Sabes a libertad. Nos hemos conocido en el ruedo de la historia, donde somos protagonistas tú, como vanguardia, y yo, que trato de ser el narrador. Lo procuro al menos.
Hemos empatizado con la máxima verdad, que nos debe sacar del cuestionamiento inútil y desarrollado hacia puntos no razonables. Has sido fe, y lo seguirás siendo. Te lo comento en esa rueda de la vida que nos hace coincidir periódicamente.
Me recuerdas, a mí y a todos los presentes, que el valor no tiene medida, que no tiene dosis determinadas, ni pesos, ni volúmenes. Cada cual alberga el que cree posible, y, desde esa óptica, intenta llegar más allá. No debe faltar la paciencia.
Hemos recordado, además, las contradicciones de la sociedad, que crece con exponentes y hechos venerables. Eres la compensación de una balanza que en gentes como tú adquiere estabilidad.
Me explicas con una sonrisa, con el corazón en la mano, que el triunfo es relativo. Todos los de tu estirpe meditan igual, lo cual quiere decir que sois inequívocamente de idéntica familia, de una estupenda, que me siento honrado de conocer. Es el mismo adjetivo que te define.