«Amín»: sobria y sensible mirada sobre el desarraigo y la emigración
Con su séptimo largometraje, de estreno este mes de octubre, “Amín”, la historia de un trabajador senegalés en Francia, prosigue Philippe Faucon, cineasta francés de origen marroquí, sus brillantes retratos íntimos y humanos sobre los héroes invisibles de nuestra sociedad contemporánea, y su lucha por una vida digna.
Ganador del Cesar a la mejor película en 2016 con “Fátima” brillante retrato de una “madre coraje” marroquí, Faucon persiste y firma con otra historia mínima, sencilla y autentica sobre el tema de la inmigración en Francia. Escoge en esta ocasión Faucon un ángulo muy diferente de sus películas anteriores, al poner en contrapunto la vida en Senegal y en Francia de ese trabajador, para mejor captar su soledad y el dolor en la ausencia de los seres queridos.
Los personajes de “Amín” me han hecho pensar al verlos en esos obreros, a menudo de origen magrebí o africano, que vemos cada día en las calles de París, cavando zanjas, reparando tuberías y rehaciendo las calzadas, a los que no prestamos atención, hombres “invisibles” que arrastran cada cual en sus vidas historias de supervivencia y desarraigo.
“Amín” se centra en dos personajes centrales: un joven obrero senegalés que va regularmente a su país para llevar dinero a su familia, su mujer y sus hijos de los que vive separado a pesar suyo. Y un obrero marroquí más mayor, a punto de jubilarse, que tiene una familia en Marruecos y otra en Francia.
El papel protagónico es sobre todo el de Amín, el senegalés Moustapha Bbengué, quien va a vivir una relación sentimental con Gabrielle, una enfermera divorciada (Emmanuelle Devos) en cuya casa efectúa obras de restauración.
Una sabia mezcla entre una actriz profesional y confirmada y un no actor senegalés, encontrado en un largo proceso de casting. Mbengué, quien viene del mundo del espectáculo, es bailarín, cantante y percusionista, un rostro de la comunidad senegalesa en Italia, pero que se lanza aquí por vez primera como actor.
La relación entre la enfermera francesa y el trabajador senegalés, filmada con pudor y sensibilidad, es mostrada en contrapunto de la vida en Senegal de la familia de Amín, su mujer, y sus hijos, quienes querrían reunirse con su padre. Con ese doble punto de vista, Faucon observa con gran autenticidad los prejuicios, la intolerancia, y las condiciones de vida de uno y otro lado, de Senegal a Francia, de Dakar a París.
Amín y Gabrielle son dos soledades que Faucon filma con solvencia y buen sentido de la observación. La relación de Gabrielle con su ex y con su hija adolescente, y del otro lado del espejo social y humano, la relación entre Amín y los suyos, que esperan el envío de sus divisas para poder construir una casa digna donde vivir. Un tema grave tratado una vez mas por Faucon con ternura, con cariño y humana reflexión sobre sus personajes y sus contradicciones.
El tema de la explotación laboral de los inmigrantes, quienes a menudo trabajan sin ser declarados legalmente, de los accidentes laborales, sus condiciones de trabajo y su solitaria vida en albergues de esa población inmigrante, argelinos, malíes, marroquíes, senegaleses, etc., es filmada sin acentos melodramáticos y sin aportar un juicio moral. Asistimos así a fragmentos de su vida cotidiana, con una mayor atención para el personaje de Abdelaziz, viejo obrero marroquí y su relación con sus hijas francesas, un elemento lateral con respecto al personaje central, pero que en el guion conduce a una mayor intensidad dramática.
Desde “El amor”, “Samia”, “La traición, “En la vida” “La desintegración”, “Fátima” y ahora “Amín”, la brillante filmografía de Philippe Faucon merecería a mi juicio una mayor difusión, en esta Europa amenazada por la intolerancia, pues si el cine no tiene la pretensión de querer cambiar la sociedad, si contribuye en cambio de manera evidente a alimentar el debate de ideas en su seno.