La charla había generado muchas expectativas. Lo consideramos normal. El tema de fondo era bueno, y la persona también. Había un atractivo a priori. La fama funciona así.
Nos sentamos a corroborar la opinión de partida. Veníamos con imágenes y contenidos preconcebidos. Nos habían aconsejado bien. Los amigos y las circunstancias estaban a favor.
Comenzó en tiempo y forma. La puntualidad es un instrumento de fidelización, así que nos iniciamos óptimamente en una noche colmada de atractivos.
Contó sus experiencias, sus dudas, sus éxitos, sus caídas y promesas, cumplidas éstas últimas en algunas ocasiones. La existencia, nos glosó, es fruto del azar y de la inspiración con mucha faena como aderezo.
Nos fue trasladando fechas, datos, consideraciones, posibilidades, querencias. Nos ganó, como habíamos meditado, con sus acontecimientos, con sus palabras, con sus garantías mancomunadas. Fue una divisa, pero, esencialmente, nos lo pareció porque nos transportó con naturalidad y sencillez en lo más importante: “es una buena persona”, dijimos.
Verdaderamente lo demuestra en todo lo cotidiano. Eso se llama coherencia.