoir faire, armonía de movimiento, emociones externalizadas, sensualidad pegada a la piel, sabios en alejamientos y acercamientos. Ambos son maestros de danza, saben que la expresión viene del interior y así se manifiesta a nivel corporal. Ellos saben que si no es así, todo se limitaría a una mecánica perfecta, pero en su caso es el alma lo que se manifiesta a través del cuerpo. Él es un junco desbordante de erotismo. Ella es armonía, sin más adjetivos.
La intensidad del silencio en la sala era la manifestación del sentir del público.
No podía faltar el flamenco y así vino por la Serrana de Pepe de la Matrona, en el magistral cante y toque de Juan José Amador. Vestida con bata de cola, Ana Morales bailó al son de las más puras esencias flamencas, en maravilloso diálogo íntimo con su cantaor y guitarrista, siempre llenando la escena con su empaque y señorío, dando protagonismo absoluto a la cola de su vestido, haciendo de ella algo vivo.
La danza es algo muy complejo, tiene muchas fuentes individuales en las que la interiorización es la primera clave. Y cuando el artista es capaz de transmitir los sentimientos de su propia alma al espectador, es grande. Y no siempre ocurre. Ana Morales es un paradigma de esa danza que no nace en los pies, sino que viene del corazón. Grandiosa.
Para despedirse de su público, quizá también del padre que se fue hace nueve años, Ana se pone una gabardina y va escenificando bellamente ese adiós, en simetría inversa perfecta con lo que escenificó al comienzo, alejándose de espaldas lentamente hacia el fondo de la escena, hasta desaparecer por una puerta que se abre a un patio.
Y ahora sí, los aplausos son intensos, como una gran percusión en homenaje a su arte.